CAPÍTULO 109

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Por fin captas la indirecta, caramelito.

Su voz es una puñalada directa al corazón.

Me cuesta contener la bilis en su sitio.

—¿Qué has hecho?

¿Qué he hecho yo? —repite, con esa voz de inocentón que tanto odiaba—. ¿Qué has hecho tú?

—Hasta donde sé, lo único que he hecho ha sido mandarte a ti y a la otra al infierno. La mejor decisión de mi maldita vida. ¿Por qué has metido tus sucios dedos en mi cuenta bancaria? ¿Cómo has conseguido la contraseña? ¿Cómo has encontrado mi número, mi código secreto...?

¿Se te ha olvidado a qué me dedico?

—¿A suministrar estupefacientes a tu mujer para tenerla calladita? Deja de vacilarme, Kenneth, o no respondo de mí. Devuélveme el dinero y deja de llamarme. Te juro que te pondré una denuncia que no podrás pagar, y no será tu habilidad como hacker lo único que usaré en tu contra en el juzgado.

¿Cómo que no? Y, ¿qué piensas hacer? ¿Hablarle de tu madre al juez? —Me quedo en silencio, tensa como la cuerda de un violín—. Ah, ya veo que ese sigue siendo un punto magnífico que tocar para hacerte retroceder. Parece que hay cosas que nunca cambian. Celebro que seas tan leal a Felicity.

—Te prometo que te voy a hundir.

Para eso tendrías que estar aquí, ¿no crees? —De nuevo suena extremadamente suave. Chasquea la lengua—. Por desgracia, decidiste abandonar a mami cuando más te necesitaba. El caramelito se ha vuelto demasiado amargo...

—No voy a morder el anzuelo. No te he llamado para esa mierda. —Parpadeo rápido y miro al techo, luchando contra las lágrimas—. Ingrésame el dinero en la cuenta otra vez, o tendremos problemas. Lo has pasado a tu cuenta, no a la suya; te reto a intentar incriminarla de alguna manera por el robo. Ella no tiene nada que ver con esto, y si tiene algo que ver... —Aprieto los labios—. Me da igual.

¿Te da igual? ¿De verdad? Es que resulta que estaba dándole vueltas a unas cosas, aquí en casa, justo en la que antes era tu habitación, y se me ocurrió que a la hijita querida le encantaría que me pusiera en contacto con ella para darle las últimas noticias.

—Me importan una mierda tus noticias, o las suyas. Dame el dinero o...

¿Sí? ¿Podrías jurar que te importan una mierda? —Vuelve a chasquear la lengua—. Caramelito, no te recordaba tan mentirosa. Claro que te importa, por eso he cogido tu dinero.

—Si crees que me quedaré de brazos cruzados y que gastarás el dinero de mi beca en heroína, estás muy equivocado, Kenneth.

¿Heroína, dices? Me temo que esta vez no vamos a tener tanta suerte. El dinero es enteramente para tu madre. ¿Qué me dices a eso?

Presiono los párpados, buscando la calma.

No la encuentro. Me ha dejado sola... Como siempre que él está en medio.

—Lo has conseguido. ¿Qué digo? Lo conseguiste hace años. Ahora, además de drogadicta, la convences para perderme el poco respeto que nos teníamos para meter la mano a mis ahorros.

Ella nunca te ha respetado, no seas ridícula —ríe—. Pero puedes estar tranquila, porque esta vez ni siquiera me ha pedido que te llame. Lo he hecho yo porque en realidad soy un buen samaritano, y no me gustaría que me creyeras el perpetrador del crimen.

—Eso es lo que eres —escupo, temblando de pies a cabeza—. Un criminal. Un traficante y un asesino, solo que tú matas muy despacio, sin que la víctima se dé cuenta.

Puede ser. Pero no voy a ser yo quien mate a tu madre, caramelito, sino el cáncer. No te pienso devolver el dinero, y creo que si tienes un poco de vergüenza, no me pedirás que lo haga. Esto no va para drogas, ni para putas, ni para prender velas a Satán. Es para la quimioterapia de Felicity.

El corazón se me para de golpe.

—Estás mintiendo.

Nenita, puedo tener muchos defectos, pero tú sabes que yo nunca... Nunca, jamás, miento.

—¡Cabrón! —grito. Estrello los nudillos contra la pared—. ¡No es verdad! ¡No lo es! ¡Estás mintiendo! ¡Rastrero!

¿No te lo crees? Te diría que la llamaras a ella para preguntarle, pero teniendo en cuenta que me amenazó con que no te pusiera al corriente... Creo que no le haría ninguna ilusión.

—Mentiroso... Mentiroso... —repito, tapándome la boca con la mano—. Eres un cerdo mentiroso...

¿Por qué no vuelves y lo compruebas con tus propios ojos?

—¡Y una mierda! —aúllo—. ¡Antes muerta que poniendo un pie en la misma casa que tú, o en el mismo país que tú...! ¡O en el mismo jodido continente! ¡Hijo de perra!

Este debe ser uno de esos ataques de locura tan típicos de las mujeres. Puedes estar tranquila. Ahora mamaíta tiene un respaldo económico suficiente para dos meses de tratamiento. Por lo menos durará... medio año más. Tiempo de sobra para que hagáis las paces, ¿no?

Y se ríe.

Habría dado todo lo que tengo, todo lo que tuve y tendré, para estar delante de él y poder arrancarle los ojos.

—Y una mierda —repito—. Yo no pienso volver. Dejó de ser mi maldito problema hace mucho tiempo; ahora es el tuyo. Te toca hacerte cargo de lo que has hecho.

»No puedo decirte cómo, pero estoy segura de que tú le has hecho eso, tú y solo tú, cabronazo. Ahora no te atrevas a dejarla sola, ¿me oyes? —sollozo. No intento secarme las lágrimas. Son demasiadas—. Como me entere de que lo haces, de que la abandonas, te prometo que...

Los pitidos de la llamada interrumpida me cortan a mitad. Se me viene el alma a los pies, y aun sabiendo que no puede escucharme, sigo hablando.

—Hijo de puta, hijo de puta...

Recito todos los insultos que conozco hasta que me duele la mandíbula, no puedo verme las manos y estoy tan mareada que ni siquiera me tengo en pie. Acabo hecha una bola en el suelo, con la espalda aún pegada a la pared, siendo el espectáculo de todos los clientes que salen satisfechos de su velada en el restaurante.

No siento el cuerpo. Ni el corazón. No siento absolutamente nada; todos mis sentidos han desaparecido para centrarse en uno solo, el del oído.

Escucho la voz de Kenneth en una letanía.

Cáncer. Cáncer. Cáncer. Muerte. Mamá.

Y cuánto la odio. Y cuánto la detesto. Y cuántas cosas nos dijimos la última vez.

Va a ser esa la última vez.

Algo dentro de mí se rompe ante ese pensamiento, pero por primera vez en mi vida, alguien se hace cargo tomándome entre sus brazos. Me levanta del suelo, abrazándome con fuerza, y me protege del frío, del miedo, de la rabia, y de todo lo que me atormenta, todo lo que soy y lo que he sido.

Solo dos palabras tranquilas. La voz de Monroe, el tacto de Monroe, la piel de Monroe.

Mi Monroe.

Mi amigo.

Mi alma.

—Estoy aquí.

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora