Capítulo XI - El Precio del Futuro

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Arabelle y Ulrich regresaron en el más absoluto silencio desde la casa de Adelbert. La súbita visita de Baltashar había arruinado los ánimos después de la boda, por mucho que se esforzaron en mantener el ánimo festivo hasta que no pudieron soportar la incertidumbre y decidieron volver a su hogar.

Solo la criatura que ambos esperaban traía ciertos momentos de ternura y amor en medio de la creciente tensión que estrujaba sus corazones.

Porque, a pesar de todo, aquella era la noticia más alentadora que Ulrich había recibido en su vida. Ese bebé era un símbolo de esperanza en medio del caos, una señal de Dios que veía con buenos ojos su unión con Arabelle y le enviaba Su bendición.

Una bendición que él estaba dispuesto a proteger a toda costa. Aunque aquello significara tener que cazar al más grande peligro que se cernía sobre ellos.

Por otro lado, Arabelle viajaba sumergida en una absoluta confusión. Su visión en las páginas del Libro no vaticinaba la aparición de un bebé y por eso se había mostrado cauta al momento de descubrir su embarazo. No era que estuviera guardando la noticia como regalo para Ulrich. No. Guardaba la esperanza de estar equivocada y no traer a una criatura inocente a un mundo dominado por seres peligrosos y despiadados. Ese bebé no estaba dentro de las imágenes que vio en ese incierto futuro donde la sangre de su raza se mezclaba con la de los vampiros.

Y eso lo cambiaba todo.

Llegaron a la casa en una tarde brillante que presagiaba la tormenta de nieve que estaba por venir. Ulrich se apresuró a guardar la carreta y los caballos, mientras Arabelle se encargaba del equipaje. En poco tiempo estuvieron listos, sentados uno junto al otro frente al calor de la chimenea, compartiendo un delicioso caldo caliente.

Él la abrazaba con celo y la apegaba contra su cuerpo para disfrutar del aroma dulce y suave que escapaba de su cabello. De vez en cuando deslizaba las manos hacia su vientre y lo tocaba con cuidado, como si temiera hacerle daño a la vida latente que yacía en su interior.

―De todos los trucos que me has mostrado ―le dijo al oído―, este es el más maravilloso.

Arabelle sonrió y estampó un cálido beso en la mejilla de su amado.

―No hay magia más poderosa que el amor entre un hombre y una mujer ―respondió, dejando que sus dedos juguetearan en el cabello de su esposo.

Sin embargo, cuando llegó la noche y la oscuridad cayó sobre la Tierra, Ulrich se separó de ella y Arabelle supo que el momento que tanto temía había llegado.

Lo vio ir hacia el granero, el lugar en el que guardaba sus armas, y tomarse el tiempo necesario de prepararse para la batalla con Baltashar. Ella sabía muy bien que se entregaría a la oración por un momento, que le pediría a su dios la sabiduría y la fuerza para enfrentar a un enemigo que ya había visto a la cara en más de una oportunidad, pero contra el que ahora combatiría hasta que uno de los dos cayera muerto a los pies del otro.

Cuando Ulrich salió con su espada atada al cinto, ella lo estaba esperando, arropada para soportar el frío y con una gruesa manta de lana en sus manos.

―El viaje es largo y temo que te atrape la nieve antes de que llegues a Dresde ―le dijo con una sonrisa amorosa―. Esto te mantendrá caliente hasta entonces.

El cazador rió al verla y la abrazó con cariño.

―Sabes que con la magia haré este viaje en cosa de segundos ―respondió con ternura―. Aunque de todas formas acepto con gusto la delicada primera prenda que mi esposa me ha regalado.

Valquiria - Crónicas de Días PasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora