El clérigo y su comitiva, a la que ahora se sumaba Ulrich, salió de Dresde al día siguiente, guiando sus monturas hacia Berlín, lugar en el que se había establecido una sede de la Orden de las Valquirias, al alero de la enorme catedral de la ciudad. Se trataba de un viaje de diez a quince días, dependiendo de las condiciones meteorológicas, pero a nadie le importó. Prepararon bien a los caballos, se abrigaron todo lo que pudieron y emprendieron la larga y silenciosa marcha sin siquiera despedirse del pueblo.
Partieron con el alba, cuando las tenues sombras de la noche todavía no se retiraban por completo de la faz de la Tierra. Un fuerte aguacero los acompañó las primeras dos horas de viaje y tuvieron que detenerse en un pequeño poblado cuando la lluvia dio paso a nieve y granizos. Estuvieron cerca de tres horas en un humilde rancho donde les brindaron cobijo, una sopa caliente y mantas secas antes de reanudar la marcha. Aquella fue la tónica del viaje: jornadas interminables interrumpidas por el clima. Las noches las pasaban en cualquier posada o caserío al que alcanzaran a llegar antes del ocaso y retomaban su peregrinar apenas el sol asomaba en la mañana. En cada parada, Eder organizaba una breve eucaristía a la que invitaba al o los dueños de casa. Sin embargo, Ulrich se dio cuenta de que ya no sentía ese fervor religioso de antaño y se sustrajo de todas las ceremonias, manteniéndose al margen e intentando no tener que relacionarse con nadie que no fuera las personas que cabalgaban con él. Los primeros días, Isabelle insistía en tratar de convencerlo de participar, pero tras rotundas negativas, dejó de hacerlo y se sentó junto a los demás. Sin embargo, los otros cazadores e incluso el mismo clérigo lo miraban con desconfianza mientras se iba a un rincón y se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo y los ojos cerrados durante todo el tiempo que duraba el ritual.
Lo que ellos no podían ver, era lo que la mente de Ulrich hacía.
Durante los catorce días que duró el viaje, él usó todas las herramientas que le enseñó Arabelle para recorrer cada una de las siete dimensiones hasta dominar a su antojo el acceso a ellas. De esta manera, consiguió llegar al Libro cada vez que se lo propuso y usó el tiempo interdimensional para sumergirse en los conocimientos que estaban escritos en sus páginas. Su principal ambición era encontrar la fórmula que le permitiera revivir a su familia perdida, pero las largas y específicas advertencias que el mismo Nakot escribió sobre los peligros de traer de vuelta un alma desde el mundo espiritual, terminaron por disuadirle.
“Un hechicero sin la preparación adecuada no debe, bajo ninguna circunstancia, manipular la vida o la muerte. Si lo hace y no es lo suficientemente poderoso para controlar sus consecuencias, puede desencadenar una catástrofe como la que desencadenó la desaparición del continente de Lemuria”.
Todas las páginas en las que se hablaba del tema terminaban con un párrafo similar y un par de dibujos de catastróficos sucesos datados en lugares de los que Ulrich jamás había oído hablar.
“Los años de una vida mortal no alcanzan para descifrar los misterios de la muerte. Aquel que desee saber más allá de lo que cualquier brujo ha podido aprender, debe ser capaz de vivir más de una vida”.
Cuando llegó a esa página, una luz de esperanza se encendió en su cabeza. “…debe ser capaz de vivir más de una vida”, dejó escrito Nakot y Ulrich se dio a la tarea de investigar si también había detallado la forma de hacerlo.
Cuando al fin llegaron a Berlín y se dirigieron ante la presencia del obispo, un anciano y regordete sacerdote bávaro que estaba comenzando a perder la vista, el clérigo se reunió a solas con él, mientras el cazador y el resto de la comitiva fueron llevados a la humilde casa de huéspedes de la Iglesia por un monaguillo.
Recién al anochecer, Ulrich fue citado ante el obispo.
—Me dice el clérigo Eder que has aceptado su ofrecimiento —le dijo desde su sitial frente a un opíparo banquete al que estaban invitados todos los sacerdotes de la ciudad—. Dice que lo harás como una forma de limpiar los pecados que cometiste.
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Valquiria - Crónicas de Días Pasados
Ficción históricaFuerzas místicas han existido en el mundo desde antes que el hombre se alzara en dos piernas. Se trata de fuerzas más allá de nuestra comprensión, de entidades y criaturas que solo hemos podido explicar por medio de mitos y leyendas que han pasado d...