Capítulo VI

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La electricidad aumentó entre los dos, era mucho más palpable que una simple tomada de manos, era tan potente que toda música se apagó, las personas desaparecieron y todo, todo a excepción de ellos parecía ir despacio. La paz que ambos sintieron fue de igual manera excepcional pero alarmante.

Adrien se apagó por completo, su intención inicial fue distraer a la humana, pero se encontró disfrutando de aquel acto tan simple y banal que por un momento no notó lo que ocurría a su alrededor. Emma por otro lado sentía como el aíre era robado de sus pulmones de la mejor manera posible, se sintió fascinada por cómo Adrien la sostenía de la cintura con una mano mientras acariciaba su mejilla con la otra, pero pronto a ambos debieron separarse pues necesitaban respirar.

Tan pronto se separaron todo volvió a estar en orden; la música regresó a sus oídos, las personas regresaron a la pista de baile, la paz se esfumó y fue reemplazada por la estridente algarabía, la electricidad, el deseo, todo quedó ahogado con el claro sonido de la sangre bombeando a través del corazón de Emma. Eso sería un problema.

— Adrien...

La voz afectada de la castaña volvió loco al vampiro quien no podía dejar pasar por alto el ahora fuerte aroma dulzón de la sangre, fue entonces que se dio cuenta de lo descuidado que había sido; si bien había distraído a la mujer de descubrir que su amiga era drenada frente a todos en su afán por mantenerla ajena a todo alertó a los demás vampiros sobre su sangre.

Fue sin duda un error básico y realmente estúpido.

— ¿Sucede algo? —Emma miraba al rubio con la respiración un tanto acelerada y las mejillas sonrojadas.

Adrien no podía mencionar nada de lo que realmente ocurría; no podía confesar que desde el beso su sed por sangre había aumentado, no podía decirle que estaba rodeada por al menos tres docenas de vampiros, no podía mostrarle a su amiga siendo drenada por lo que respirando profundo y tomándola por la mano simplemente sonrió y dijo:

— Eres realmente hermosa cuando te sonrojas es todo.

Aquello bastó para callar las palabras de su acompañante, pero maldijo por lo bajo al ver como aquello no hizo nada para calmarla.

Charles sonrió amplio al terminar de alimentarse de la pelirroja justo al tiempo que sintió como un nuevo y mucho más puro aroma se levantó por todo el lugar, aunque siguió bailando con la mujer, esta al estar un poco grogui no notó los labios sucios de su acompañante ni el punzante dolor en su cuello, tampoco notó como tanto hombres como mujeres empezaron a sisear entre sí como si de serpientes se tratara; nada de aquello fue relevante para Lucile quien solo sonreía mientras se movía al ritmo de la música.

— Charles ¿Quién es esa mujer?

Un hombre alto y con aspecto escandinavo se acercó al inglés con evidente autocontrol en su cuerpo, este arrugaba la nariz mientras flexionaba sus puños constantemente.

— Tranquilo Emil —sentenció Charles al notar la inquietud del vampiro— no pueden acercarse a ella, el rubio del reservado la ha reclamado como suya.

Emil maldijo en su idioma y negó con la cabeza.

— Vamos Charles, ¿tú entre todos los presentes me estás pidiendo que siga una insignificante regla autoimpuesta por unos pocos?

Charles odiaba seguir las reglas de la embajada, pero en este caso tan intrigante no podía permitir que nadie se entrometiera en sus planes.

— Emil. Pocos saben la verdadera intención de aquel vampiro, por tanto, él tiene la ventaja sobre nosotros, además, es mucho más antiguo que todos en este lugar. No vale la pena tenerlo de enemigo en estos momentos —sonrió dejando una de sus manos sobre el hombro de aquel hombre— pronto será nuestra, pero de momento, dile a tu gente que corra la voz; aquella mujer está fuera de nuestros alcances... de momento.

En esta vida y la otraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora