CAPÍTULO 39

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—Qué bonito. Tiene un significado muy optimista.

—Muy ingenuo, en todo caso. No creo que salga nada bueno después de que ocurran ciertas desgracias, como insinúa el mensaje, y en cuanto a la imaginación... —Emite un suspiro tan contenido que apenas lo noto, pero el aire llega hasta mi nuca, erizándome el vello—. La imaginación es mi ruina. Si pudiera, la suprimiría.

—¿Por qué? Me parece raro que no te guste imaginar o que digas que lo odies tanto como para borrarlo cuando toda esta astrología que te gusta se basa en eso.

—No me gusta la astrología. Me gusta la astronomía.

—¿Acaso no es lo mismo? —le provoco.

Cae en la trampa.

—Pues claro que no. La Astronomía comprende estudios exactos. Movimientos astrales, fenómenos puntuales, orígenes, posiciones y características —recita—. En cambio, la Astrología es un simple conjunto de interpretaciones que pretenden justificar el comportamiento del hombre durante estos movimientos, fenómenos y demás, la mayoría sin un fundamento científico y muy perjudicadas por la superstición de la gente.

—Entonces, por ejemplo, no crees que la luna llena provoque transformaciones en hombre lobo —bromeo, señalándola con el dedo. Me giro un poco para mirarlo, pero la oscuridad parcial y la limitación del movimiento de cuello me lo impide—. Pues yo sí creo en las propiedades de la luna, en que puede producir alteraciones. Y creo que la Astrología es más interesante. Si no estudiamos los fenómenos que dices para comprender mejor al ser humano, que es quien nos interesa, ¿para qué?

—Para comprender nuestro entorno y descubrir hasta dónde llega este universo en el que vivimos. Y para sentirnos en contacto o parte de algo superior.

—Eso ha sonado místico. ¿No entraría en el término «astrología»?

—No. Lo que yo leo sobre las estrellas no son creencias paganas o mitos urbanos que puedan englobarse en una categoría común, como lo es esa «ciencia». Solo son mis patéticas y personales esperanzas, y lo que me hacen sentir. No espero que nadie lo vea igual que yo, o se identifique con mis hipótesis. Cada uno lo vive de una manera.

—¿Cómo lo vives tú? ¿Por qué te gustan tanto las estrellas?

—Todavía no sé si me gustan. Solo estoy seguro de que las prefiero a lo que hay en este estrato terrestre. Tienen una manera de estar... de ser bonitas y llamativas en silencio... que elimina todos mis malos pensamientos. Su orden perfecto, su armonía, todo lo que las protege del caos que se vive en la Tierra es un ejemplo de lo que está bien.

—El orden parece muy importante para ti.

—Sé que no lo puedo hacer importante porque es... imposible que algo alcance el grado de equilibrio de las estrellas, y eso podría frustrarme más de lo soportable. Pero lo es. Es imprescindible.

«Es el momento».

—Por eso te pusiste tan nervioso cuando entraste en mi habitación —deduzco, dándole a mi tono de voz la intimidad que requiere el tema—. ¿Por qué no me lo dijiste?

Hay una pausa dudosa.

—¿Para qué? Es tu casa. Tienes derecho a tenerla como quieras. Igual que es tu vida, o tu ropa, o tus amistades. No es mi asunto lo que lleves puesto, o cómo te peines, o cómo hables, o con quiénes salgas a tomar café y luego invites a tu...

Se corta ahí para coger aire. Luego no sigue.

—No, no es tu asunto, pero cuando algo no te hace sentir bien, es importante decirlo para...

—¿Para que la gente deje de hacerlo? —culmina. Lo puedo imaginar negando a mi espalda. La posición es ridícula, pero se nota que es más fácil para él hablar si no le estoy mirando fijamente—. Cuando algo no me hace sentir cómodo prefiero alejarme. No soy nadie para decirle a otra persona que pare de hacer equis cosa por mis preferencias.

—Pero no son solo preferencias, ¿verdad? Es algo que te afecta de verdad. —No contesta—. Ya lo sé, Evan. Sé lo que tienes. Puedes hablarme con tranquilidad sobre cómo te sienta o cómo te ha sentado todo lo que he hecho.

Evan sigue sin responder. Si no fuera porque oigo su respiración profunda muy cerca de mi oído, habría pensado que ha aprovechado que le doy la espalda para salir huyendo.

—Lo sabes —repite. No me pasa desapercibido su tono derrotista, como si acabase de perder algo importante para él—. Lo sabes... ¿Y qué vas a hacer ahora?

Me giro despacio, con el ceño fruncido, y veo que tiene los ojos clavados en el suelo.

—¿Cómo que qué voy a...?

—Por favor, vuelve a ponerte como antes.

Abro la boca para replicar, pero su mortificación me llega al corazón y he venido para ayudar, no para ser un maldito problema. Obedezco por primera vez en mucho tiempo, y vuelvo a darle la espalda. Saber le angustia que ahora sea cómplice y que en lugar de preguntarme cómo lo sé solo pueda reaccionar avergonzado, hace que me duela todo el cuerpo.

—¿Por qué preguntas por lo que voy a hacer? ¿Qué es lo que puedo o se supone que he de hacer? Eres tú el que tiene que decirme cómo vamos a hacerlo de ahora en adelante. Yo te dije que quería empezar de nuevo, que sentía lo que pasó, y que es conveniente que siendo compañeros de clase intentemos llevarnos bien. Tú respondiste que no querías. ¿Entonces? La pelota está en tu tejado. Eres tú quien debe decirme qué va a hacer, qué quiere y espera de mí. Pero sí voy a aclarar que, si crees que voy a tratarte de manera distinta, estás muy equivocado.

—Si no es eso lo que vas a hacer, si no vas a ignorarme por ello, ¿por qué me has dicho que lo sabes?

—Porque necesito estar segura de que no te he hecho daño. He sido una auténtica cerda contigo, y la verdad es que no sé muy bien qué es eso del TOC ni cómo afecta a la gente en general, ni mucho menos a una persona en concreto. Solo quiero entenderte, porque tengo muchas lagunas. Saber por qué actúas de aquella manera, o por qué reaccionas así...

—Pues porque estoy enfermo. Por eso.

Me tomo un segundo para respirar.

—Por lo poco que he leído, el TOC no es una enfermedad. No seas despectivo ni duro contigo mismo. Eso para empezar. Y para seguir... Lo que quiero es entender tu mente, no el trastorno. Hay mucha información en Internet sobre lo segundo, y hay solo un Evan Bowen en todo el mundo al que le afecte de una determinada manera. Así que dime.

Él no contesta enseguida.

—¿Qué quieres que te diga?

—¿En qué pensaste cuando te agobiaste en la sala de estudio y me dejaste todos los exámenes? ¿Qué hubo en tu cabeza cuando te pegué? ¿Y por qué siempre me dejas a medias? Por lo que entiendo solo tienes un problema con la limpieza, y seguramente te lavas mucho las manos...

—Ninguna correlación —interrumpe—. Lavarse las manos es una compulsión. Cada persona con TOC tiene una distinta, o varias, y las mías no tienen nada que ver con eso. Es verdad que el orden me obsesiona, y la limpieza me ayuda a sentirme tranquilo, pero esos no son mis pensamientos intrusivos. No es lo que me quita el sueño.

—¿Entonces? ¿Qué tipo de TOC eres, o tienes? —Hago ademán de girarme—. Esto de hablarle a las estrellas es muy romántico, pero no me hace gracia no verte la cara cuando tocamos un tema serio.

—Si estás de espaldas me puedo concentrar mejor. O concentrar a secas. Cuando te miro se me olvida cómo formular oraciones.

Hace una pausa muy larga. Lo agradezco. Cuando dice esas cosas con tanta tranquilidad, me cuesta respirar. Es como si acercaran una antorcha a mi corazón. El calor casi me quema y no puedo moverme si no quiero que me prenda.

—No puedo hablar de esto sin más, Nora.

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora