Capítulo V - Descubrimientos

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―Hay algunos humanos que nacen con afinidad para la magia ―explicaba Arabelle―. Son personas comunes, pero con una cierta peculiaridad que permite que sus mentes y corazones sintonicen con los poderes ocultos en la naturaleza y puedan aprender a usarlos bajo su voluntad.

Estaban en el granero, en medio de fardos de heno, herramientas agrícolas y las reservas necesarias para pasar el crudo invierno que ya se dejaba sentir en la región. Ella y Ulrich habían desocupado un área lo suficientemente amplia que les permitiera moverse con libertad en caso de que desearan bailar una polca. Debido a la poca luz de la tarde, Arabelle puso una lámpara de aceite colgada de uno de los pilares de madera y luego dibujó alrededor de ambos un ancho círculo de sal en el piso.

―Por si acaso ―dijo ante la indiscreta curiosidad de Ulrich, pocos minutos antes.

Después de la charla de la mañana y todo lo que el cazador había visto desde su llegada al pueblo, no le costó trabajo decidirse a seguir a la mujer y aceptar todas las aseveraciones que ella le hacía, por muy increíbles que parecieran. La vívida ilusión en la que se vio inmerso dentro de la casa bastó para que aprendiera a ahogar sus dudas y recelos iníciales en una muy bien estudiada concentración. Él quería saberlo todo y la única manera de hacerlo era poniéndose a entera disposición de la bruja.

Es que su escepticismo de antaño había desaparecido desde el momento en que fue reclutado por la Orden y conoció la existencia de los vampiros. Desde ese instante, había aprendido a creer a ciegas en los preceptos de la Iglesia y todas las historias demoniacas que le contaron al convertirse en un cazador, pero ahora debía admitir que el clero estaba equivocado en muchas cosas. En especial en que Dios y los chupasangres no eran los únicos poderes que pugnaban por el dominio de la Tierra y las almas de los hombres. Existían muchas otras criaturas místicas, tanto o más antiguas que la humanidad, y algunas seguían por completo ocultas entre las sombras.

El diablo debía haber estado muy ocupado.

Aunque tenía que reconocer que no todos esos poderes eran demoniacos. A pesar de las enseñanzas cristianas y la profunda aversión hacia cualquier tipo de magia, Arabelle no parecía ser un ser maligno. Al contrario, su forma de ser irradiaba una paz difícil de describir y haberla visto usar sus poderes en contra de los vampiros no era más que una prueba de sus intenciones benéficas. En ningún momento se le pasó por la mente que ella pudiera estar escondiendo sus verdaderas intenciones. No, esa mujer tan hermosa no representaba ningún peligro ante sus ojos. Por muy grande que fuera su poder, Ulrich no podía ver en ella más que bondad y compasión.

Era como si estuviera ante la representación más pura de un ángel de Dios.

Arabelle, en tanto, cargaba una profunda duda en su pecho. Desde que fue ascendida al puesto de guardiana, jamás había interferido de manera tan directa en el desarrollo de la historia, como lo había hecho en estos últimos días. En alguna ocasión se dejó llevar por sus sentimientos y no permitió que un ser siniestro cobrara la vida de un inocente desventurado, pero siempre bajo la atenta observancia del equilibrio que debía custodiar. Ahora, en tanto, no solo había destruido a una vampiresa, si no que había tomado cartas directas en la batalla entre un señor vampiro y un cazador, aliándose al humano en detrimento de las intenciones del inmortal. Si bien Baltashar era uno de los seres más poderosos que conocía y no creía que ningún humano pudiera equiparse a él, sabía también que enseñarle a usar la magia a Ulrich podría traer consecuencias nefastas. Si el corazón de ese hombre llegaba a inclinarse hacia las tinieblas, el equilibrio de la creación se vería seriamente comprometido y no tendría más opciones que destruirlo para evitar un mal mayor.

Aunque creía poco probable que eso ocurriera.

El cazador era una persona noble y honrada, que tenía comprometida su vida en la misión que la Iglesia, a través de la Orden, le había encomendado. La rectitud que ella vio en sus ojos le hizo comprenderlo de inmediato: Ulrich jamás rompería sus votos de manera intencional y eso le daba algo de tranquilidad.

Valquiria - Crónicas de Días PasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora