Capítulo 2, Parte 7

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En la habitación, recordó la misión con que despertó, ver a Carmen. Ya era la hora adecuada para ir tocarle su puerta, seguro estaba despierta, pero desgraciadamente no tenía la certeza de en que habitación se hospedaba ella así que volvió otra vez a la recepción a tratar de que la señora Gertrudis le proporcionara la información que necesitaba. Habitación doce, el primer piso, un piso antes del suyo.

Dos toques, nadie responde. Tres, cuatro toques y siguen sin responder, abandonan y dando la espalda a la puerta escucha esa voz dulce.

—Tyrone, por Dios dormí demasiado, es un poco tarde.

—¿Te desperté? Lo siento muchísimo no era mi intención, pensé que habías despertado, me iré tú sigue des...

—No, no, no es nada, vamos pasa adelante.

Tyrone volvió a pedir excusas pero Carmen se limitó a reír. En la mesa había una caja de cigarros que ella tomó, la abrió, sacó un cigarro que se lo llevó a la boca y lo encendió con un encendedor plateado, no era el mismo de la noche pasada.

—Tenía que haber despertado hace una o dos horas más temprano.

—¿Por qué razón? Estamos de vacaciones y nuestra mayor prioridad es descansar.

—Lo sé pero tengo que comprar la comida que consumiré esta semana y no tengo idea de donde pueda comprarla, iba a despertarme temprano para poder aprovechar que la temperatura estaría fresca y así investigar donde habría un mini-market, un mercado o algo así.

—Yo sé donde puedes encontrar uno.

Sacándose el cigarro de la boca rápido y más prisa expulsando el humo, dijo un tono de sorpresa:

—¿Hablas en serio?

—Sí, ayer fui a comprar unas cosas antes de tú fueras a mi habitación.

—Es genial.

—Y no está tan lejos de aquí.

—Mucho mejor ¿Crees que tengas de estos cigarrillos?.

—Seguro que sí, todo el mundo fuma.

—No todo el mundo porque tú no lo haces.

—Buena jugada abogada, ¿Quisieras que te acompañe?

—Por supuesto tonto y tampoco sé dónde queda, te lo iba a pedir de todas las maneras.

—Tranquila, no me ofendas tan temprano. —dijo Tyrone en forma de broma.

—Oye ¿crees que tengan de estos cigarrillos?

—Seguro que sí, todo el mundo fuma.

—No todo el mundo porque tú no lo haces.

—Muy buena jugada abogada Moreno.

—¿Puedes esperarme unos minutos? Me daré un baño antes de irnos.

—Vale, te espero.

Y entró con la ropa que se iba a poner una vez lista para marcharse, seguramente saldría con ella puesta.

Tyrone se quedó sólo, oyendo como el agua que salía de la regadera caían para chocar con el suelo y producir el típico chasquido pero el sonido era opacado por la voz de Carmen al cantar una canción, 19 días y 500 noches de Joaquín Sabina. En la habitación donde se hospedaba ella el sol entraba con más fuerza, lograba a iluminar rincones que no permanecían oscuros en la de él o al menos esa su hipótesis, pero no podía asegurarlo porque apenas era su primer amanecer en el rancho. Tanto las sábanas como las cortinas de la habitación eran rojas, a diferencia de las de él que eran azules y pensó que esa era la secuencia, azul-rojo-azul, primer piso azul, segundo piso rojo, tercer piso azul e imaginando el edificio pintado por fuera de esa manera llegó a la conclusión de que parecía a una bandera nacional.

Pudo detectar que el chasquido del agua y la voz de Carmen cesaron.

— ¡Maldición! —gritó desde el interior del baño —¿Sigues ahí Tyrone?.

—Ese era el trato.

—Necesito que me hagas un favor.

—¿Qué necesitas?

—La toalla, he dejado la toalla afuera y no la he traído conmigo hasta aquí, está en la cama, en el espaldar, ¿la puedes ver?.

—Sí, la veo.

—Por favor, tráemela.

Fue al espaldar de la cama, tomó la toalla y fue a la puerta, la abrió y vio a Carmen, en su estado natural, desnuda. El pelo húmedo se impregnaba en su tez morena, su piel brillaba gracias a el agua que recorría su cuerpo, una figura esbelta tallada por ángeles o demonios que tentaban contra la santidad del hombre, sus senos eran dos colinas iguales que coqueteaban con el aire por medio de esos pezones libres de todo sujetador y que ahora los ojos de Tyrone se deleitaban con esa semejante vista, y su sexo, ni hablar de aquella parte culpable de crear guerras entre hombres, poseedora de la fuerza de levantar las pasiones más humanas y carnales, las fantasías de la intimidad de una cama y la parte con el poder de ver y vivir en carne propia el nacimiento de una nueva vida, no pudo ver mucho, fue lo primero en ella ocultar pero pudo notar que había una ausencia de vello en esa zona.

—¡Tyrone!¡Tenías que haber tocado la puerta!

—¡Dios mío, lo siento Carmen!

Le arrojo la toalla y cerró la puerta con fuerza.

Ella, mi diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora