CAPÍTULO 35

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Sí, después de eso me fui.

¿Qué pasa? ¿Qué es lo que procedía si no? ¿Volver a perseguirlo por una superficie resbaladiza? ¿Ir a su casa, donde ese personaje de Tim Burton que tiene como hermana me habría descuartizado y enterrado? No es mi estilo, y entre la confesión, mi desorientación y que me dolía la cabeza, lo último en lo que pensé fue en insistir.

Sí que pensé en besarlo, lo admito. En correr detrás de él, como en las películas románticas, abrazarme a su espalda y luego borrarle los labios. Pero eso sí que no es para nada mi estilo, y tenía —sigo teniendo— demasiadas cosas en las que pensar para confundirme más aún.

Por la cara que puso al admitir que no podría olvidarme, yo diría que Lilian estaba en lo cierto y no le parezco un pensamiento agradable. Eso para él, claro; a mí su declaración me ha dejado flotando. O por lo menos estaría flotando si no tuviese aún el convencimiento de que, de alguna manera...

—La he cagado. La he cagado pero bien.

Raz gira el cuello con cuidado, desde su postura imposible, y me mira con una ceja arriba. No sabe tumbarse sin retorcer todas las extremidades.

—Llevas toda la mañana berreando eso. Te recuerdo que el jodido baño está al fondo a la izquierda, como todos los baños del mundo, por cierto.

Tranquilos, Raz no suele ser borde. Y yo tampoco. Estamos un poco mosca porque Gale no mejora de la gripe, el teléfono no deja de sonar y yo, para colmo, tengo que preocuparme de lo que la novia cadáver dejó caer sobre Evan.

En definitiva, los planes para el día sábado son, en este orden: odiar a Monroe por pasar de Galon estando enferma, insultarnos los unos a los otros y, en mi caso, darle vueltas a un tema que no tiene ni pies ni cabeza.

—No le hables así —se queja Gale, mirando mal a Raz. Al mismo tiempo se incorpora un poco y le da un sorbo a la taza que el chico acerca a sus labios—. Es normal que esté preocupada, y sensible... En dos semanas ha tenido que afrontar la posibilidad de perder una beca, de ser sustituida en el máster, de volver a casa sin nada, y a un compañero de clase con un comportamiento bastante extraño.

Como Gale está indispuesta y le han dado las vacaciones, me he pasado las últimas horas contándole de principio a fin las desventuras de mi vida. No es que sea adivina ni nada.

—¿A qué te refieres con «extraño»? —pregunta Raz, dejando la taza en la mesilla—. Ya no queda té. Habrá que bajar a por más.

—Iré yo, necesito despejarme. Y a modo de resumen, podríamos decir que Evan Bowen es la definición de nerd elevada a la centésima potencia. Pero eso no es lo peor, porque tengo la sensación de que no es solo un rarito, y es gracias a las amenazas de su hermana, que es clavadita a Avril Lavigne en Emo Girl.

—Si tuviera que definir a Lilian, lo haría justamente así —apostilla Raz, divertido—. ¿Qué pasa? ¿Has hablado con ella?

—Sí. ¿A que no sabéis qué me dijo? Que está enfermo. Enfermo, ¿de qué? Es evidente que no es normal, con solo echar un vistazo a su cara lo sabes, pero de ahí a decir que está enfermo... Porque esa es otra. Dice que está enfermo, pero no de qué. Y si se lo pregunto al Starboy, lo más seguro es que me ignore.

—Búscalo por Internet —resume Raz, encogiendo un hombro. Arropa a Gale hasta cubrirle los hombros, y tira de los calcetines hacia arriba para cubrirle los tobillos. No se pierde mi cara de póquer, y tampoco le causa un gran impacto, porque insiste—. Lo digo en serio. Google es una herramienta magistral. Con poner la frase de una canción ya te salen todas sus versiones. Si escribes un síntoma en el buscador, puede que te salga el problema. De todos modos, yo diría que se está quedando contigo. A Lilian Bowen le va el humor muy negro.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Hablé con ella una vez con motivo de ese concurso de belleza que se hizo. La coronaron Miss Universitaria, y a mí Mister Universitario, así que tuvimos que intercambiar unas palabras. Todo esto cuando tú no estabas aquí —apunta—. Ni siquiera Monroe había llegado.

—Monroe —suspira Gale—. ¿Por qué no está aquí?

—Ya sabes que no le gusta arriesgarse a enfermar, y que tiene esa convicción de que esta clase de temas físicos se desvanecen por causas naturales, sin necesidad de intervención médica.

—Pero me lleva evitando mucho tiempo. No me felicitó por mi cumpleaños, ni vino al concierto de Raz, ni quiso quedar conmigo cuando Raz se fue con Sutter. Hace una semana le mandé un mensaje y no ha respondido aún. Y sí, ya sé que suele tardar días, pero lo he visto en línea alguna que otra vez. —Se sonroja—. No suelo hacer eso, ¿eh? Lo de mirar las conexiones. Solo le eché un vistazo de madrugada porque no podía dormir y lo echaba de menos.

—Monroe es un tío raro. Sea lo que sea que le ocurra, ya se le pasará —aclara Raz, poniéndose de pie—. ¿Vas tú a por el té, o me muevo yo?

—Voy yo. Tú puedes seguir sobando a Gale mientras reúnes más papeletas para cogerte el resfriado y tomarle el relevo.

—Yo lo cuidaré si se pone malo —asume ella.

—Entonces entraréis en un bucle interminable. —Me echo la riñonera en el hombro y cojo esas llaves que Gale no usa nunca porque no cierra la maldita puerta—. Estaréis enfermos por los siglos de los siglos.

—Amén —sonríe Raz.

Pongo los ojos en blanco y celebro haber abandonado el banco de gérmenes cogiendo una gran bocanada de aire. Inspiro y espiro varias veces antes de bajar las escaleras dando saltitos.

Buscarlo en Internet... qué locura. ¿O no? Es absurdo que siendo una loca de la tecnología que pasa como mínimo cuatro horas seguidas en Internet, no haya ponderado preguntarle al omnipotente Google. Aunque, ¿cómo hacerlo? Con el shock que llevaba a cuestas hasta hace unas horas, solo se me habría ocurrido teclear «¿¿¿por qué estás enfermo, Evan???». Y seguro que algo tan concreto no sabría respondérmelo.

Saco el móvil de la riñonera y abro el buscador con bastante respeto. Primero debería saber lo que es un síntoma, porque tampoco quiero hacer el maldito ridículo poniendo su timidez como un problema mental.

Dios, ¿en serio me estoy planteando hacer esto? Sería más sencillo meterme en su casa, cogerlo del cuello y obligarle a desembuchar. Pero no soy esa chica, como ya os he dicho, y no se me ocurriría estrangular a alguien a cambio de información. Podemos cambiar lo del cuello por un pequeño empujoncito, o arrinconarlo contra la pared... Eso incluso suena sexy, y seguro que sería efectivo.

—¿Qué haces tú por aquí? —pregunta alguien a mi espalda. Me giro, y ahí está Zac, con un dedo juguetón colgando de la hebilla del cinturón—. ¿Te puedo invitar a algo?

Todas mis estrellas son fugaces [AUTOCONCLUSIVA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora