CAPÍTULO 17

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—¿Y lo más cercano a eso? Ya sé que no puedo regalarte una estrella, pero existen estos certificados románticos en los que la gente les pone su nombre a una, y...

«Nora, cállate ya, que desvarías».

—En serio, Evan. Supongo que si me suplantaste fue porque estabas jodido, pero yo también lo estoy, y lo merezco. Por favor. Nunca suplico, y estoy a punto de hacerlo aquí y ahora.

—Si el problema que tienes es el dinero, yo... Podría costearte el máster el año que viene —sugiere con timidez, mirándome de reojo—. O si no, mi... —Parece que le cuesta decir la palabra—, mi padre podría darte un lugar en su trabajo, y...

—No quiero favores. No quiero adentrarme en el mundo, ni en el universitario ni en el laboral, gracias a favoritismos. Esto es lo que yo soy: trabajadora, honesta y matrícula de honor. Es en lo que me he convertido para abrirme mi propio camino sin depender de nada ni de nadie, solo de mi inteligencia. Así que coge tú ese sucio dinero y esas influencias y déjame el asiento que me corresponde.

—No es tan sencillo. Nora, si pudiera hacerlo, te juro que sería tuyo. Pero es que no... Nada depende de mí.

Abre y cierra la boca varias veces, buscando las palabras exactas. No las encuentra, o no las quiere encontrar. O iba a pedirme perdón otra vez y se ha acordado en el último momento de que lo despellejaré si se le ocurre.

—Tendremos que dejarlo en manos de Fuller.

—¡Ni de coña! ¡Sabes perfectamente que su elección está hecha desde el principio! No es justo, no es justo...

—El mundo no lo es.

Lo miro sin tratar de ocultar mi rabia.

—¿Esa es tu excusa para ser un egoísta? ¿Que el mundo no es justo?

—No creo que esté siendo egoísta. Estoy velando por mí igual que tú.

—¡No es lo mismo! ¡A ti te gustan las malditas estrellas! ¿Qué haces aquí en primer lugar? Deberías estar estudiando Astronomía, o lo que quiera que tenga que ver con eso, no robándome la plaza. —Aprieto los labios y me cruzo de brazos. «No llores, Nora. Por favor, no llores delante de él»—. Dios, que sepas que voy a hacerte mucho daño... No me importan tus motivos, solo que sabes que no lo mereces y sabes lo que has hecho y ni siquiera te conmueve pensar que puedas devolverme al puto infierno. —Me contengo para no añadir algo más—. Se acabó. Le diré la verdad a Fuller, y que sea él quien...

La puerta se abre en el momento ideal. El profesor entra y vuelve a cerrarla tras él. Cruzar la estancia sin dedicarnos una sola mirada.

Una vez sentado, presidiendo el escritorio, y con los dedos entrelazados sobre la mesa, me dedica toda la atención.

—¿Y bien? ¿Habéis llegado a alguna conclusión, o tendré que ser yo quien decida?

Hace una pausa, esperando una respuesta que no llega. Yo no me muevo de mi sitio, pegada a la gran estantería que hay a mano izquierda, y Evan tampoco se aparta del halo de luz que le baña a través de las cortinas.

—Parece que no. Me tocará a mí hacerme cargo.

Carraspea y se inclina hacia delante, fingiendo que necesita pensárselo. La decisión ya ha sido tomada, y la suerte está echada. Bueno, corrección: Nora es la que está echada... de la universidad.

Así es. Ya no sirve de nada que grite, que patalee y que me lamente, porque Evan Bowen es el indiscutible campeón. Esta noche tendré que buscar en Internet boletos de viajes low-cost para llegar a Alabama lo antes posible. Desde allí, buscaré un trabajo que nada tendrá que ver con lo que he estudiado, que apenas me permitirá llegar a fin de mes, y que me hará infeliz por el resto de mis días.

—Visto que ha sido un error de secretaría y que ambos tenéis el mismo derecho a cursar el máster este año, sería justo que decidiese basándome en vuestro trabajo —empieza, mirándome—. Usted, señorita West, tiene un expediente impresionante. Hacía años que no veía nada igual... Todo por encima del sobresaliente, decenas de cursos extraordinarios, prácticas en museos e investigaciones, además de un proyecto final que me ha dejado pasmado. Todo esto mientras trabajaba casi a jornada completa en una gasolinera, y graduada por la universidad a distancia, lo que significa que no tuvo las facilidades de compañeros y explicaciones de profesores a la hora de estudiar. Estaría siendo estúpido si dejase escapar a alguien como usted, cuando son exactamente sus notas, iniciativas y pasión lo que exijo a la hora de lanzar los requisitos y criterios de evaluación.

»Evidentemente, no voy a dejar a Evan fuera. Pese a sus bajas calificaciones durante el curso interior, es un alumno inteligentísimo, además de que le auguro un futuro prometedor. En vista de lo sucedido... He decidido que elegiré quién se queda dentro de quince días: cuando hayáis demostrado las competencias que ahora mismo os explicaré.

Tengo que parpadear diez veces antes de tragar la gran bola que se ha cerrado en mi garganta.

—¿Qué significa eso?

—Que se quedará el estudiante más completo de los dos. Os presentaré una serie de retos, os pondré algunos proyectos, y los valoraré personalmente. El que llegue antes a la puntuación alta, será el que haga el máster aquí este año.

Traducido: bienvenidos a Los Juegos del Hambre.

Juegos del Hambre solo por mi parte, porque sé quién es el favorito y que todo esto es un paripé para calmarme los nervios; para que no largue que se enrolla con la bibliotecaria.

O eso pienso hasta que me giro para mirarlo y observo que está pálido como la tiza, como si le acabaran de sentenciar a muerte. Su expresión hace que haga un repaso de los últimos minutos, que piense largo y tendido sobre la propuesta para encontrarle el mal punto... Y nada.

En mi opinión, si la aplicara objetivamente, sería una idea cojonuda que no favorecería a nadie. Para mí es un rayo de esperanza, mientras que, para Evan, parece una condena.

—Pasaos mañana por aquí —decreta, poniéndose en pie—. Os diré qué tenéis que hacer y para cuándo. Y ahora, fuera.

»Ah... —añade. Sus ojos solo apuntan en mi dirección—. Ni una palabra de lo que ha visto antes.

«Ya veremos... A saber si necesitaré esa información para más adelante, cuando te pongas flamenco».

Pestañeo varias veces con una sonrisa dulce.

—Claro que no, profesor.

Salgo del despacho con ánimos renovados, y espero durante unos minutos a que Evan me copie. Es él quien cierra la puerta muy despacio, con los hombros hundidos y los ojos más aún.

Parece que alguien no durmió anoche. Diría que estuvo entretenido con cierto vídeo, pero ese estaba en mi poder.

—Prepárate, Starboy —le aviso, sin poder resistirme—. Aún no sabes lo mala que puedo llegar a ser.

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora