Los días en casa de Arabelle se hicieron extraños para Ulrich.
A pesar de las sonrisas cómplices y las miradas sugerentes, la relación entre ambos se volvió distante. Ella evitaba lo más posible cualquier contacto que no fuera necesario por los cada vez más complejos entrenamientos y él, en tanto, no dejaba de sentir sobre su consciencia el peso de haber roto sus votos de celibato con una mujer que la Iglesia no tardaría en condenar por todo lo que representaba.
Así que, lejos de hacerlos más cercanos, ese momento de desatada intimidad no había hecho más que separarlos.
Ya ni siquiera tomaban desayuno juntos. Cuando Ulrich se levantaba y bajaba al comedor, se encontraba con un té caliente sobre la mesa y una fresca pieza de pan, pero no veía a Arabelle hasta bien entrada la mañana, cuando ella decretaba que era hora de adentrarse en el bosque y dedicarse a practicar y entender las artes que con tanto celo guardaba.
Y cada día era más intenso.
Sin embargo, había ocasionales momentos sin actividad y el silencio, denso e incómodo, se dejaba caer entre ellos. Ninguno de los dos trataba de dar el primer paso hacia una conciliación de sentimientos y preferían sumergirse en sus propios pensamientos, aislándose de todo y de todos.
Porque, para Arabelle, el entregarse de esa manera a un humano normal, significaba un enorme conflicto que quebrantaba su quietud. En su condición de guardiana, debía mantenerse pura en alma y cuerpo, sin alojar en su corazón otros sentimientos que no fueran los propios de su naturaleza protectora. Pero esto que estaba viviendo con Ulrich lo había cambiado todo.
Cuando ocurrió lo de Baltashar, el Consejo de Ancianos la sometió a largas noches de pruebas y estudios para comprobar lo que ella decía: que el vampiro la había tomado sin su consentimiento y que no sentía por él nada más que el mismo aprecio que debía sentir hacia todas las criaturas existentes. A pesar de la profanación de su virginidad, los brujos más sabios lograron determinar que se debió a los oscuros poderes vampíricos que consiguieron nublarle la mente y dejarla indefensa ante el hambre carnal de ese ser despreciable. Arabelle, concluyeron, seguía tan pura como lo era en su niñez y tan inocente como siempre había sido.
Aunque sabía que esa decisión se debió en parte a que no volvería a nacer otra bruja como ella en esta generación. Arabelle había nacido envuelta en la magia y ninguna otra mujer, ni menos un hombre, llegaría a un nivel tan elevado de complementación con esos poderes, por lo menos en las próximas tres generaciones. Eso era lo que estaba vaticinado. Ella se encargaría de custodiar el equilibrio del universo durante toda su vida, hasta que llegara el tiempo en que naciera su sucesora.
Pero ahora, todo era muy distinto.
Se había entregado a Ulrich no de una forma meramente carnal, sino que como la única manera de conseguir que el lado de la balanza que dependía de él se mantuviera al mismo nivel que el representado por Baltashar. Ahora ambos, vampiro y cazador, tenían algo en común, algo que los mantenía equilibrados a la perfección: ella.
Salvo que ella, ya no se sentía capaz de mantenerse neutral entre los dos. La llama que ardía en su corazón la inclinaba, por mucho que quisiera evitarlo, hacia uno de los dos bandos. Y eso no le estaba permitido a la guardiana.
Ulrich pasaba por un tormento similar.
Sus votos eran algo sagrado y él se sentía totalmente falto de Dios ahora que se había unido a una bruja, contra todo mandato de la Iglesia. Y esa culpa no hizo más que recalcarle que estaba dejando de lado su único propósito en la vida: servir a la Orden y enfrentar a los enemigos del Altísimo.
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Valquiria - Crónicas de Días Pasados
Historical FictionFuerzas místicas han existido en el mundo desde antes que el hombre se alzara en dos piernas. Se trata de fuerzas más allá de nuestra comprensión, de entidades y criaturas que solo hemos podido explicar por medio de mitos y leyendas que han pasado d...