Capítulo 11

3.3K 277 5
                                    

Lo siento

Durante las siguientes 10 horas de viaje, ninguno se atrevió a mencionar palabra alguna, ni siquiera sobre algún tema tribal. No conocemos a John, no sabemos cuales son sus intenciones o si podemos confiar en él.

Mis ojos no se despegaron del rostro de Frank o Víctor. Víctor tomo asiento a mi lado, sosteniendo las piernas de Frank, durmiendo sobre la ventana. Mientras la cabeza de Frank reposa en mis piernas, mis manos juegan con su cabello oscuro de vez en cuando o recorren sus mejillas suavemente.

Me hace sentir cerca de mi hermano, me da esperanzas, Frank volvió a mi y me trajo la esperanza de poder encontrar a mi hermano, existe la oportunidad, la posibilidad.

—Creo que llegamos — advierte Emma en un murmuro.

Tomo el brazo de Víctor y lo muevo con delicadeza logrando que despierte.

Los autos se detienen y las puertas se abren, por lo que, con delicadeza, hago lo mismo dejando a Frank descansar sobre el asiento.

—Quédate con el — le digo a Víctor, quien rápidamente intenta reprocharme, pero salgo del auto antes.

Doy un par de pasos hacia Tamara, pero me detengo cuando 30 personas nos rodean con armas en las manos, ordenandonos mantenernos quietos.

—Arrojen sus armas al suelo — ordena un hombre quien tiene la mitad de su rostro cubierto con una pañoleta.

Tamara se agacha dejando su pequeña escuadra en el suelo, al igual que lo hacen todos los que están armados.

—Ahora patéenlas — habla el mismo hombre —. Que bajen de los autos los demás — ordena una vez que sus soldados recogen las armas que entes usaba la gente de Tamara.

Miro hacia el auto, John, Emma, Víctor y Frank salen del auto despacio y se unen a nosotros con pasos suaves. Víctor se para a mi lado y toma mi mano, mientras con la otra, sujeta la de Frank.

—Caminen — ordena el hombre mientras nos guía a la entrada del área.

Una vez que atravesamos los muros, las miradas caen sobre nosotros, alrededor de cien personas nos miran como si fuéramos unos fenómenos, o tal vez solo intentan encontrar respuestas en nuestros rostros, pero apuesto que solo somos un reflejo de su curiosidad y duda.

Una señora joven se acerca a nosotros con una sonrisa —Hola, lamento que los hayan asustado ahí afuera — se encoje de hombros —. Protocolos de seguridad. Mi nombre es Eleanor, soy doctora, me encargare de asistirlos.

La gente poco a poco se disipa, vuelven a lo que hacían antes y comienzan a olvidar que estamos aquí, tan rápido que parece que nunca fuimos unos extraños.

—¿Qué es esto? — pregunta Emma.

—Esto es a lo que llamamos nuestro refugio, todo aquel que lo necesite es bienvenido. Ahora, me gustaría revisarlos a todos, debemos asegurarnos de que estemos a salvo, tanto ustedes como nosotros.

—¿Qué nos van a hacer? — pregunta John.

—Tómenlo como una revisión rutinaria con su médico de siempre.

—Salvo que no lo es — murmura.

La doctora sonríe de lado y gira sobre sus talones —Síganme.

Comenzamos a caminar siguiendo sus pasos a la distancia, pero antes de seguir moviéndome, su voz llega a mis oídos.

—¿Alex?

Me detengo de golpe, un escalofrío recorre toda mi espina dorsal y termina en mi cuero cabelludo. Siento que mi cuerpo pierde el calor y no puede hacer más que temblar. Mis pulmones parecen olvidar como trabajar, al igual que mi cerebro.

Víctor me mira y murmura un: —Estaremos esperándote —, antes de soltar mi mano y seguir su camino.

Me giro temblando, con duda y con miedo. Ha llegado el momento de enfrentarlo, de enfrentar la verdad, de ser sincera no solo con él, sino conmigo misma también.

Mis ojos miran su rostro y vuelven a mí todos los recuerdos, como olas gigantes que trabajan arduamente por hundirme en lo mas profundo y así ahogarme.

Sus ojos azules buscan los rostros que tanto ansían ver, los rostros de mi madre y mi hermano. Mientras lo hacen, sus pies lo acercan cada vez más a mí.

—¿Dónde está tu madre... Emiliano? — pregunta con la voz quebrada. Se que la noticia aun no es oficial, pero el miedo y el dolor ya son evidentes en cada parte de su ser.

Bajo la mirada sintiendo como mi garganta es presionada por el nudo que se forma dentro de ella, siento mis ojos arder mientras acumulan las lágrimas que luchan por salir, mi pecho se comprime, mi mente me traiciona y me deja paralizada frente al hombre que me existe respuestas. Pero ¿Cómo podría dárselas?

—¿Alex? — me llama con un hilo de voz apenas perceptible.

Niego y lo miro. Confusión es decir poco a lo que veo en su rostro. Hay dolor también, sufrimiento y preocupación.

—Lo siento... yo... lo siento — susurro y dejo mi cuerpo caer. Mis rodillas impactan con el suelo, pero no hay dolor, al menos, no en la zona del impacto, si no que esta en mi pecho, todo el dolor se aloja muy en el fondo de mi pecho.

Las lagrimas comienzan a desbordarse y siento sus manos sobre mis hombros.

—¿Qué estás tratando de decir?

Lo miro —Ellos no vendrán. Mamá ya no esta y... no sé donde esta Max.

Sus ojos parecen perder vida, pero no se alejan de los míos, su rostro parece endurecer sus facciones, ya no puedo ver más que dolor a través de él.

Sus manos se alejan de mi piel y retrocede unos centímetros. Su mirada pronto de pierde en el suelo y sus manos van a su cabello rizado, estos se enredan en sus dedos y parecen hacerlos desaparecer.

—Lo siento... — repito con debilidad.

Me mira y vuelve a acercarse, sus brazos esta vez me rodean y se aferran a mi pequeño cuerpo. Oculta su cara entre mi cabello y comienza a llorar, justo como lo hago yo.

—Yo lo lamento, perdón, debí... debí estar ahí, debí haber cuidado de ustedes, todo esto es culpa mía.

Me aferro a su abrazo y cierro los ojos sin poder detener el mar de sentimientos en mi interior, sin poder detener las lágrimas que salen una tras otra sin parar.

Zona cero: Entre sombras©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora