Ulrich apareció en el mismo lugar donde minutos antes había estado combatiendo con Baltashar. Las huellas de su lucha salvaje eran evidentes y eso hizo que se sintiera sorprendido de ver que los pobladores habían salido de sus casas y se reunían entre los escombros, como si lo hubieran estado esperando.
Uno de ellos, un anciano ojeroso y famélico, se adelantó a los demás y extendió las manos temblorosas hacia él.
—Bienvenido seas, tú que nos salvaste del demonio —dijo con un hilo de voz, como si el aire escapara entre sus escasos dientes sin que él pudiera darle forma a las palabras que deseaba—. Me da gusto ver que tu valentía y la de nuestros hombres al fin nos libraron de ese inmundo vampiro y la asquerosa bruja que era objeto de sus deseos.
El rostro de Ulrich se desfiguró de rabia al oír aquello y, en un abrir y cerrar de ojos, desenvainó su espada con un rápido movimiento en abanico que llevó la hoja de plata hacia el cuello del anciano.
Ante la incrédula mirada de los demás pobladores, la cabeza cercenada de ese hombre rodó por el piso y fue seguida por el derrumbe de su cuerpo sin vida.
La multitud comenzó a retroceder, entre exclamaciones aterradas y el llanto de las mujeres que se encontraban entre ellos. Una en particular, la esposa del anciano muerto, fue la única que dio un par de tambaleantes pasos hacia el cadáver de su marido, con las manos en la boca para ahogar el llanto desgarrador que pugnaba por salir de su garganta.
—¿Por qué? —fue todo lo que pudo susurrar antes de caer de rodillas junto al cuerpo de su esposo.
—Ustedes enviaron gente a matar a la mujer que amo —musitó Ulrich, sin apenas gesticular—. Luché por defenderlos de los vampiros y el pago que recibí fue la muerte de mi familia. ¿Y todavía preguntas por qué?
La anciana lo miró con los ojos anegados por las lágrimas.
— Esa mujer era una bruja y por dejarla vivir entre nosotros, Dios envió a ese demonio a castigarnos —respondió con más determinación de la que cabía esperar—. Ella lo tenía hechizado al igual que a ti. Teníamos que eliminarla para devolverte la cordura y hacer que ese monstruo perdiera el interés en nuestro pueblo. Era la única forma de…
—¡De qué! —gritó Ulrich y se acercó a ella con la espada lista para matar—. ¡De qué!
La anciana no se amilanó en lo absoluto.
—¡De salvar el alma de nuestro pueblo! —respondió.
El resto de pobladores pareció dejar de lado el terror y empezaron a aproximarse, recitando plegarias que Urich hacía mucho tiempo que no escuchaba.
—Liberamos a nuestra gente de la maldición del pecado —continuó la mujer—. Si oras con nosotros, también tú serás libre. Volverás a ser el hombre de Dios que eras cuando llegaste aquí.
Le extendió una mano, sonriendo con bondad a pesar de las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Ulrich la miró como si se tratara de un espejismo y paseó sus ojos furibundos por sobre las demás personas, quienes comenzaban a rodearlo sin dejar de orar.
—¡Ustedes están dementes!
Alzó la espada y se dispuso a ejecutar a todos y cada uno de ellos con la misma frialdad con la que le prendieron fuego a la casa de Arabelle, pero los pobladores no retrocedieron ni buscaron defenderse. Al contrario, se aproximaron todavía más y se arrodillaron a sus pies.
—¡Están locos! —gritó el cazador.
—¡No, Ulrich! —gritó alguien a sus espaldas, una voz que él conocía muy bien—. No están locos. Son hombres de fe. Una fe que tú les has devuelto.
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Valquiria - Crónicas de Días Pasados
Ficción históricaFuerzas místicas han existido en el mundo desde antes que el hombre se alzara en dos piernas. Se trata de fuerzas más allá de nuestra comprensión, de entidades y criaturas que solo hemos podido explicar por medio de mitos y leyendas que han pasado d...