Capítulo III - Amor y Destino

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Ulrich esperó hasta que la última chispa de luz desapareciera delante de sus ojos antes de dar por hecho de que la bruja se había ido. Turbado por sus palabras, envainó su espada y echó a correr por las calles del pueblo, con la certeza casi absoluta de que sus compañeros se encontraban en mortal peligro.

Pero ¿cómo encontrarlos? Iba de un lado a otro, sin un rumbo claro y cada vez más nervioso frente a la posibilidad de que fuera demasiado tarde. Los vampiros disfrutaban atacar a los cazadores y eran especialmente salvajes a la hora de alimentarse de ellos y convertirlos en sus lacayos. Para ellos, era una especie de burla por la misión sagrada que la Iglesia le encomendaba a la orden.

Y que existiera un señor vampiro, no hacía más que acrecentar sus temores.

En los años que llevaba como cazador, sus batallas más difíciles habían sido contra vampiros que conseguían manipular los pensamientos y alterar la realidad a su antojo. De acuerdo con lo que la Orden sabía de ellos, la antigüedad y la cantidad de personas de las que se habían alimentado en el transcurso de sus vidas dotaba a esas criaturas de poderes cada vez mayores. No era lo mismo luchar contra un vampiro que llevaba un par de años convertido a uno que llevaba más de un siglo. La diferencia entre sus habilidades era abismal.

Y para que uno de ellos fuera considerado un señor, debía tener por lo menos unos doscientos años. Si el monstruo que acechaba desde las sombras era uno de esos seres, Ulrich y sus compañeros podían estar metidos en un embrollo mucho más grande del que habrían imaginado. Era fundamental que consiguiera encontrarlos, replegarse a un lugar seguro y comunicar a sus superiores de lo que había descubierto.

De pronto tuvo un presentimiento que exigió a gritos que le prestara atención. En sus pensamientos asomó una especie de inquietud que le indicaba con persistencia que se encaminara hacia la iglesia del pueblo. Era casi como si algo lo estuviera llamando y guiando a pesar de sus temores.

Llegó a la endeble cerca de madera que delimitaba la humilde estructura y de inmediato supo que algo andaba mal. A través de una de las ventanas pudo ver la ondulante luz de una llama que danzaba dentro del edificio.

Desenvainó su espada por segunda vez aquella noche y saltó sobre la cerca para luego arrojarse al interior de la iglesia. La añosa puerta estaba cerrada por dentro, pero Ulrich se hizo la señal de la cruz y cargó con tanta fuerza que se estrelló como un ariete contra la hoja de madera y casi la arrancó por completo de los goznes.

Se quedó petrificado ante el horrible panorama que lo recibió.

El crucifijo que coronaba la iglesia ardía en llamas sobre el altar, mientras que, en su lugar, desnuda y clavada a la pared como una burda imitación del sufrimiento de Jesucristo, estaba la muchacha que sus compañeros debían haber entregado a su familia. Sus manos y pies estaban atravesados por gruesos clavos de metal y el rostro sin vida mostraba aun los rastros del terrible martirio al que debió haber sido sometida.

Pero eso no era todo.

Sobre el púlpito se encontraban las cabezas de sus cuatro compañeros, con las bocas muy abiertas y las cuencas de sus ojos vacías y ensangrentadas, cada una atravesada por una estaca de madera que las mantenía fijas en su posición.

Y en el primer banquillo había un hombre sentado, inclinado hacia adelante como si estuviera orando.

―¡Maldito demonio!

Ulrich avanzó con paso decidido a enfrentar a la criatura, preparando su espada para asestar el primer golpe, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que la luz de las llamas le permitieran ver de quién se trataba, debió contener un grito horrorizado.

Valquiria - Crónicas de Días PasadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora