34.- ¿Volviste a tomar?

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Desperté en el hospital con una maldita resaca y con ganas de vomitar, me levantó de la cama pero me encuentro con una intravenosa, cuidadosamente la retiró y también quitó la pequeña pinza que se encuentra en mi índice. Salgo de la habitación a buscar un maldito baño. Cuando lo encuentro suelto toda la mierda que ingeri ayer. Después de que acabó, me levantó y me doy cuenta de que sólo tengo puesta una maldita bata. Caminó hasta la recepción.

—¿Dónde esta Isveth? —le gritó a la señorita.

—No le podemos dar información. —Esta llama a las enfermeras para que me lleven a mi habitación.

—¿Dónde esta mi novia? —fue lo último que dije antes de volver a vomitar. Unas enfermeras me llevaron a mi habitación, ellas me dijeron que ya me iban a dar de alta, me dieron mi ropa. Me cambié y ellas me dijeron que podía ver a Saito. Me llevaron a su habitación, yo entré. Ella estaba en la cama, conectada a un aparato cardíaco de el cual suena un pitido y una intravenosa, me acercó a ella, sus ojos están cerrados. Me siento a su lado y tomó su mano, sus brazos tienen una benda, acarició su cara. Roso sus labios con los míos y los presionó contra los suyos. Cuando los separe ella abrió los ojos. No pude evitar sonreir. —Isveth...

—Zac, ¿Qué te pasó en la cara? —Ella me miro preocupada.

—¿Por qué lo hiciste? —apreté su mano.

—Ella comenzó a llorar. —Zac..

—¿Por qué me engañaste?

—Lo siento.. —Ella se sentó, el pitido cada vez se hacía más rápido.

—¡Lo prometiste! —solté su mano. —Mierda, tu lo prometiste. —me levantó de golpe y comienzo a caminar por la habitación. —¡Me viste la cara de imbécil! ¡Eres una maldita infeliz, Saito! ¡Cómo te atreviste a hacerme esto a mí!

—Esto tiene una explicación. —Ella sollozo.

—¿Qué maldita excusa inventaras? —Golpee la pared. —¿Eh?

—Yo...

—¿Tu qué?... —Me acerqué a ella. —Habla Isveth.. ¿Con cuantos más te acostaste estando conmigo? ¿15, 20, más? ¡Habla maldita sea!  ¡Quiero saberlo! ¡Los mataré uno por uno! —él sonido de ese aparato estaba martillandome la cabeza, ella estaba ahogada en llanto al igual que yo. Entró un doctor.

—Desper.... —No acabó de decir la palabra. —señor salga de aquí. —Él doctor me guió a la puerta.

—¡¡¡NOO!!! —Gritó Saito. —Harry... perdóname.. por favor.

Estaba perdido, ¡maldita sea! Como la odio. Me senté en la banca de afuera. Él mismo doctor se me acercó.

—Señor...

—Miller. —Interrumpí.

—La señorita Park, ¿toma medicamentos?

—A veces —Me levanté de la silla.

—En el organismo de la señorita se encontró demaciado alcohol, drogas y pastillas.

—¿Y qué con eso? —Me crucé de brazos...

—¿Está al tanto de que ella tiene tres meses de embarazo, no es así?

—De seguro es de Marcó, llamelo a él, yo me largó. —Caminé hasta la salida.

El sol estaba demaciado fuerte y mi maldita resaca era insoportable, saqué mi móvil y llamé a Mario.

LLAMADA TELEFÓNICA.

—¿Harry?

—Mario, necesito que vengas a recogerme.

—¿Dónde Mierda estas? ¿Te busqué en todas las cárceles de la ciudad?

—No estoy en la cárcel. —Bufe.

—¿Entonces?

—Estoy en un hospital.

—¿Qué mierda te pasó?

—Ven a recogerme y cierra la boca.

FIN DE LA LLAMADA TELEFÓNICA.

Cuando llegó Mario, subí al auto en silencio.

—¿Qué te paso en la cara? —preguntó sin apartar la vista del camino.

—¡Nada! —Bufe.

—Volviste a tomar, ¿no es así?

—A quien le importa. —mire hacia la ventana.

—Te enteraste de que se llevaron a tu novia al hospital.

—Se quiso suicidar. —gruñi.

—Esa chica enserio necesita atención, medicamentos y tranquilizantes.

—Lo que necesita es dejar de ser tan zorra. —Murmuré.

—¿Qué?

—Nada..

—¿Ya no es tu novia?

—Gracias a Bob esponja, no. —suspiró.

—Que bueno, porque irás con Edward a Texas.

—¿Qué? ¿Con tu estúpido hijo. —lo miré confundido.

—Harás tu servicio militar con él.  —aceleró y se pasó un semáforo.

—¿Cuánto tiempo?

—Tres años.

—¡Estas loco! —Bufe. —en ese tiempo puedo graduarme de la Universidad.

—Podrás graduarte y también te enlistaras para el ejército. —entramos a una gasolineria. —quiero que hagas algo de provecho con esa fuerza que tienes.

—Así que por eso pagaste mi condena.

—Zac, no es por eso que te saqué del reformatorio....

—¿Entonces?

—Fue porque, quiero que seas feliz. —Me miró a los ojos. —Y con esa chica eras feliz.

—Cuando me voy. —Me crucé de brazos..

—Mañana mismo.

Mirame sólo a mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora