Capítulo I - El Valor de la Fe

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Dresde, Alemania. 1825.


El terror de la Inquisición y sus juicios por brujería ha quedado atrás en gran parte de Europa. Prohibida por la Iglesia, la cacería de brujas ha menguado hasta transformarse en una triste pieza de folclore en muchos países, aunque varios otros se han mantenido en la oscuridad, llevando a cabo persecuciones sin sentido, sobre todo en los rincones más alejados de las grandes urbes, donde la ignorancia del pueblo es el caldo de cultivo ideal para efectuar masacres en el nombre de Dios.

Lo que el común de las personas desconoce, es que ese ferviente temor hacia la magia tenía unas raíces muy reales en unos seres que pocos podían dar testimonio de conocer, debido a su letal naturaleza amparada en las tinieblas.

Los vampiros.

Como una plaga sangrienta, el alcance de sus colmillos se extendía más allá de lo que la gente común podía imaginar, creando una serie de mitos y fantasías, a veces exageradas, sobre su real existencia. A pesar de ello, los vampiros merodeaban entre los humanos como unos cazadores voraces que gustaban de desangrar a doncellas virginales y juveniles mancebos.

Sin embargo, la Iglesia estaba consciente de su presencia y, disfrazada entre las sanguinarias acciones de la Inquisición, creó la Sagrada Orden de las Valquirias, la que llevaba ese nombre en honor a las primeras mujeres que conformaron tan selecto grupo que libraba las batallas que nadie más podía contra esos seres, desde que el doctor Van Switen encomendara esa labor a su esposa y hermanas.

Pero la fe no había sido suficiente para continuar la guerra santa contra las criaturas de la noche y la Orden debió admitir en sus filas a mercenarios expertos en el manejo de las armas y adoctrinarlos en los caminos dictados por la Iglesia para servir en sus filas. Gracias a ello, se dio paso a un pequeño, pero bien organizado ejército que amplió su radio de acción a cada zona que era asolada por los vampiros.

Así fue como una prelatura fue instaurada en Alemania y se le encomendó liberar el país de la plaga vampírica.

Entre ellos se encontraba Ulrich Herzog, un hombre natural de la zona, descendiente de un honorable linaje de soldados al servicio del rey de Prusia. A pesar de su temprana formación como hombre de armas, Ulrich siempre se mantuvo apegado a la Iglesia y las doctrinas cristianas, por lo que el clero alemán puso sus ojos en él como potencial candidato a formar parte de la Orden.

De esta manera, a la edad de diecisiete años, fue sometido a una serie de pruebas tanto físicas como espirituales, hasta ser admitido como aprendiz y, después de dos largos años de entrenamiento, ser nombrado cazador.

Alto y fornido como un toro, usaba el rubio cabello muy corto para evitar que cualquier mechón se les metiera a los ojos mientras estaba en combate, sus ojos azules irradiaban una confianza que solo sus grandes cualidades guerreras podían respaldar. No tardó mucho tiempo en ganar fama de experto espadachín y feroz combatiente, sobre todo después de sus exitosas misiones en las que cuatro vampiros cayeron bajo sus espadas benditas, a pesar de enfrentarlos completamente solos.

Ulrich y un grupo de seis cazadores se encontraban de paso en el pequeño poblado de Dresde, durante el duro invierno alemán. Tenían conocimientos de que una pareja de vampiros se ocultaba entre la gente y cada noche salían a alimentarse sin la menor preocupación de ser vistos, por lo que el terror estaba instaurado entre los habitantes del lugar. Pasaron varias noches alojados en una humilde posada, atentos a los ruidos de la noche, hasta que uno de los cazadores escuchó el grito desgarrador de una mujer proveniente de los callejones más alejados. La agrupación completa tomó sus armas y se lanzó a averiguar lo que ocurría, seguros de que se trataba del ataque de un vampiro. Sin embargo, llegaron demasiado tarde y lo único que encontraron fue el cadáver desangrado de una hermosa jovencita.

Valquiria - Crónicas de Días PasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora