Capítulo X - Destino Ineludible

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―¿Estás segura de lo que pides?

La anciana la observaba con inquietud, al igual que todo el Consejo. Los brujos, reacios a compartir sus conocimientos, menos en estos tiempos en que la cacería de brujas apenas comenzaba a menguar, cuidaban celosamente sus secretos, por lo que la decisión de Arabelle no hacía más que causarles temor.

―Lo he pensado muy bien, madre ―respondió ella con total confianza.

―Lo que pides es algo que va contra todo precepto de nuestra raza ―intervino uno de los ancianos que se mantenía entre las sombras―. Es algo que jamás se ha hecho.

―No por ello significa que esté mal ―se defendió Arabelle―. He estudiado las leyes toda mi vida y no hay nada que diga que no puede hacerse.

―Sí lo hay ―volvió a levantar la voz la anciana, su madre―. Está escrito que debes mantener la pureza y castidad...

―...de mi alma ―le interrumpió―. Te prometo que eso no cambiará. Al contrario, nuestro amor nos hará más puros.

Hubo un largo silencio exaltado por la bastedad de la segunda dimensión. Los ancianos de cada uno de los clanes de brujos sobre la Tierra estaban ahí reunidos por solicitud de la misma Arabelle y, como no podían abstraerse de un llamado de la guardiana, todos, o más bien sus representaciones mentales, participaban de tan inusual concilio, escuchando con atención los diálogos que se llevaban a cabo y los argumentos que eran puestos sobre la mesa.

―¿Qué pasará con el libro? ―preguntó otro anciano, alzando la voz sobre el barullo de pensamientos.

―Lo custodiaremos juntos.

En ese espacio dimensional, no eran las voces físicas las que podían oírse como un murmullo incesante de incredulidad y protesta. Se trataba de los propios temores, las imágenes nefastas creadas en la conciencia de cada uno de los asistentes que eran proyectadas hacia los demás de forma perceptible. Aquel era el único lugar en el que nadie podía ocultar sus verdaderas intenciones y por eso Arabelle los había citado ahí, para demostrar que lo que decía era cierto.

―Desde que nuestra especie se separó del hombre común, ningún humano ha tenido acceso al libro ―dijo la madre de la bruja, la anciana de mayor jerarquía dentro de todos los clanes―. ¿Qué te hace pensar que dejaremos que él sea el primero?

―El hecho de que dentro de las enseñanzas de Nakot diga claramente que desde siempre han existido humanos sensibles a la magia ―Arabelle no cambiaba su semblante sereno ni la calma de sus palabras―. Ulrich es uno de ellos y me temo que debemos considerar la opción de que no somos tan especiales como nos ha gustado creer. Muchas criaturas singulares merodean por el mundo y lo único que nos diferencia de ellos es la misión que voluntariamente aceptamos.

Un nuevo rumor de protestas y miedos se dejó sentir con fuerza, hasta que la anciana los hizo callar a todos con su mirada severa y autoritaria.

―¿Y qué harás si nos negamos? ―preguntó.

―No pueden negarse a una decisión que solo me compete a mí y al hombre que amo. Lo único que pueden hacer es pedirme que abandone mi lugar como guardiana, pero eso no será necesario porque yo dejo mi ministerio a su disposición.

―¡Eso no es posible! ―gritaron algunos.

―¡Se ha vuelto loca! ―murmuraron otros.

―¿Qué será de nosotros? ―se lamentaron unos cuantos.

Pero Arabelle no cambió la firmeza de su expresión y sostuvo con estoicismo sus críticas y alegatos.

―Sabes bien que nadie puede tomar tu lugar ―argumentó su madre, cada vez más perturbada.

Valquiria - Crónicas de Días PasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora