Dresde, Alemania. 1810.
El terror había comenzado a inundar las calles del humilde pueblo.
La autoridad dispuso toque de queda y todas las personas debían permanecer en sus casas cuando el reloj daba las ocho de la noche.
Aquella noche de verano, paseaba por las calles del pueblo una pequeña niña, cuya mayor virtud era cuidar de lo que más amaba.
Buscaba por el bosque flores para su madre y su tía, quienes tenían el don de practicar las artes oscuras. Pero tan oculto tenían ese secreto, que decidieron vivir lejos del pueblo. Justamente en una pequeña casa de campo.
Ella terminó de coger flores y se aprestaba a regresar a su hogar cuando oyó en el bosque un grito que provenía a no más que unos pasos de donde ella se encontraba.
Se acercó a averiguar que ocurría y encontró a un hombre que vestía elegantemente sosteniendo en sus brazos a una mujer. La niña se percató que desde el cuello de la mujer corría un gran torrente de sangre y se asustó al descubrir que ese ser la estaba matando de alguna manera que no pudo comprender.
Cuando retrocedió para dar marcha atrás, piso una rama sin darse cuenta y el crujido en medio de la noche puso sobre alerta al misterioso individuo.
La niña se percató de su piel pálida y sus fríos ojos azules, y un repentino temor le hizo correr para escapar de ese ser desconocido y aterrador.
El hombre llegó rápido hasta ella. La niña se detuvo en seco y ella usó la pequeña luz blanca que su propia madre le había enseñado a utilizar como escudo para defenderse de cualquier peligro que pudiera cruzarse en su camino.
El hombre se apartó de ella, sorprendido y sin poder ocultar su contrariedad preguntó:
―¿Qué diablos eres tú, criatura?
―Apártate de mi, demonio ―respondió la niña.
El hombre vio que la niña poseía algo especial. Algo tan fascinante como peligroso para él. Pues en la palma de su mano ardía una refulgente llamarada de fuego, el mayor enemigo de los inmortales como él.
―¿Cómo te llamas pequeña? ―le preguntó con curiosidad―. Prometo no hacerte daño, si me permites verte de más cerca.
―Sé que eres un vampiro. Si te acercas a mí, te mataré con lo que acabas de ver.
―Está bien. ¿Pero puedes responder a mi pregunta, pequeña?
―No soy tan pequeña. Tengo diez años de edad. Y me llamo Arabelle.
―Encantado, Arabelle. Mi nombre es Baltashar. Es un gusto conocerte.
―Para mí no.
Arabelle caminó para marcharse del bosque, pero Baltashar fue más rápido y la alcanzó con facilidad.
―Dime. preciosa. ¿Qué ser eres? ¿Acaso eres un hada, una valquiria o una bruja?
―Soy una bruja. Para que voy a ocultarle mi naturaleza, cuando yo ya sé qué clase de ser eres tú.
Hizo una pausa:
―Si la iglesia supiera de vuestra existencia no tendría más opción que matarte.
―No le temo a la iglesia. Los humanos son tan frágiles como un cristal. En cambio, tú eres la bruja más valiente que he conocido, ¿sabes?
Entonces Baltashar recordó lo que un día su creador le habló sobre una antigua profecía que vaticinaba que un vampiro se haría con el dominio del mundo. Una profecía que no sabía si algún día se llegaría a cumplir, pues lo veía tan lejano desde el día en que vio a una valquiria matar al único hombre que lo transformó y se convirtió en su maestro.
El mismo día en que juró que se encargaría de que esa profecía se hiciera realidad.
―No diré nada de que sois una bruja, a cambio de que tú no digas nada de mi existencia ―le dijo Baltashar―. ¿Estáis de acuerdo?
Ella asintió y después se marchó. Pero Baltashar decidió seguirla para saber dónde vivía esa niña tan singular. Pues le había interesado demasiado su poder y en su mente surgió la idea de usarla de alguna manera para hacer cumplir la profecía que un día su creador le contó.
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Valquiria - Crónicas de Días Pasados
Historical FictionFuerzas místicas han existido en el mundo desde antes que el hombre se alzara en dos piernas. Se trata de fuerzas más allá de nuestra comprensión, de entidades y criaturas que solo hemos podido explicar por medio de mitos y leyendas que han pasado d...