CAPÍTULO 1

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Hasta el día de hoy, solo odiaba tres cosas: las bebidas gaseosas calientes, pisar un charco con calcetines, y la terrible pero inevitable tendencia a aborrecer tu canción preferida por ponerla de despertador. Tras veinticinco minutos de reloj caminando con una pesada mochila a cuestas, estoy pensando en cambiar mi tercer odio por la desgracia del senderismo. Recorrerte las afueras de Salisbury con una linterna a punto de olvidar su función, y solo porque quieres beber hasta perder el sentido en la víspera del nuevo curso, no es peor que una Coca-Cola calentorra o una media empapada, pero sí que asociar un tema de Lenny Kravitz a madrugar, y no volver a escucharlo por eso.

—¿Cuánto queda, Monroe? —pregunto, inclinándome hacia delante con gran dramatismo—. Perdón si parezco Asno, pero no estoy preparada físicamente para estos periplos. El único ejercicio que hago es cargar las bolsas de la compra hasta el apartamento, y dormí con la luz encendida hasta los quince años. Preferiría no morir ni de cansancio ni de miedo a la oscuridad antes de cumplir los veinticuatro... gracias.

Monroe frena de golpe.

A diferencia de mí, que para agarrar un pedo monumental debo cargar con mi propio arsenal de cerveza, mi querido amigo camina libre como el viento. También difieren bastante nuestros motivos para invadir Stonehenge el día del solsticio de verano. Yo quiero ser parte de una fiesta épica que pasará a los anales de la historia, mientras que él ha venido a sentir la energía de los antiguos druidas en el ambiente de los megalitos.

No es ninguna especie de broma. Quizá sea por su ascendencia irlandesa —antiguo pueblo celta— o porque se tiró dos años sabáticos entre el instituto y la universidad viviendo con una tribu de gitanos nómadas que le contagiaron su pasión por el esoterismo; el caso es que es de estas personas místicas que creen en las reencarnaciones, panteones politeístas, el influjo de la Luna sobre los cambios de humor, y un largo etcétera. Monroe es una persona de fe pagana, y aunque insista en que no lo clasifiquemos, yo diría que forma parte de los Wicca.

¿Que qué son los Wicca? Todo lo que os puedo ofrecer es la primera frase de la definición de Wikipedia: una religión neopagana vinculada con brujería.

Pero eh, eso de la brujería tampoco lo describe tan bien. Es decir... Monroe no hace ritos satánicos —hasta donde yo sé—, no participa en sacrificios humanos —o esa es la información que tengo—, ni pretende tatuarse la estrella de David en la frente —espero—. Solo tiene muy presente la armonía del cosmos, el equilibrio natural, el tiempo atmosférico y todo eso. Y que conste que, si aguanto su sibilino desvarío, es porque sus predicciones meteorológicas son bastante más exactas que la aplicación que de mi móvil del Epipaleolítico.

Vamos, que cuando me levanto, lo llamo a él en lugar de consultar al hombre del tiempo. Monroe es, de hecho, mi hombre del tiempo.

—¿Ves esas luces de allí? —Señala con el dedo un punto brillante—. Pues ahí vamos. Parece que está muy lejos, pero solo quedan otros veinticinco minutos andando.

—¿Solo? —repito con ironía.

—Vamos, no seas quejica. La fiesta merece la pena. Aunque tendrás que beber alejada del monumento —añade—. Como comprenderás, la gente no se va a arriesgar a que empapes con tu cerveza barata un edificio considerado patrimonio de la humanidad.

Ah, ese es otro aspecto de su personalidad un tanto molesto. Al ser irlandés —patria de la Guinness—, no confía en la cerveza extranjera. Da igual que lleve cinco meses viéndome vaciar botellas: no puede hacerse a la idea de que me guste «el vomitivo» estilo de birras de la costa oeste americana.

—¿Sabes? Como futura historiadora del arte, aprecio cualquier manifestación artística, pero no me explico que cuatro piedras mal puestas y de origen incierto sean sobreprotegidas por el gobierno. ¿Seguro que no tiene nada que ver con esto el ego de los británicos, queriendo hacer una obra maestra de cualquier cosa?

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora