Su rostro se tensó, contrajo sus rosados labios y cerró los ojos mientras tenía la cabeza ligeramente inclinada en dirección a su plato.
-Suelo ser así-masculló.
-Claro, pero sólo conmigo ¿no?
-Si vamos a fingir que nos agradamos, no hablemos de esto-refunfuñó.
Fruncí el ceño.
-¿Entonces de qué quieres hablar?-reté.
-Pregúntame lo que quieras saber...
Abrí la boca para hablar.
-Que no sea, lo que te he dicho-advirtió.
¡Rayos! Todas las pregutas que tenía para hacerle eran acerca del tema que él quería evitar... y en todas había un ¿por qué? Volví a fruncir el ceño y torcí el gesto. De seguro la expresión que produje fue graciosa, puesto que vi cómo los labios de Kendall se curvearon levemente en un intento de sonrisa.
-Tengo entendido que te transferiste de Universidad. ¿Porqué?-pregunté y la leve sonrisa que se había formado en sus labios, desapareció.
-Por que soy un idiota-masculló.
¡Pero qué chico tan bipolar!
-No eres un idiota-dije y el me miró-si lograste transferirte, cosa que nadie que conozca ha hecho; entonces no eres tan idiota como dices-me encogí de hombros.
-No hables de lo que no sabes...-volvió a mascullar.
-¿Sabes qué? Pensándolo bien, sí eres un idiota, con esa actitud tan odiosa...-bufé-yo no sé cómo Andrea puede decir que eres un ángel.
El posó su vista en ella y acto seguido miró hacía abajo, parecía estar luchando consigo mismo, como si fueran dos partes dentro de él; y desconocía contra que estaba peleando... y eso, precisamente eso, el misterio que lo caracterizaba; me hacía permanecer allí, como si estuviese atada a aquella silla, esperando quizá que él se diganara a hacer participe a la verdad.
El misterio que había dentro de Kendall me apasionaba, me obligaba a soportarle, me tenía encantada.
-La descripción de un ángel no es precisamente igual a mí...-musitó.
En su modestia pareció estar seguro; como si hubiese visto algo más a lo que se le adjudicara mejor el calificativo. Aunque para mí, él era lo más cercano al parecido con un ángel, sin contar a Logan. Me percaté de que me miraba.
-Para ser un idiota, no eres engreído-mascullé.
-Para ser una niña que habla demasiado, no eres tan molesta.
-¿Tan?
-Comamos, por favor. Así la noche se acaba más rápido y ambos quedaremos libres de esto-dijo y acto seguido se introdujo un bocado a la boca sin dejar la elegancia de lado.
Le miré con cierto desdén.Era insoportable, sin embargo allí estaba, torpemente encantada por el misterio.
-¿Puedo hacerte una pregunta más?-cuestioné con voz vacilante.
El me miró esperando, y tomé aquello como un sí.
Abrí la boca para hablar pero no dije nada.
-Olvídalo-dije meneando la cabeza ligeramente y bajando la mirada.
-¿Tan rápido te arrepentiste?-me desafió.
-Bueno, tú dijiste que hablo demasiado, creo que es hora de que me calle-me encogí de hombros.