Capítulo 11.

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Desperté en su cama, con su mano rodeando mi cintura y su cara escondida en mi cuello. Ella todavía estaba durmiendo a juzgar por su respiración lenta y pesada. Me giré y le di un tierno beso en la nariz.

No sé cuánto rato me quedé mirándola embobada, pero debió ser mucho, porque me dio tiempo a admirarla, memorizarla y repasar sus facciones una por una.

Su cuerpo se movió y yo, quizás por inercia, cerré los ojos. Noté como se pegaba más a mí y sonreí.

- Sé que estás despierta, puedes dejar de fingir. — Dijo con la voz ronca mientras se incorporaba para mirarme.

- Lo de actuar siempre se te ha dado mejor a ti. — Repliqué. - Buenos días, Banana. — Le di un beso en la mejilla al que ella respondió con una sonrisa.

Ella se levantó, llevándose la sabana con ella y entró en el baño. Salió completamente vestida y me dijo que podía cogerle algo de ropa del cajón, que no le importaba.

Salimos de la habitación y preparamos el desayuno. Ella hablaba sobre temas variados, evitando el silencio a toda costa.

No estaba entendiendo su actitud, parecía como si no hubiese pasado nada entre nosotras y yo tenía demasiadas preguntas que hacerle. Decidí que era momento de hablar, y hablé.

- ¿Qué significa todo lo que pasó ayer, Ana? — Le solté sin pensar.

- Pues en realidad, no lo sé. — Dejó su café en la mesa y resopló. - Supongo que era algo que tenía que pasar y pasó.

- ¿Y ya está? ¿Eso significó para ti? — No quería, pero mi enfado iba en aumento.

- No sé lo que significó, de verdad que no lo sé. — Se sentó en el sofá y se cubrió la cara con el cojín.

- Yo no beso a mis amigas y después les hago venir a mi casa a altas horas de la madrugada sin saber qué significan para mí. — Me levanté de la silla. - Ni tampoco les preparo el desayuno después de follar con ellas la noche anterior.

- Mimi, por favor, para. — Noté como apretaba los nudillos y se mordía el labio. Sabía que lo hacía siempre que estaba agobiada, pero no me importó lo más mínimo.

- Tranquila, si yo ya he parado. — Dije en el tono más tranquilo posible.

Me dirigí hacia su habitación y me puse mi ropa de ayer por la noche, dejando la suya encima de la cama. Antes de poder salir por la puerta de su dormitorio, Ana se cruzó en mi camino.

- Espera, no te vayas, hablemos. — Me dijo mirándome y jugando con sus manos.

- De acuerdo, habla. — Le hice un gesto con la mano indicándole que esperaba a que ella dijese algo.

Esperé, de verdad que esperé, pero no dijo nada.

- Me siento subnormal. — Abrí la puerta y me giré hacia ella, que estaba sentada en la cama en posición de indio.

- Joder, Mimi, no lo entiendes. — Se levantó y se acercó hasta a mí. La frené.

- No, la que no entiende nada aquí eres tú, Ana. — Hice una pausa y reí sarcásticamente. - Llevo años detrás de ti. Años muriéndome cada vez que te veía, cada vez que no te veía, cada vez que me hablabas, cada vez que me dejabas de hablar. — En ese momento mi voz estaba rota, pero mis lágrimas no caían. Me negaba a llorar. - ¿Y sabes qué? Yo sí he soñado con lo que pasó ayer. He soñado durmiendo y despierta, con los ojos cerrados y abiertos. He soñado con esto de todas las formas y todas las maneras posibles. ¿Y sabes otra cosa? Podría pasarme horas, días y años hablando de todo lo que provocas en mí, de como colocas tu pelo cada vez que cae sobre tu cara, de como sonríes cuando me pillas mirándote, y de como me muero yo cada vez que lo haces. — Paré y tomé aire. - Y lo que me molesta no es sentirme así, lo que me molesta es que tú no sepas por qué te acostaste ayer conmigo, ni tampoco sepas lo que significó para ti.

No podía descifrar su cara y tampoco lo había intentado. Solamente pensaba en irme.

- Sin embargo, yo podría escribir cien obras de lo que siento ahora mismo, y tú, querida amiga, serías la protagonista en cada una de ellas. — Finalicé.

Respiré. Solté todo el aire de mis pulmones por la boca. Cuando terminé de decirlo quise morir en ese instante. Nunca en mi vida había dicho algo así, ni parecido. Le acababa de confesar todo lo que sentía por ella y no sabía dónde meterme. Nunca lo había dicho en voz alta, y al decirlo pareció incluso más real. El miedo y la vergüenza se apoderaron de mí, pero antes de esperar la respuesta de Ana salí de allí como si mi vida dependiese de ello. Abandoné su casa y bajé por las escaleras como si los escalones quemaran, y saqué las llaves del coche de mi bolsillo.

Subí y apoyé mi cabeza en el volante, derrotada. No sabía si había sido demasiado dura con ella, pero necesitaba decirle aquello.

Dejar de pensar sería la mejor solución así que después de intentar calmarme durante más tiempo del que quiero admitir, llegué a mi apartamento.

- ¿Ricky? — Grité al entrar a casa.

- Estoy en la cocina. — Me devolvió el grito. - ¿Vas a contarme tu maravillosa noche de sexo salvaj...? — Paró de hablar cuando entré a la cocina y me vio la cara. - Vale, creo que no lo harás.

Obviamente y tal y como yo esperaba, me hizo contarle hasta el más mínimo detalle de todo lo que ocurrió ayer, y para mi sorpresa, estaba más serio de lo normal.

- Creo que Ana está muy confundida, Mimi. — Me acarició el hombro. - Y entiendo tu posición, pero también entiendo que ella ahora mismo tenga dudas.

- Pues que lo hubiera pensado mejor antes de hacer todo lo que hizo ayer . — Dije mientras me daba masajes en mis sienes. Tenía un dolor de cabeza increíble.

- Pero si tienes toda la razón, rubia, no te la puedo quitar. — Me abrazó y me dio un beso en la coronilla. - Por cierto, ¿Ana va en serio con el chico que está conociendo?

- No lo sé, y tampoco quiero saberlo. Ella sabrá. — Dije levantándome de la silla. - Sólo quiero pegarme una ducha y dormir hasta que este puto dolor de cabeza se vaya.

- Joder, tía, sé que soy pesado, pero tanto como para llamarme dolor de cabeza... — Se hizo en ofendido.

El humor tan peculiar de Ricky no se esfumaba ni en los momentos más tensos. Quizás eso era lo que lo hacía tan especial.

- No seas tan egocéntrico, por favor. — Rodé los ojos y le di un beso en la mejilla, saliendo de allí y dirigiéndome al baño.

La ducha duró más de lo normal, pero lo necesitaba más que nunca. Desconecté mi mente por unos minutos y eso era algo que realmente agradecía. Me puse ropa cómoda, me sequé el pelo y me tumbé en mi cama.

Los flashes de la noche anterior recorrían mi mente a su antojo y en mi pecho había una mezcla entre rabia y nostalgia. No podía parar de recrear en mi cabeza una y otra vez cada beso, cada caricia, cada palabra.

Mi móvil sonó y lo desbloqueé, esperando que fuera ella, pero no.

Miriam: ¿Os hacen unas cervecitas de tranquis esta noche en mi casa? Invito yo, maricones. 🤘

Roi: Madre mía, hoy también, esto es un no parar... ¿A qué hora has dicho?

Cepeda: No te pierdes ni una, jodido.

Los mensajes no paraban de llegar, unos aceptando la invitación de Miriam y otros excusándose. Mis ánimos de ir eran inexistentes, lo que menos me apetecía era ir y que ella también estuviese allí.

Mimi: Miri, no puedo ir, lo siento. La próxima no me la pierdo por nada del mundo, que lo sepas.

Bloqueé el móvil y cerré los ojos. Dormir era la mejor opción.

Inefable -Warmi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora