Capítulo 8, Parte 1

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Aquel mismo domingo cuando Carmen ya estaba instalada en una de las habitaciones del hospital el Dr. Herbert ordenó a la enfermera Claudia a que tomara una muestra de sangre de la paciente para fines de estudio y fue enviada al laboratorio para que se le realizara un análisis. Los resultados y las cifras de dicho análisis arrojaron que ella estaba padeciendo de Colangitis esclerosante primaria y esta enfermedad destruiría progresivamente su hígado hasta dejarlo inservible. Al ver los resultados el Dr. Herbert rápidamente investigó el tipo de sangre de Carmen y se enteró de que era B positivo, una vez supo esto de inmediato la puso en la lista de pacientes que necesitaban con urgencia un trasplante de hígado.

En la habitación 114 Carmen estaba en la camilla quejándose de los dolores que ya no eran tan fuertes gracias a los analgésicos cuidadosamente suministros debido a su recién embarazo. Las horas en esos momentos eran muy extensas, el reloj de la habitación parecía paralizado siempre en la misma hora. El rostro de Carmen se ponía cada vez más pálido y la desesperación de Tyrone iba creciendo al no tener ninguna señal de poder salir de ese calvario. Carmen postrada en la cama, limitada de movimientos, le decía a Tyrone que todo estaría bien y con su voz dulce ella lograba calmarlo por largos ratos.

Pasaron unos días en los que Tyrone apenas comía y Carmen sólo podía tomar líquidos por el estado en que se encontraba su hígado. Un martes por la mañana se apreció el Dr. Gómez en la habitación.

—Buenos días ¿cómo está la paciente?

Carmen sólo pudo brindarle un sonrisa porque no pudo dormir muy bien en la noche y en esos momentos se encontraba con fuerzas casi nulas. Tyrone respondió en lugar de ella.

—Pues ya ve, ella siempre firme. —Su voz no expresaba ningún estado de ánimo, era un ruido insípido y carente de alguna emoción.

El doctor había ido hasta allá para avisarle a Tyrone que el Dr. Herbert quería hablar con él y que le esperaba en su consultorio. Tyrone se paró de la silla donde estaba sentado y le pidió a su colega que se quedara a hacerle compañía a Carmen en lo que él volvía de su encuentro con el Dr. Herbert. Le dio un beso en la frente a su esposa y abandonó la estancia.

De camino al consultorio iba sosteniendo con su mano derecha una bebida energética que era lo que más consumía desde el día en que Carmen fue ingresada. Por alguna razón tenía un mal presentimiento, una corazonada negativa, sentía como si una fuerza invisible y sobre natural se abalanzaba sobre él y le derramaba una fuerte y pesada carga de temor y angustia

El pasillo, que en días anteriores recorría en pocos segundos, parecía ahora una tortuosa extensión territorial donde a cada paso que daba un profunda pena y una inmensa tristeza invadían sus pensamientos y donde miles de escenarios sin la presencia de Carmen se iban formando en su mente con el único fin de atormentarlo y hacerle perder la paz que no tenía.


Ella, mi diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora