Capítulo XIV - Redención

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Ulrich escuchó que golpeaban a su puerta y casi de inmediato alguien entraba a la habitación. Se trataba de uno de los cazadores que venían acompañando a Eder, un hombre de nombre Joshua, quien se sorprendió de encontrarlo sentado en la cama, vestido y muy despierto, siendo que apenas pasaba una hora desde el alba.

—Hermano Herzog, el clérigo solicita tu presencia —anunció con firmeza—. Me ha pedido que venga a buscarte y te lleve al comedor.

De manera inadvertida, llevó la mano hacia el cinto, donde Ulrich adivinó la forma de una espada. Que el clérigo hubiera enviado a un hombre armado a buscarle y que ese hombre se mostrara tan desconfiado, era señal de que esta reunión no sería para nada un acto de cordialidad.

Pero no pensaba evitarla. Se puso de pie y asintió con la cabeza, disimulando sus pensamientos.

Ambos salieron al pasillo de la hostería y caminaron en absoluto silencio hacia el pequeño salón que servía como comedor de los pasajeros. Ulrich no percibió la presencia de ningún otro huésped a medida que pasaban frente a las puertas cerradas de las demás habitaciones. Al parecer, en ese lugar no había nadie que no perteneciera a la Orden.

Por lo que no le sorprendió ver al clérigo y a los demás cazadores sentados en una media luna al centro del comedor, frente a una silla dispuesta para él como si se tratara del banquillo de los acusados. La hermana Isabelle, en tanto, permanecía de pie detrás de ellos, con la cabeza inclinada hacia adelante y las manos cruzadas sobre su regazo, orando en silencio. Ni siquiera levantó la vista para verle, aunque supo de inmediato cuando él entró.

—Por favor, toma asiento —le solicitó el cazador que le acompañaba y Ulrich obedeció.

Eder lo miraba de manera extraña. Tenía muy en claro lo que tenía que decir, pero un inesperado temor se disimulaba en sus ojos, el mismo temor que poseía a quienes les acompañaban.

El cazador se dirigió hacia el puesto destinado para él y tomó asiento junto a los demás.

—Me temo que esta será una charla a la que no deseaba llegar, Ulrich —dijo entonces el clérigo—. Me apena que las cosas hayan llegado a este punto, pero…

—Al grano, por favor.

Todos dieron un pequeño salto en sus puestos y contuvieron la exclamación de sorpresa que acudió a sus bocas.

—Muy bien —Eder retomó la palabra—. Al grano entonces.

Dejó pasar unos interminables segundos que mantuvieron al resto de los asistentes en vilo.

—En base a tu negativa de presentar tu versión sobre los lamentables hechos ocurridos en este pueblo y ante la imposibilidad de viajar al Vaticano a la brevedad, hemos decidido hacer uso de las atribuciones que la Orden me ha conferido para convocar una audiencia extraordinaria en este mismo lugar —tomó una pausa e inspiró hondo, como si hubiera requerido de un gran esfuerzo decir todo eso—. Debemos aclarar un asunto que nos perturba, respecto a los dichos que circulan entre la gente que atestiguó el proceder de la agrupación de cazadores que enviamos a enfrentar la infame plaga vampírica que asolaba esta región. Ulrich Herzog, ¿es verdad que te asociaste de manera intencional con una mujer señalada por la gente como bruja y adoradora de Satanás, haciendo a un lado las enseñanzas y doctrinas cristianas que, en tu calidad de miembro de la Iglesia de Jesucristo y en especial como miembro de la Sagrada Orden de las Valquirias, debiste haber observado cuidadosamente?

—No me asocié a una bruja —respondió Ulrich, con total calma—, me enamoré de una mujer.

Hubo un leve murmullo, pero la severa mirada del clérigo acalló a quienes les rodeaban.

Valquiria - Crónicas de Días PasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora