Capítulo 7, Parte 8

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Carmen tenía pleno conocimiento de que ese jueves era un día sagrado. Ese día era el cumpleaños del que alguna vez fue su novio y ahora era su esposo. Era el cumpleaños de la persona que había prometido amarla y hasta ese momento la promesa se cumplía al pie de la letra.

Llegó al bufete y penetró de inmediato a la oficina de su jefe para entregarle el trabajo con el que pasó casi toda la noche en vela. Entre su jefe y ella estaban dándole forma a la defensa de un cliente y lo más probable sería que ambos volvieran a los tribunales dos o tres veces más. Su superior recibió el trabajo y estaba muy conforme con lo que ella había realizado, lo leía rápidamente y afirmaba con la cabeza.

—Bien, bien. —Decía al comparar las hojas que Carmen les entregó con las que él había sacado de un viejo archivero.

Ella sabía que esa era la mejor oportunidad para pedir que al menos por ese día, como compensación por su gran trabajo, salir un poco más temprano de lo habitual y a su favor estaba que ese día no sería muy activo como el anterior.

—Señor Rivera.

—¿Si? —El hombre alzó la vista mientras ella seguía parada delante del escritorio.

Con sus antojos puesto el hombro le hizo la pregunta con un tono de voz sereno como siempre lo tenía pero cuando estaba en un tribunal delante de un juez se transformaba en otra persona y era como una fiera humana que defendía a su cliente.

—Necesito —tenía timidez por pedir algo tan poco profesional —que por favor me permita salir un poco más temprano de la cuenta.

—Sí claro, no se preocupe. Incluso yo mismo me marcharé más temprano de la cuenta porque no he podido dormir nada por tanto trabajar con todos estos documentos.

Carmen sintió que la balanza se inclinó a su favor.

—Muchas gracias. De verdad muchas gracia señor Rivera.

El hombre le decía que no era nada y le volvió a repetir que no se preocupara. Le pasó unas hojas a Carmen para que copiara todo lo subrayado, le facilitó unas actas para que le sacara unas copias y le dijo que cuando tuviera todo listo volviera a la oficina para que repasaran algunos puntos de la defensa que estaban creando. Ella salió de la oficina e hizo todo eso. El tiempo pasó volando entre una actividad y otra y de un momento a otro ya estaba fuera del bufete.

Se fue al supermercado más cercano y compró una botella de vino, un pastel de chocolate pequeño, globos y en el área de libros adquirió uno que era de muchísimo interés para Tyrone. Pasó por una papelería y compró un marcador negro y una cartulina blanca. Tomó un taxi y se marchó al hospital donde trabaja Tyrone para darle un sorpresa. Durante el camino eran las cinco y veinte de la tarde y él terminaba su turno a las cinco y media. Llegó al hospital y a los pocos minutos él salió.

—¡Feliz cumpleaños doctor!

Lo único que se le pudo ocurrir a Tyrone fue reírse. Sin él esperar nada similar su esposa estaba en las afueras del hospital esperándolo con una cartulina blanca que tenía escrito "Feliz cumpleaños mi vida" con marcador negro.

—Te amo tanto Carmen.

Él corrió hasta donde ella estaba y le dio un fuerte abrazo. El sol estaba muriendo y muchos de los compañeros de Tyrone también salían del hospital porque el turno de ellos ese día había terminado. Se percataron de que su colega estaba de cumpleaños y se unieron a la pareja para felicitarlo.

Cuando llegaron al departamento Carmen le pasó una caja envuelta en un papel de color verde y con un lazo de color rojo. Por la forma de la caja pensó en varios objetos pero se inclinaba por la idea que más pasaba por la mente, rompió la envoltura de la caja y la abrió. Era lo que pensaba, un libro, Carmen le había regalado El extranjero de Albert Camus un libro que él deseaba leer desde hacía muchísimo tiempo.

Tyrone le agradeció muchas veces durante toda la noche el regalo tan valioso para él pero le agradeció mucho más la sorpresa que le había dado cuando salió del hospital. Aquella noche cenaron pizza que ordenaron por teléfono, vieron una película y se quedaron un largo rato en el mueble de la sala.

—Ty.

Estaba nerviosa, no hallaba las palabras necesarias para decirle el estado en el que ella se encontraba.

—Tengo que decirte algo mi amor.

—Adelante, todo lo que me digas para mí es felicidad absoluta.

Suspiró, entró aire y valor a sus pulmones.

—Estoy —una sonrisa iba creciendo en su rostro —embarazada.

Tyrone no se lo creía. Por su mente, como si fuese una película, pasaron miles de imágenes de Carmen, un hijo y él en la sala. Los tres como una familia común y corriente.

—Seremos una familia hermosa.

Cuando llegó la hora de dormir Carmen se aquejó de un dolor punzante en la zona abdominal pero tranquilizó a Tyrone y le aseguró que lo más probable era que la pizza le había caído mal.

—Bueno pero si te sigue el dolor avísame porque quiero cuidar de la mejor manera a mi embarazada favorita. —Le dijo mientras estaban acostados en la cama y él pasaba su mano por el vientre de ella.


Ella, mi diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora