Capítulo II - Revelaciones

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Ulrich abrió los ojos como si estuviera recién despertando de un largo sueño. Tardó varios minutos en darse cuenta de que estaba de pie en la calle, sosteniendo en sus brazos a una jovencita delgada y desnuda. Los primeros rayos de sol ya acariciaban el pequeño pueblo de Dresde, luchando por hacer desaparecer el frío matinal.

Y eso no hacía más que causar inquietud en el cazador.

Los recuerdos se agolparon en su memoria y no pudo evitar voltearse hacia todos lados, atento a la aparición de esos desquiciados y blasfemos seres que intentaron torturarlo y hacerle perder la fe.

Y eso le hizo caer en la cuenta de que las heridas que sabía que había recibido ya no estaban. No tenía ninguna marca en su piel, a pesar de que las ropas estaban rasgadas en distintas partes y manchadas de sangre seca.

Así recordó a la mujer que lo socorrió cuando había asumido que su final era inminente e inevitable.

―Mucho has hecho, cazador. Tu valor y tu fe se verán recompensadas.

Las palabras de esa misteriosa mujer y, sobre todo, el intenso brillo dorado de sus ojos, aparecieron con nitidez en sus recuerdos. Ese rostro era la obra más hermosa creada por el Señor y no era capaz de imaginar sus intenciones ni el alcance de sus poderes tan especiales.

Esos poderes con los que destruyó a una vampiresa sin siquiera mover un dedo.

Entonces los vampiros no eran los únicos seres con habilidades sobrenaturales. También estaba esa mujer y Ulrich contempló un instante la posibilidad de que se tratara de algún ángel enviado a salvarlo. Esperaba que sus superiores fueran capaces de confirmar sus pensamientos y avalar la intervención divina en Dresde.

Con algo más de claridad en su mente, echó a andar a la posada en la que alojaban, esperando que sus compañeros hubieran regresado ya.

―¿Dónde estabas? ―le preguntó Bergen, atónito al verlo aparecer con la mujer en brazos―. ¿Dónde está el hermano Eberhard?

Ulrich entró en la humilde habitación y se fue derecho a una de las camas, depositando el cuerpo inconsciente de la muchacha sobre el tosco colchón de paja.

―Está muerto ―respondió sin vacilar―. Fuimos atacados por una vampiresa. Solo esta joven y yo logramos sobrevivir.

Los otros cazadores lo rodearon de inmediato y soltaron fuertes exclamaciones de asombro y tristeza al escucharle hablar.

―Elevemos una plegaria en el nombre de nuestro hermano caído ―agregó de inmediato.

Los cinco hombres inclinaron sus cabezas y se reunieron para recitar a coro una sentida oración por el alma de Eberhard, pero luego vitorearon y se acercaron a abrazar a Ulrich, felices de verlo agrandar su fama de mata vampiro.

―Debemos encontrar su cuerpo ―dijo alguien y todos estuvieron en consenso.

―Y debemos devolver a esta niña a su familia ―agregó Ulrich―. Es probable que lleven días buscándola.

―Nosotros nos encargaremos ―se ofreció Bergen―. Tú debes descansar. Incluso un cazador con tu habilidad necesita dormir de vez en cuando.

―Acepto con gusto ―sonrió Ulrich―, pero me temo que tengo cosas más importantes que hacer en lugar de descansar.

Hubo risas y bromas livianas, entre abrazos y apretones de mano. Luego los hombres se organizaron para salir a buscar el cadáver del cazador caído y entregar a la muchacha con su familia.

Ulrich se quedó a solas y aprovechó el momento para asearse y cambiarse de ropa. Luego dirigió sus pasos hacia la iglesia más cercana y pidió audiencia con el párroco, un sacerdote anciano y obeso, de cabellera casi inexistente y unos gruesos anteojos con los que intentaba corregir la poca visión que las cataratas dejaban en sus diminutos ojos.

Valquiria - Crónicas de Días PasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora