Francia, 1515

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Ethel muchas veces deseó dejar todo, se replanteaba sus decisiones. En casa lo tenía todo, era una reina, casi una diosa, sin embargo se había conformado con la vida de una plebeya servidora del castillo en Josselyn. Sabía que la buscaban, sabía que había un precio para su cabeza; pero eso era en los territorios celtas, en Francia era una mujer de poco ingreso más.
Desde que el Conde la  había hecho suya hace tres años atrás su vida había sido un deleite, a pesar de todo. Ella creyó que al entregarle su virtud él la desposaría como Dios manda y terminaría siendo una Condesa pero al parecer los planes del Conde eran distintos. Ethel peinaba su rojiza cabellera mientras miraba sin mirar a través de la pequeña cristalera de su habitación y suspiró. Se había enamorado de un imposible y su resquebrajada moral le había impedido contarle quien era.
Dios debería estar riéndose de ella, maldijo una y mil veces su historia. Joder, no solo Dios, todos quienes sabían quién era Ethel deberían estar riéndose. La poderosa Ethel era la calienta pollas real y lo que era más deprimente es que el amor del Conde lo valía.
― Ethel, el banquete está próximo a empezar. ―Ivo entró y la miró de pies a cabeza.
― Enseguida voy ―esta dejó todo lo que hacía (que no era mucho) y se encaminó hacia las cocinas del castillo; vestía un vestido color rosa palo con detalles blancos y dorados, era una delicia a la vista.
Ambos caminaron a lo largo del pasillo, era el cumpleaños número treinta y cinco del Conde, exactamente tres años antes esa misma noche se había entregado en cuerpo y alma aunque le había mentido para ello.
Al llegar a la cocina tomó las bandejas de comida y se encaminó al amplio comedor, al llegar a la estancia sonrío sin poder ocultarlo al ver a su amante vestido con finos textiles en tonos tierra, su cuerpo se había fortalecido y su cabello crecido y lo mantenía corto a los lados, su barba de igual manera había crecido y su ceño se mantenía fruncido en constante concentración estaba mucho más atractivo y Ethel pensó que eso era imposible.
― Feliz vuelta de sol mi Lord ―esta susurró al inclinarse y dejar platos en la mesa.
El Conde al verla  sonrió de oreja a oreja y eso fue todo lo que Ethel necesitó para olvidarse de sus pesares.
― Muchas gracias Ethel ―le dijo y tan cerca como pudo estar sin levantar sospechas tocó una de sus manos.― Te espero en mis aposentos al finalizar el banquete.
La aludida le guiñó cómplice y se alejó con un ligero contoneo en las caderas. Luego de eso miró como todos los comensales algunas caras conocidas y unas cuantas nuevas. Miró a las mujeres todas vestidas con sus mejores vestimentas y llenas de las joyas más finas. Vio a los músicos quienes tocaban sonrientes una melodía desconocida para sus conocedores oídos. La joven doncella miró a los hombres, todos bien vestidos todos muy atractivos, uno que otro la miraba lascivo lo que ella tomó con ligera diversión, vio como ellos se murmuraban entre si y le comentaban al Conde sobre algo en particular, éste al escucharlos y luego dirigirle una mirada ardiente a la joven negaba en dirección a los hombres.
Ethel escuchó a la perfección luego de unos minutos, la falta de comida afectaban sus sentidos, la fatiga la ponía en aquel estado pero era claro lo que los hombres querían; poder tener a la joven desnuda ante ellos mientras uno de los dos la follaba. Río para sus adentros, el Conde jamás la compartiría y eso la hizo sonreír amplio.

El conde luego de la deliciosa cena pidió a los asistentes que pasaran al salón de baile, era hora de dejar los regalos justo al lado del asiento y hora de bailar como ya era costumbre en las fiestas del castillo. La idea de tener otro banquete con sus particulares finales lo ponían al límite, saber que muchas mujeres al final de la velada se desnudarían para él y le rogarían que las hiciera suyas hacia que la enorme erección apareciera en sus pantalones, pensar que la noche terminaría con la dulce Ethel en su enorme cama desnuda y dispuesta lo hacía agradecer al universo por su posición social; al Conde le podía faltar muchas cosas pero nunca el sexo, el dinero y el respeto de su pueblo.
Habló de cómo Amelie le había advertido sobre la amenaza de los mercenarios, afirmó que cada día lamenta su partida y lloraba en silencio al ver como Aquitania era un territorio hostil. Alabó a su ejército y agradeció a todos los presentes que habían colaborado a vencer aquella horrenda batalla, los mercenarios habían tomado las riquezas de su antigua amante pero no habían podido con las de él. Era un hombre orgulloso, todos lo sabían.

― Muchas gracias por asistir a otra celebración más. Disfruto plenamente de su compañía, sus regalos y presencia hacen de esta velada de las mejores que he podido tener ―dijo levantando su copa y sonriendo un poco.
Luego del particular brindis Ivo se retiró y con él lo hizo la servidumbre, todos sin excepción regresaron a la cocina donde comieron de las sobras y bebieron del vino mientras cuchicheaban sobre los invitados del banquete. Ethel comía en silencio, muchas de las mujeres afirmaban que luego del baile el Conde tenía otro tipo de festín, los hombres decían que trataba de asuntos oficiales puesto que los invitados eran parte de los territorios aliados, ella realmente no sabía que pensar; en otras circunstancias solo le habría bastado escuchar desde su dormitorio pero había pasado por una sequía vital para alguien como ella y se había visto obligada a alimentarse como una plebeya más. Armándose de valor decidió que su curiosidad terminaría esa noche.
El Conde miraba como las mujeres se besaban entre sí, mientas los hombres se tocaban y murmuraban palabras alentadoras para las féminas, la erección en su pantalón no dejaba de crecer y pedía a gritos ser liberada por lo que con una seductora sonrisa en los labios se levantó de su asiento y bajó hasta donde se encontraba la conglomeración de personas; los hombres tomaban a las mujeres, algunas de las mujeres mientras eran penetradas le daban placer a otros hombres o mujeres con la boca.
Todo era morboso y al Conde le encantaba por lo que al llegar donde una voluptuosa mujer de cabello rubio dejó caer sus pantalones dejando así a la vista la enorme erección. A la mujer le encantó tanto que sin importar su posición se abalanzó hacia el Conde a quien le dio placer con increíble experiencia en sus labios.
Ethel esperó que todos estuvieran dormidos para escabullirse de los dormitorios, forzó su vista al máximo para no hacer uso de una antorcha. Caminó y salió del castillo por unos instantes, no podría seguir de esa manera, necesitaba alimentarse.
Luego de hacerse cargo de su hambre volvió a adentrarse por el castillo esta vez por unas de las ventanas ya que así cortaría camino y sonrío amplio al escuchar la música fuerte y claro pero su sonrisa se apagó al escuchar gemidos tanto femeninos como masculinos.
Gruñendo en un idioma un tanto extraño corrió sigilosa hasta la gran estancia donde estaba su amado, se adentró camuflándose con las enormes cortinas que adornaban el lugar, su desesperación creció al momento que el sonido de los gemidos se mezcló con el olor del sexo.
Abriendo una de las cortinas lo suficiente para ver sin ser vista vio todo lo que ocurría, aunque ya no lo necesitaba tenía ser capaz de verlo con sus propios ojos y así fue; vio como las mujeres se entregaban al placer que los hombres le daban. Miró con horror como su Conde era cabalgado por una rubia mientras una castaña restregaba su sexo en sus labios.
― No...
La ira de Ethel explotó al momento en el que sintió como su amor se corrió dentro de aquella mujer y elevó sus manos para mover con más entusiasmo a la castaña. Ethel maldijo en todos los idiomas que conocía mientras dejó que un grito desgarrado hiciera eco en el lugar. Salió de su escondite con la ira plasmada en su rostro y todos la miraron mientras el Conde fruncía el ceño en busca de la fuente de sonido.
Ethel se resquebrajó, muchos siguieron sus actividades y a nadie le importó que la mujer llorara iracunda. Ivo intentó  sacarla a rastras pero ella ya había tenido suficiente. Tomó a Ivo del brazo y lo lanzó al muro de piedra más cercano, avanzó con la mirada fija en el Conde que al verla de aquella manera sintió temor, aquella fuerza no era natural en alguien tan menudo como Ethel. Algunos empezaron a correr mientras otros pasmados del miedo quedaron en su lugar.
Apartó a mujeres y hombres del camino de la única manera que conocía; matándolos, mató a todos y cada uno de ellos, desgarrando las extremidades de sus frágiles cuerpos,
― ¡Ethel! ―el Conde estiró su mano derecha a modo de detención, no sabía que lograría con eso.
― Ethel nunca existió ―la pelirroja carcajeo sin humor― dijiste que eras y siempre serías solo mío. ¡MENTISTE! ―Gritó.
Los guardianes del castillo entraron pero de nada sirvió porque en cuestión de segundos todos yacían desmembrados en el suelo de la estancia que empezaba a tomar un delicioso olor y color que tanto le gustaba a la mujer cuyo vestido estaba bañado en el preciado líquido color carmesí.
El conde si bien era un excelente contrincante jamás había visto tal fortaleza, sin duda alguna ella era el mal que Amelie le contaba en su carta. Corrió sin mirar hacia atrás, se había acostado con un demonio.
― Conde... Conde  ―Ethel apareció frente a él lo que hizo que este se callera de trasero.― ¿Cómo he de castigarte?
― Eres un demonio, aléjate Ethel.
Ella río.
― El termino correcto es súcubo querido Conde ―ella se sentó encima del Conde aprisionándolo y ensuciándolo de sangre― y por favor, deja de decirme Ethel, mi nombre es Lilith.
Sonriendo maliciosa dejó unos colmillos a la vista justo antes de morderlo sin piedad, después  de eso el castillo quedó en un completo silencio, y nadie, absolutamente nadie se salvó de aquello.

En esta vida y la otraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora