Capítulo 7, Parte 4

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En la mañana de un jueves radiante con los pájaros cantando, el sol con sus rayos aún en proceso de maduración y la atmósfera soplando unos aires frescos ambos estaban desayunando en la mesa de la cocina. Tyrone leía el periódico y Carmen abrió la boca para hablar de un tema indispensable en una vida en pareja.

—Algún día tendremos que tener un hijo Ty. —dijo ella con cierto nivel de timidez puesto que eso era un tema muy delicado y ambos apenas acababan de conseguir unos buenos trabajos donde ganaban un cantidad justa de dinero.

—Hermosa.

—¿Sí? —preguntó Carmen con la timidez haciéndose sentir aún.

Dobló el periódico, se lo puso en las piernas y con un cuchillo y la ayuda de un tenedor Tyrone tomó una rebanada de un pan cake servido en un plato con forma cuadrada y se lo llevó hasta la boca a su esposa. La alimentó.

—Vamos a tener muchos niños bellos, tan bellos como su madre, tan bellos como tú.

Carmen fue la primera en terminar de desayunarse y se marchó rápido del departamento porque ese día su jefe tenía que asistir a un juicio y ella debería de estar ahí con él a primera hora. Fue hasta la sala, cogió unas carpetas que contenía copias de unos documentos y se despidió de Tyrone con un beso en la mejilla y otro en la boca.

Cuando se quedó sólo y había terminado de leer y de desayunar Tyrone se quedó sin nada que hacer. El turno que le tocaba a él comenzaba a las ocho de la mañana y terminaba al mediodía pero era las seis y cuarenta y ocho de la mañana, aún le sobraba tiempo para marcharse. Se puso a pensar en lo que le había dicho el superior de él, el Dr. Herbert, que si seguía con el buen ritmo de pacientes satisfechos y su buenas reacciones en situaciones bajo presión rápidamente le podría conseguir un pequeño consultorio donde podría ejercer más cómodamente su profesión y en aun tiempo no muy lejano también podría ganar más dinero del que ganaba en esos momentos. Entonces, como si una neurona de su cerebro hubiese estado tratado forzosa y continuamente en eso, recordó la carta que sus padres le habían hecho llegar.

Cuando la carta llegó a manos de Tyrone el día de su graduación sólo leyó la parte en que lo felicitaban por su logro y donde expresaban lo orgullosos que estaban de él pero no leyó más de ahí, la otra parte de la carta era algo desconocido y aquella mañana de ese jueves cuando tenía tiempo hasta para ver algún programa de televisión fue a buscar la carta.

Buscó debajo de la cama y sacó una caja donde en su interior tenía unos cuantos cuadernos de su época como estudiante universitario y entre todo los esos recuerdos encontró la carta. La leyó:

"Hola hijo, tu madre y yo hemos sabido que hoy te gradúas como médico. Te queremos felicitar de corazón, desde lo más profundo de nuestro ser un sentimiento enorme de felicidad crece al saber que ya eres todo un profesional.

Estamos muy orgullosos de ti hijo, eres lo mejor que la vida nos ha regalado.

Con respecto a tu novia nosotros estamos muy contentos de que hayas conocido a una persona que te haga muy feliz pero además de eso estamos muy felices de que hayas encontrado a la que te interesa mucho y le importas algo que en estos tiempos en muy difícil de encontrar. Cuando rechazaste la propuesta de irte a estudiar en una buena universidad nos molestamos bastante con tu elección pero ahora, al saber que eres todo un profesional y estas al lado de alguien valioso para ti estamos satisfechos de que todo haya salido como querías y eso es lo que vale, tu voluntad.

Te deseamos lo mejor, doctor."

Ahora lo supo todo y un sentimiento de tranquilidad lo invadió. Sus padres estaban conscientes de que lo que él había hecho hace diez años lo había hecho por amor.

Unos minutos más tardes se preparó por completo, se secó algunas lágrimas que le brotaron de sus ojos, procuró que todo estuviera en orden y se marchó al hospital a trabajar.


Ella, mi diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora