Pies de gelatina

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—Cariño, hoy tienes el día libre. Iré a la tienda para organizar un poco y cambiar de sitios algunas cosas.

—Genial, saldré un rato. ¿Bien?

—No vengas muy tarde.

Camine al parque más cercano para leer un buen libro, pero antes decidí pasarme por Starbucks por un café.

— ¿Cómo te llamas, preciosa? —pregunto un chico detrás de mí.

—Me llamo como me puso mi madre cuando nací. —dije rodando los ojos aunque no podía verme. Me entregaron mi café y me dispuse a marcharme.

—Estoy seguro que te puso un bonito nombre, porque eres muy bonita. —siguió el chico caminando a mi lado.

—Tus dones de galán úsalos con otra. —murmure intentando quitármelo de encima.

— ¿Por qué eres así?

— ¿Por qué todos preguntan lo mismo? Siempre nos dicen que seamos diferentes y cuando lo somos nos señalan de raros. Déjame tranquila.

—Venga ya, se amable. 

—Lo soy.

—No lo eres.

—Si te diría lo que pienso de ti supieras lo que no es ser amable.

—Eres bien difícil.

— ¿Qué es lo que quieres?

—Hablar un rato.

—Toma tu teléfono y márcale a tu mamá. Ya déjame tranquila.

—Pero…

—Joder, te ha dicho que la dejes. —El chico observo a Athan por unos segundos para luego encogerse de hombros y  marchare indignado.

— ¿A dónde ibas? —pregunto Athan a mi lado, tome un sorbo de café antes de contestar.

—Al parque.

— ¿Puedo acompañarte?

—Claro, ven.

Caminamos en silencio hasta el parque no habían muchas personas, algo extraño. Mayormente los parques estaban llenos a estas horas de la tarde.

Quiero montar en ese columpio. 

—Ah, ven, le diremos a esa niña que te deje montar por unos minutos.

— ¿Lo dije en voz alta? —pregunte sonrojada.

—Sí, no te preocupes. Ven hablaremos con la niña.

Era una niña de aproximadamente 10 años, tenía dos coletas y se mecía en el columpio despacio mientras disfrutaba su helado. Nos detuvimos frente a ella, me miro y luego paso su mirada a Athan.

— ¿Qué quieren?

— ¿Puedes dejar que ella se monte por unos segundos?

—Quiero 20 dólares.

—Eres chiquita pero sabes cómo estafar.

—El dinero.  —extendió su delgada mano hacia nosotros.

—Aquí tienes, que los disfrutes.  —dijo Athan pasándole los 20 dólares.

— Total ya me iba. —sonrió la chica mientras se terminaba el helado y se marchaba.

—No puedo creer que fuiste tan tonto en darle 20 dólares por esto.

— ¿Qué puedo decir? Todo por complacerte.

Enamorados de Athan McLoughlinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora