CAPÍTULO 105

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Galon hizo una mueca y apartó los ojos de la televisión un momento.

—No, pero no porque me diese vergüenza, o porque no estuviera segura de mis sentimientos, o qué se yo. No se lo dije por el mismo motivo por el que nunca le contamos nada a Monroe: él lo sabe.

—Y si lo sabía y no hizo nada, es porque no le interesaba —deduje.

Ella asintió con la cabeza.

—Pero no pasa nada, ¿sabes? En realidad, Monroe y yo somos como Joanna y Sam de la peli. —Señaló la pantalla—. Ya sabes, el niño pequeño y la chica que canta. ¿Te acuerdas de la escena en la que el padre le pregunta que cómo va a estar enamorado, cuando en realidad no ha hablado con ella nunca...?

—Claro que sí, la hemos visto hace media hora. Y luego Sam le dice que esas cosas se sienten.

—Exacto. No sé muy bien qué es el amor, pero siento que habría recorrido todo un aeropuerto para decirle que lo quiero, aunque no hubiera sabido reconocer su voz. Él simplemente... Inspira eso en mí. Es triste, ¿no?

—Inspira eso en todos nosotros. Monroe es la debilidad de quienes lo conocen. Pero no pasa nada. Piensa que todavía no has aprendido a tocar la batería para sorprenderlo.

—No, pero sí he hecho muchas tonterías para llamar su atención.

Sonreí sin ganas y encogí las piernas para abrazármelas.

—Todos lo hacemos.

—Sí, supongo que sí.

—Pero ya no sientes lo mismo, ¿no?

—Ya me he dado cuenta de que es una tontería —dijo, sin saber que me estaba dando un consejo que necesitaba—. Es decir... lo quiero, claro que sí. Él es especial para mí, ¿entiendes? Pero nunca me va a dar lo que quiero. Y no es que yo quiera grandeza. Con saber que me quiere estaría satisfecha. Lo habría estado.

»Si me hubiera dicho que me quiere a tiempo, a lo mejor habría seguido haciéndolo hasta hoy. Son dos palabras, pero dos palabras muy necesarias. Se inventaron por algo, ¿no? Podría haber seguido insistiendo... pero el amor no se puede forzar. Si no le salió de dentro, no puedo hacer más.

A eso me refería con que estaba especialmente filosófica. Sin embargo, me alegraba, porque estaba ayudándome a abrir los ojos. No de la manera en que quería, porque el alma me pedía insistir, esperar, ser paciente... Pero no podía hacer oídos sordos a la voz de la sabiduría.

—¿El ruso te dice que te quiere?

Gale se echó a reír.

—Pues sí, me lo dice mucho. Sobre todo cuando estaba en Las Vegas. Me mandaba cien mensajes al día con viñetas graciosas, o noticias de Jimmy Fallon, o contándome lo que había hecho.

—¿Y no te cansas?

—No. Mis padres son los típicos que te están recordando que te quieren todos los días, a todas horas: si no con la boca, teniendo gestos bonitos. Estoy acostumbrada a que me hagan más caso del que merezco

—Tú te lo mereces todo, tonta.

Sonreí para contener lo que en realidad quería expresar: envidia. Una envidia que me envenenaba por dentro.

No lo voy a negar... Siempre he tenido celos de las personas que tienen una familia cariñosa y preocupada. De esas que se recorren Inglaterra para ir a verte cuando te pones enfermo. Pero supongo que el día que repartieron familiares, yo estaba ocupada en la cola de la mala suerte.

Bueno, más o menos, porque, volviendo al presente, sigo teniendo un diez redondo en mi proyecto de máster. Ese que acabo de terminar de exponer, que me ha salido demasiado bien para todas las cosas que tengo en la cabeza y que dará el empujón definitivo a mi expediente.

—Si saben lo que les conviene, te aceptarán en cada museo al que aspires. O por lo menos te llamarán para hacerte la entrevista. Y más últimamente, que algunos de los grandes andan escasos de personal cualificado —me dice Fuller, levantándose para estrecharme la mano—. Felicidades. Celebro que no te rindieras cuando estuve a punto de mandarte de vuelta a casa. Y celebraré que no te rindas nunca, West. Eres un diamante en bruto.

—Lo de bruta está claro.

Él se echa a reír, y así alejamos la conversación de los típicos sentimentalismos. Me veo capaz de romper a llorar con las palabras del Fullero. Patético... lagrimeando delante del que empezó siendo mi gran enemigo... y yendo a abrazar al que también lo fue, que me espera en la puerta frotándose las manos, nervioso.

—¿Qué tal? —me pregunta Evan.

Como es un día para celebrar, despejar la mente y estoy muy orgullosa de mí misma —y encima está guapo a rabiar con un jersey a juego con sus ojos—, aparto del pensamiento todas esas veces que me ha demostrado que nunca será mío de verdad, y me lanzo a sus brazos.

Él lo me acoge en sus brazos enseguida, sin dudar, y me planta un beso en la frente.

—No hay nadie como tú —me dice, sin que aún le diga la nota.

Murmura algo contra mi sien, al deslizar los labios hasta mi oído.

—¿Qué has dicho?

—Nada. —Sonríe y se separa un poco—. ¿Quieres que vayamos a echar los currículums?

—Habrá que esperar a que actualicen en los ordenadores mi calificación final y expidan el certificado oficial. No tardarán más de una semana. Bridget sabe que estoy desesperada por ponerme a trabajar.

—¿Sí? —Levanta las cejas. Parpadea rápido, revelando ese nerviosismo suyo al que no sé qué nombre ponerle—. ¿Tan pronto? ¿No te gustaría ir de vacaciones?

Nop. Las vacaciones son para los que pueden permitirse descansar, y yo no soy esa persona. —Le doy la mano. No caminamos hasta que nuestros dedos no están encajados, como si ese fuera el mecanismo necesario para movilizarnos—. Aunque podría permitírmelo. Me ha sobrado un montón de dinero de la beca.

—¿Dónde irías si pudieras? ¿Nueva York?

—De cajón. —Asiento. Saco el móvil—. Voy a decirles a mis amigos que se mantiene la cena de celebración. Si quieres... puedes venir.

Sé su respuesta antes de que niegue con la cabeza.

—Tengo unas cosas que hacer.

—¿Qué cosas?

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora