Capítulo XII - Amor Arrebatado

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Los dos formidables rivales se mantenían erguidos a duras penas. Ulrich, maltrecho y extenuado, debió maximizar esfuerzos para conseguir ponerse de pie. Baltashar, en tanto, tenía tantas heridas y quemaduras que su cuerpo se mecía como una débil hoja bajo la brisa invernal.

Pero nada de eso impidió que obligaran a sus debilitadas piernas a llevarlos frente a frente, hasta quedar separados por poco menos de un paso el uno del otro. Sus miradas ardían de determinación y sus voluntades eran más fuertes que cualquier otra cosa en el mundo.

Excepto que el súbito presentimiento que ambos percibieron.

Era una sensación de extraño peligro que les indicó que algo malo estaba pasando. Algo relacionado con Arabelle.

Los dos se quedaron mirando perplejos y llenos de una exorbitante angustia que puso fin a su combate cuando llegaron a comprender lo que ocurría. Sin mediar palabras, Ulrich usó su magia para crear un portal y trasladarse de inmediato hacia donde su sexto sentido le indicaba que debía ir, al mismo tiempo que Baltashar reunió las sombras a su alrededor y las usó para viajar a través de ellas.

Y juntos llegaron al mismo lugar: el patio frente a la casa de Arabelle.

Y al mismo tiempo se quedaron sin habla y pasmados por el dantesco espectáculo que se alzaba delante de sus ojos.

Un voraz incendio consumía por completo la estructura de madera, con llamas que se elevaban al cielo en una gigantesca torre ardiente coronada por una densa columna de humo negro. El calor era insoportablemente fuerte, al igual que el crujido incesante de las tablas al sucumbir bajo el fuego.

Aunque lo peor era ver a la media docena de pobladores que estaban arrodillados observando lo que habían hecho mientras recitaban una insulsa plegaria que quedó silenciada al verlos aparecer.

Los pocillos de aceite, las antorchas apagadas y sus manos impregnadas de cenizas, bastaron para que los dos enemigos se dieran cuenta de que ellos eran los perpetradores de tan horrenda fechoría.

Y Ulrich ardió de rabia. Olvidó el cansancio y el dolor que le provocaban sus heridas y levantó la espada con decisión. Los pobladores lo vieron venir, aterrados por el frío odio que opacaba su mirada, y apenas fueron capaces de levantar las manos y retroceder a tientas cuando llegó hasta ellos y se encargó de cobrar venganza con sus propias manos, tiñendo de rojo el gélido amanecer que ya comenzaba a producirse.

Baltashar, en tanto, olvidó las heridas que mutilaban su cuerpo y la proximidad de los rayos del sol, para usar sus poderes una vez más y entrar por medio de las sombras al infierno que se había desatado dentro de la casa. Sin embargo, algo le impidió llegar hasta donde se proponía, una barrera invisible de energía que le cortó el paso y lo mantuvo a raya, en un lugar despejado en medio de la sala, donde las llamas habían dado un salto para devorar todo a su alrededor.

Y ante sus ojos se encontraba Arabelle, sentada en el piso con las piernas cruzadas y las manos pegadas a su vientre. Tenía los ojos cerrados y parecía imperturbable a pesar del horrible calor que dominaba el lugar y volvía el ambiente irrespirable. El fuego, uno de los enemigos más letales de un vampiro, comenzaba a achicharrarle la piel, pero él se esforzó en usar su poder para resistir lo más posible y no sucumbir frente a las llamas.

—¡Arabelle! —le gritó con su gruesa voz—. ¿Qué estás haciendo? ¡Debemos salir de aquí!

Sin embargo, ella no reaccionó. Se mantuvo como estaba, imperturbable.

"¡Arabelle!" Baltashar trató de usar su mente para comunicarse con ella, pero tampoco tuvo éxito. El poder de la bruja los separaba de una forma total y absoluta, al punto de que ni siquiera podía entrar a la segunda dimensión para buscarla con el pensamiento.

Valquiria - Crónicas de Días PasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora