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—...y se fue —termino de decirle a Lucía. La primera sesión que ya no tendría con ella y me encuentro aquí por voluntad propia. A este grado de no saber qué hacer he llegado.

—¿Ya te disculpaste?

—Lo haría si me dejara. La llamé unas veinte veces, le mandé catorce mensajes y la he buscado todo el día.

—Te está evitando.

—A toda costa —confirmo —. Lo peor es que tampoco sé qué le diré. La única amiga que había tenido es Abi y ella nunca se ha molestado conmigo.

—Las ventajas de que seas su enamorado —suspira, dejándose caer en su silla y viendo distraídamente sus manos —. A todo esto, ¿por qué le dijiste eso?

—Estaba sorprendido.

—Sí, lo sé. Me refiero a que fue una sorpresa negativa. ¿Por qué?

—Me gustaba su cabello largo —contesto, encogiendo mis hombros.

—Volverá a crecer —apunta —. Es algo tan banal que incluso a mí me extraña que reaccionaras así.

—¿Tan malo fue?

—Tal vez para ella sí.

—Necesito disculparme. Tiene que venir la próxima hora, ¿cierto?

—Para el momento en que tu clase termine ella se habrá ido —me avisa.

—¿Quién dijo que entraría a clases? —menciono.

—Mi trabajo me obliga a decirte que no deberías faltar.

—Tu trabajo es aconsejarme. Eso hiciste, siéntete bien por eso —sentencio, levantándome del asiento.

—Aún no termina la hora.

—La maestra Lydia me pidió que la ayudara antes de clase —me excuso. Me dispongo a salir, antes de cerrar la puerta volteo a verla otra vez —. Gracias. Sé que es tu trabajo pero... gracias por escucharme.

•°•°•

Esperar a Carol me parece una completa eternidad. Nunca me he disculpado con alguien que no sean mis papás. ¿Qué le voy a decir? ¿Qué pasa si no quiere escucharme? Apenas escucho la puerta me levanto. Nuestras miradas se cruzan antes de que se de la vuelta con un mohín. La sigo inmediatamente, en silencio. Llegando al parque se detiene tan de repente que choco con ella. Luego se sienta en el pasto y clava los ojos en él. Hago lo mismo, aliviado de que al parecer me escuchará.

—Lo siento —empiezo —. Ayer no debí comenzar con eso; luces bien, incluso adorable. —No contesta. Lo intento unas cuantas veces más con el mismo resultado —. No puedes dejarme sin mi mejor amiga. —Es lo último que podría decir. Si sigue sin hablar no sé qué haré —: Mi única amiga.

—Te disculpas de pena. ¿Te lo habían dicho? —pregunta, levantando la mirada y clavándola en la mía. Por fin puedo soltar el aire que contenía.

—Nunca había tenido que hacerlo —digo —. ¿Significa que estoy perdonado?

—Significa, que además de invitar el almuerzo, te toca correr con los gastos del Arcade —corrige.

Apuesto a que sonrío como estúpido porque ni siquiera puede simular un gesto serio. Estoy tan aliviado que la tomo por la cintura levantándonos a los dos para cargarla y darle vueltas. En lugar de bajarla de nuevo la coloco en mi hombro para llevarla así de regreso. A pesar de sus protestas —y sus codos lastimándome— no la dejo.

•°•°•

Carol y yo acordamos jamás experimentar sin antes saber qué es lo que vamos a probar. La pizza en ese lugar fue tan espantosa que me quitó las ganas de volver a comer por un tiempo. La cosa mejoró cuando entramos al Arcade recién remodelado. Mi amiga se cayó de una forma tan graciosa y extraña que no sabía que una persona pudiera doblarse tanto. Claro que, se desquitó con su juego favorito que no termino de dominar.

—Creo que debemos dejar el Arcade para los fines de semana —menciona, camino a su casa.

—¿Quieres tener público cuando hagas tu caída combinada con posición de yoga? —me burlo de nuevo.

—Ja, ja, ja. No, quiero mostrarle a tu mamá que soy buena compañía —explica —. Y hacer que llegues hasta la noche hace todo lo contrario a ayudarme.

—No te esfuerces, será en vano.

—¿Por qué?

—Porque eres una chica. —A juzgar por algo que me dijo hace poco, creo que Abi la ha influenciado lo suficiente para alejar a Car o a cualquier fémina que se me acerque.

—¿Y?

—Y que, a menos que te gusten otras chicas, no puedes hacer nada —menciono.

—Oh.

—Oh —repito, con una sonrisa.

—¿Cómo trata a tus novias? —me pregunta. La miro en plan «dímelo tú» —. Has tenido novias, ¿cierto?

—Algo como eso —digo. Emma y yo fuimos algo. Lo suficiente para que pudiera botarme.

—¿Por qué?

—Pregúntaselo a ella —ironizo.

—Asumo que vive muy lejos, por lo tanto, sólo puedo conformarme con tu versión.

—Salimos un par de veces —le explico —. Había días en que iba por ella al instituto y la llevaba a casa. Los mensajes de texto nunca faltaban.

—Estaban juntos sin ser nada —dice.

—En pocas palabras.

—¿Y qué fue lo que pasó?

—No lo sé. Un día estaba todo malditamente bien y al siguiente... Su manera de terminar todo fue cortarlo de raíz, me evitó a toda costa hasta que dejé de intentarlo —termino. Creí que lo había superado lo suficiente para poder contarlo sin problema. Tal parece que el que me acabara de rechazar —otra vez— sacó a relucir heridas pasadas.

—¿Hace cuánto pasó?

—Seis meses.

—¿Cómo es? —indaga.

—Hermosa —contesto sin detenerme a buscar las palabras —. Es divertida, simpática, amigable, extrovertida, atrevida... Desde que la conozco siempre la he visto como una chica extraordinaria y fascinante.

—¿La viste? —continúa su interrogatorio —. Me refiero a... durante las dos semanas que estuviste allá.

—No sólo la vi. Mis tíos la llevaron a cenar con nosotros la noche que llegué. Y casi todas, después de esa.

—Te gustó pasar tiempo con ella —sentencia.

—Fueron los mejores días de todo el jodido año que he tenido —respondo. A excepción del último detalle, por supuesto que lo fueron.

Creí que seguiría preguntando más. Para ser una chica tan curiosa, nuevamente me sorprendió al quedarse callada después de mi última respuesta. No habla hasta que tiene que despedirse. Lo hace tan rápido y baja. Espero a que entre y tal vez a que me lance una última mirada. Aunque simplemente cierra la puerta.

¿Volví a decir algo malo?

¿Y Otra Más?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora