CAPÍTULO 13

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No tengo ni idea de qué pasó ayer.

Me he levantado con un dolor de cabeza de padre y muy señor mío, con el vestido a medio poner y las bragas húmedas de haber tenido un sueño no apto para menores. Eso podría haberme dado una pista de lo que hice en el concierto, pero, aunque Zac no besa nada mal, tampoco me puso como para darle alas a mi subconsciente... ¿O sí?

Lo que tengo claro es que, si me activan los movimientos de Zac, el único que lo sabe es él: el subconsciente. La Nora resacosa que gimotea maldiciones al calzarse las botas está convencida de que la inspiración del porno inconsciente no tiene los ojos marrones.

Son muchas imágenes dispares las que revolotean por mi cabeza. Recuerdo a Gale y a Raz bailando, a Zac al borde de la súplica para echar uno rapidito en los baños insalubres de la universidad, a mí agachándome en la puerta del apartamento para coger algo... Y creo que Evan sale también. Sí, Evan teniendo la amabilidad de quitarme los zapatos de tacón, toda una ricura. Algo que solo podría pasar en mis sueños. O en mis pesadillas. ¿En qué mundo dejaría pasar a mi habitación a ese perro traicionero? ¡Si lo primero que he hecho al despertarme ha sido recordar que tengo que cogerlo del pescuezo, zarandearlo y asegurarme de que el Fullero se entera de lo que ha hecho con mi plaza!

Gale está durmiendo la mona porque no cerró los ojos en toda la noche, Raz ha madrugado más que yo para desmontar el escenario y Monroe no me coge el teléfono, así que me toca iniciar la rutina a solas con mis pastillas para la migraña, o la jaqueca, como quiera que se llame este taladro que me han instalado en la cabeza.

Si no supiera que es imposible contraer cáncer a base de beber, diría que lo que incuban mis sienes es un tumor del tamaño de un balón de fútbol. Siento que algo se me va a derramar por las orejas de un momento a otro.

Mientras intrigo un plan de derrota, me bebo tantos cafés que podría haberme bañado en ellos. ¿Que cuál es el plan? Sencillo. Localizar a Starboy, levantarlo por el cuello de la camisa de ranchero conservador, echármelo al hombro y llevarlo a rastras al despacho de Fuller, donde expondré mis pesquisas mejor que el puñetero Spencer Reid. El triunfo está asegurado: soy más fuerte, sinvergüenza y pelirroja que él, y todo el mundo sabe que los pelirrojos nacieron del fuego. Y el fuego le puede a la piedra, al papel y a la tijera. ¿O a la piedra no?

Qué más da.

Tiro de mi riñonera con dramática convicción, preparada para la acción. Pierdo parte de mi seguridad al oír el golpetazo de un cacharro electrónico. No temo que sea mi móvil, porque ese armatoste indestructible fue forjado en el mismo lugar que la espada Excalibur, sino que Gale me dejara el suyo y me lo acabe de cargar. Afortunadamente, el fondo de pantalla no tiene nada que ver con la ridícula foto familiar que hace sonreír a Galon antes de descolgar el teléfono. Al contrario, es una especie de nebulosa, o una constelación, o...

—¡Mierda! ¡El móvil de Evan!

Ahora es cuando entro en pánico, porque todos los recuerdos se amontonan en mi cabeza sin ninguna amabilidad.

Evan rogando que le devuelvan sus cosas y Nora gritando enfadada; Evan peleándose con unos taconazos, y Nora comiéndoselo con los ojos; Evan jurando que no es tímido, bromas sobre Kate Moss, tonterías acerca de endorfinas y amables recordatorios sobre su físico de infarto... Así hasta llegar a un morreo demoledor y mi patético intento de hacer que se quede con la promesa de echarle un polvo que recordará a los ochenta con una sonrisa en la cara.

Reconozco que sé cómo hacer una noche memorable, pero en esta, el papel protagónico se lo queda Evan. Sin él no habría sido posible.

Joder, Nora, que ese hombre no te conviene.

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora