CAPÍTULO 28

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Evan cambia el peso de una pierna a otra antes de asentir, pensativo y desconfiado. Me siento una verdadera bruja al reconocer que estoy utilizando su pasión por las estrellas para retenerlo un rato, y más todavía cuando aprovecho que se entretiene en garabatear unas palabras en el papel para escurrirme la camiseta y levantármela un poco.

No tengo el cuerpo de una modelo de Victoria's Secret. Tengo el cuerpo de dos o tres. Pero si le gusta mi físico, aquí estamos para potenciarlo.

—¿Desde cuándo te interesan las estrellas?

—Desde que me crucé con un chico que sabe cómo contagiar a los demás con su entusiasmo. —Apoyo la cadera cerca de él—. Me gustaría ir a pedir un deseo... aunque sea un meteoro. Hay una cosa que me ronda la cabeza desde hace un tiempo y no sé qué hacer para que se cumpla.

Evan me mira de soslayo.

—A las personas con tu voluntad no les hace falta pedir deseos. Los cumplen con su iniciativa y su empeño.

—Son buenas virtudes cuando quieres salirte con la tuya, pero la perseverancia no siempre sirve. Y donde no alcanza la voluntad, habrá que apelar a la magia.

Él asiente distraídamente. Me tiende el papelito, atrapado entre unos dedos temblorosos.

El reloj marca la una y veintitrés. Debo entretenerlo, como mínimo, diez minutos más. Así que, aprovechando que tengo su mano al alcance de la mía, lo cojo de la muñeca y tiro para pegarlo a mi cuerpo.

Evan no se resiste.

—¿No te gustaría saber qué deseo voy a pedir?

Sus ojos se encuentran con los míos.

—No hace falta que me lo digas; ya lo sé —responde, con voz ronca—. Apuesto porque estás deseando verme morder el polvo.

—No necesito ayuda divina para hacerte perder, Starboy. Pero parece que sí me hará falta para que me prestes un poco de atención.

Él desvía la mirada.

—¿Qué más atención podrías querer? —murmura—. Te la doy incluso cuando no estás cerca. Incluso cuando estoy dormido. Estarías desperdiciando un deseo si pidieras por mí.

Su respuesta me deja sin palabras.

No podéis reprocharme que esté fingiendo para salvar mi carrera, porque me late el corazón a toda pastilla. Adoro cuando está tan cerca que su olor se convierte en mi oxígeno; con solo mirarme los labios, me contagia esa pasión que le tensa el cuerpo entero. Esa es la verdad.

Se me olvida supervisar que nadie nos esté viendo. Mis brazos lo rodean por la cintura.

—¿Qué debería pedir entonces? —susurro, cerca de su boca.

—Nora... —responde en el mismo tono. Pronuncia mi nombre con dolor, como un lamento, pero no se aparta. Apoya una mano al lado de mi cabeza, y la otra la comprime en un puño.

—No te contengas.

Cojo la muñeca de la mano que concentra toda su tensión, y la levanto para darle un beso en los nudillos.

Evan abre los ojos, sorprendido por el roce, y los hunde en los míos. Su mirada envía una oleada de calor que está cerca de derretirme.

—Dios mío, qué guapo eres —balbuceo. Aparto un mechón negro de su frente y lo acaricio con los dedos—. ¿Qué tengo que pedir? ¿Qué tengo que hacer para que te dejes llevar conmigo?

Evan cierra los ojos como si acabase de bautizarle y apoya la mano, sin mucha convicción, en mi cadera. La abre, acariciándola como si no supiera cómo. Siento su frustración y el deseo con el que trata de barrerla al pegarse más a mi cuerpo.

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora