París, 1860.

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El Conde caminaba entre las calles adoquinadas de su amado territorio, había decidido regresar para observar lo que alguna vez fue suyo; observó las pintorescas casas y la mejoría en la vestimenta de los locales. También vio su castillo, a lo lejos desde luego ya que para entonces el castillo de Josselyn pertenecía a una opulenta dinastía de usurpadores que habían alterado la historia de su pueblo.

Miró el mercadillo, miró a las mujeres, hombres y niños, miró como todos parecían recuperados de la nefasta plaga que los había aquejado, todo parecía en completo orden pero no fue hasta que olió un familiar aroma que los vellos de su cuerpo se erizaron por completo.

― ¡El vampiro! ―Exclamaron varias voces.

Por un momento se paralizó, pensó que lo habían descubierto pero al ver a la mujer que señalaban maldijo sonoramente.

Era igual a Odette, en realidad era la misma persona o eso podía jurar ya que la joven italiana no podría estar viva, se acercó solo para llenar su fosas nasales del putrefacto olor de la muerte; a pesar que la mujer tenía el mismo aroma de la joven esta estaba a punto de morir y su aspecto la hacía parecer a uno de los suyos a punto de morir por hambruna pero el Conde sabía que la mujer no era de los suyos. Algo tenía claro, en aquella mujer de rostro idéntico al de Odette no corría sangre humana.

En esta vida y la otraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora