CAPÍTULO 65

7.6K 1.3K 172
                                    

—Eres una inconsciente, y una loca, y espero que Raz te ate de pies y manos para que no se te ocurra poner un pie fuera de la casa.

Gale se cruza de brazos, enfurruñada.

Todo lo que se puede enfurruñar, claro.

—Y tú eres mi amiga, no mi madre. No puedes decirme lo que tengo que hacer, ni reprenderme por querer ver el sol.

—Si quieres ver el sol, sal al balcón con una silla de plástico y te echas una siesta ahí. Una competición deportiva no es el mejor sitio al que acudir cuando has estado ingresada en el hospital por mononucleosis.

—Ya no estoy ingresada.

—Pero sigues teniendo que recuperarte, y no me digas que no, porque te escuché anoche tosiendo y hace dos días te subió la fiebre. No vas a ir, y Raz me va a dar la razón en cuanto aparezca.

«Aparece de una vez, capullo».

—Nora... —se lamenta. Así admite indirectamente que tengo razón. Para una vez que la tengo, y me la quieren quitar—. Sabes que soy una negada de los deportes. No iba a participar en ninguna de las actividades, solo quiero sentarme en el césped aprovechando que hace buen día y veros competir.

—Pues para eso te pones en la tele un partido de golf, o el reality show donde la gente tiene que sortear obstáculos dándose tres porrazos cada cinco pasos. En el sofá no peligra tu salud, eso te lo aseguro.

—¡Pero estoy harta del sofá!

—Nunca pensé que dirías eso —interviene Raz, cruzando el umbral. Se quita las gafas de sol y las cuelga en el escote de la camiseta. Me tira de un mechón de pelo al pasar por mi lado, y se coloca delante de Gale para darle un beso en la cabeza—. No deberías venir.

—¿Ves? Ha hablado el dios hindú, te toca obedecer. Ya sabes que cuando no les haces caso, los dioses mandan plagas, diluvios y se presentan con forma de animal en la Tierra para procrear con humanas.

Raz me mira por encima del hombro con una sonrisa torcida.

—¿Has dicho dios hindú? ¿Ese es el mote que me habéis puesto?

—No. El mote secreto es mucho menos elegante —me regocijo—. No tengo tiempo para vosotros. Yo sí voy a participar en estas pequeñas olimpiadas. Con vuestro perdón o sin él, me largo a brillar.

—Vamos contigo —decide Raz. Gale levanta la cabeza y lo mira con adoración—. Soy patético intentando hacer deporte, así que estaré vigilándola. ¿Por qué pones esa cara? Llevo vaqueros, deberías haber supuesto que no estaría en tu equipo.

Mascullo un improperio por lo bajo —que incluye su apelativo secreto— y los doy por perdidos con un gesto abstracto.

¿Qué más me da? Gale estará bien mientras le echen un vistazo. Y quiero que ande cerca por varios motivos: el primero es que ella sí se va en cuanto den las vacaciones, y quiero aprovechar para estar con ella mientras pueda. Lo segundo es que es la única a la que le he contado mi deplorable y breve historia con Evan, y me ofrece consuelo con solo mirarme.

Digamos que es mi aliada en la exacerbación, una bonita palabra que significa que lo quiero matar.

No hace falta que añada nada más, ya he dejé bastante claro mi punto cuando hablé con él. Estoy cansada de tanto misterio. Si quisiera enigmas, me habría colgado del druida, que me da los mismos —o peores— dolores de cabeza.

Aunque me fui dando zapatazos, confieso que vine abajo muy rápido. No tiene tanto que ver con que me haya rechazado como con que es la primera vez que me involucro tanto con alguien. Me duele que salga mal, que no lo aprecien como es debido.

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora