CAPÍTULO 46

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Resulta que el ruso no es ruso. Es todo mentira.

Lo llaman ruso porque se estuvo colando en clases de filología eslava durante años para ligarse a la profesora —una tal Irina—, cosa de una estúpida apuesta con amigos, y nunca lo pillaron. Gracias a eso, sabe hablar el idioma bastante fluido. Y la verdad es que parece de todo menos británico: mide dos metros, tiene dos brazos como columnas y un tatuaje bastante amenazante en el cuello.

Antes de que preguntéis... Sí, consiguió enrollarse con la profesora. Incluso salieron juntos en secreto un tiempo, en contra de las normas establecidas por la facultad.

Es tan simpático como Zac y parece el perfecto anfitrión, lo que no deja de ser sorprendente. Uno ve a un hombre como ese y se imagina que, como diga una palabra que no le guste, acabará con los sesos esparcidos por toda la habitación. Y casi. Tiene una mirada muy fiera, unos músculos con vida propia y vozarrón de presentador de Pressing Catch.

Pero suena muy tierno cuando me pregunta qué quiero tomar.

Escalofriante.

—Estás mirando mucho al ruso —me dice Gale, que ya se ha acomodado en un sillón. Va de sofá en sofá, la muy vaga—. ¿Es tu presa de la noche?

—Creo que me da miedo —decido, sentándome en el brazo de la butaca. Le doy un trago a la lata de cerveza—. No me gustan los tíos tan grandes. Podría hacer crujir mi cráneo con solo una mano.

—A mí me parece un encanto.

—Estás resfriada. No se te ocurrirá liarte con él y pegárselo, ¿verdad?

—Claro que no. Ni siquiera voy a liarme con él. Pero me sigue pareciendo muy mono.

—No sabía que te gustaran los culturistas.

—Siempre he salido con hombres enormes, solo que no has conocido a ninguno. Me parecen de lo más sexy y me hacen sentir protegida.

Bueno, eso explica que Raz no le atraiga. Es del tipo delgado.

—Qué estupidez.

—Puede. —Encoge un hombro—. ¿Me pasas un refresco? Que no esté muy frío, por favor.

Así de animada empieza la noche.

La gente empieza a llegar por grupos. Reconozco a un par de chicos del aula de enfrente, con los que me cruzo al salir de las clases; a la típica tropa que se pasa el día en la cafetería, golpeando las mesas y secándose las lágrimas de la risa. También observo que Raz entra y sale con alguien nuevo cada vez. Decide quedarse con sus amigos de siempre, esos dos con los que va a todas partes y forman parte de su grupo de música. El ruso va de un lado a otro flirteando a la vieja usanza: que si guiños, que si besos en la mano, que si reverencias, que si entregas personales de birras...

Sí, es verdad que es un encanto.

El ambiente no tarda en caldearse, y con ello sube la música y empieza a hacer mucho calor. Un chico delgado y alto se hace cargo del ordenador, escogiendo un remix de One Dance que rompe los altavoces y anima a la gente a salir a bailar.

Para ese momento, yo ya tengo suficiente alcohol en sangre para reírme por cualquier cosa y querer frotarme con la primera persona que se ofrezca a seguir el ritmo conmigo. Hombre o mujer.

Como si lo hubiese invocado, Zac aparece con una sonrisa de oreja a oreja y una camisa remangada, arrugada y llena de pintalabios.

La señalo con un gesto falsamente acusador.

—¿Te has estado divirtiendo sin mí?

—¿Eso que huelo son celos? —pregunta, ladeando la cabeza. Me coge de la mano y tira de mí para acercarme.

Le sigo el juego con una sonrisa tontorrona.

—Puede ser.

—No tienes de lo que preocuparte, en realidad soy solo tuyo. Por esta noche —especifica, guiñándome un ojo—. Funciono por días: tienes que ganarte cada uno de ellos con esfuerzo y sudor... Más con sudor que con esfuerzo, aunque se apreciará que seas activa.

Suelto una carcajada.

—¿Eres un sinvergüenza todo el tiempo y con todo el mundo, o solo eres así de directo conmigo? Qué pregunta más tonta, seguro que vas al sol que más te caliente.

—De eso va la vida, ¿no? Así nunca coges frío. —Me hace dar una vuelta sobre mí misma—. Voy a pillar algo de beber. ¿Vienes? Tengo ganas de bailar, pero con esta mierda de remixes no me inspiro. Al ruso solo le va el hip hop de TuPac.

—¿Va en serio? ¿Bailas?

—Pues claro —responde, ofendido. Tira de mi mano en dirección a la cocina—. ¿Para qué salgo si no es para mover el esqueleto? Di clases de tango durante un tiempo. Quiero retomarlas cuando empiece el curso oficialmente. Si los profesores quieren y mi cerebro de guisante ayuda, será el último. Pretendo salir de aquí especializado en Criminología y siendo un excelente bailarín.

—Ajá... ¿Solo tango?

Nope. Salsa y bachata. Todo lo latino me llama la atención. No te voy a mentir; aprendí para ligar. Y no obtuve ningún resultado, a excepción de la señora de sesenta y tres años que fue mi pareja durante tres meses. Esa se enamoró perdidamente de mí. —Se gira hacia mí, después de coger un botellín de la nevera y cerrarla, y lanza una mirada dudosa al techo—. ¿Sería eso una señal? ¿Me las tengo que buscar mayores?

—¿Cuántos años tienes? Dijiste que repetiste dos veces...

—Repetí el instituto otro par. Suma.

—¿Veinticinco?

—Bingo. Cumplo veintiséis en tres meses. El dos de octubre, acuérdate para hacerme algún regalito. Me gustan los caramelos de café, los animales de compañía y los besos en el cuello. Encantado de conocerte.

Me tiende la mano, que no dudo en coger y estrechar para que al final dé un giro y me bese el dedo anular.

—¿Sabes que este dedo cuenta con una vena que llega directa al corazón, y que por eso se colocan en él los anillos de compromiso?

—¿No será porque hay que darle algún significado, ya que es el dedo más inútil de la mano? —Él ladea la cabeza, dándome la razón. Suelto una risita—. ¿Y cómo sabes tú eso? ¿También has aprendido datos curiosos románticos para ligar?

—Eso que lo sepas —aclara con rotundidad. Vuelvo a reírme, ya no sé si porque estoy a un paso de la borrachera o porque el chico de verdad tiene gracia—. Vaya, parece que tu amiga se lo está pasando bien.

Me doy la vuelta y cazo a Gale moviéndose a ritmo de una canción de reguetón, muy pegada al ruso. Se me escapa un jadeo de incredulidad, pero a Zac le hace mucha gracia, porque deja escapar una de esas carcajadas que se contagian.

—No la imaginaba con esa clase de tío, pero no puedes decir que hagan mala pareja, ¿a que no? Son como la bella y la bestia —se carcajea—. Pero bueno, no hemos venido a mirar. ¿Quieres bailar?

X de J Balvin y Nicky Jam empieza a sonar. Doy una palmada y acepto el brazo que me tiende. Vuelve a hacerme girar, esta vez más despacio, y aprovechando para echarme un vistazo de arriba a abajo.

Me río, ignorando el leve mareo, cuando se pone a silbar y a señalarme, como si todo el mundo tuviese que apreciarme.

—¿Sabes lo que dice la canción? —le pregunto.

Solo deja que yo te agarre, baby; ben el cuello pa' calmar la sed. Mis manos en tus caderas pa' empezar como es, no le vamo' a bajar más nunca mamá —canta, con un acento perfecto.

—Guau, no sabía que supieras español.

—Zac es de Zacarías, preciosa. —Y me da un azote en el trasero.

Cuando abro los ojos para reprenderlo, choco de golpe con una mirada oscura enmarcada bajo la puerta de entrada a la casa.

La garganta se me seca, y casi me quedo petrificada en el sitio al reconocer a Evan al lado de su hermana y de Tiff, que saluda por los dos a los que la reciben.

¿Y este qué hace aquí?

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora