XXIII

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Semana 17.

Narrador omnisciente, tercera persona.

—¿Te vas a Alemania? —Taro lo miró seriamente.

El viento soplaba calmoso esa tarde, sin embargo —y como si entendiera lo denso de la situación—, una corriente brusca agitó sus cabellos. En su interior se libraba una batalla campal que se expresó en su abdomen como dolorosas punzadas, dándole la sensación de querer arquearse y salir corriendo. Aquéllo iba en contra de su política personal; era un hombre, no debía huir. Sin embargo, los ojos castaños de Misaki brillando en la espera de su contestación le hicieron dudar. ¿Qué le digo?, se preguntó. La respuesta era tan simple como articular un monosílabo afirmativo, pero una repentina compresión en su pecho le dijo que no era lo mejor.

¿Quién demonios le había dicho a Misaki que se iba? Él definitivamente no lo habría hecho nunca, precisamente para evitar tal situación. Ésa en la que era incapaz de mantenerle la mirada —cosa que nunca le había pasado—; ésa en la que sería capaz de mentir diciendo que iba a quedarse, e incluso cumplirlo, con tal de no provocar la tristeza profunda que seguro Taro iba a sentir, aun si no lo demostraba. ¿Cómo podía saber eso? Sencillo: habían estado juntos el tiempo suficiente para que el pelinegro identificara los puntos débiles de Taro. Uno de ellos era despedirse de sus amigos.

Los minutos pasaban, y con ellos, la desesperación de Genzo crecía de a poco al no ser capaz de emitir una palabra tan sencilla como «sí».

—No voy a responder eso.

La mirada marrón pasó de ansiosa a asustada. Taro no se esperaba esa respuesta. Tal vez un sí o un no —de hecho ya se estaba preparando para la mala noticia—, pero el que Genzo se negara a compartir aquello con él, le llenó el pecho de un temor que pocas veces lo había invadido. ¿Será que no confía en mí?, pensó dubitativo, ¿será que todo este tiempo estuve equivocado, creyendo que se sintió bien conmigo? No podría soportarlo. Era duro decir adiós a un amigo; peor aún sería descubrir que nunca lo tuvo, más si hablaba de Genzo en particular. Él había sido una fuente de confianza, un ejemplo de fuerza; el modelo del hombre que querría llegar a ser.

¿Y si realmente ese vínculo formado entre los dos sólo estaba en su cabeza?

—¿Por qué, Genzo? —habló con voz queda—, ¿por qué no quieres decirme?

Oh, no. Ese tono no era lo único que evidenciaba la preocupación de Taro; también su mirada acuosa mostraba lo mal que se sentía. No hagas esto.

—Porque no se me da la gana. No tienes por qué meterte en mi vida.

Taro era un muchacho muy frágil e inseguro, por lo que, en otras circunstancias, Wakabayashi probablemente se estaría recriminando su actitud tan soberbia, es decir; solía ser duro, prepotente, y no le daba vergüenza admitirlo. Pero algo muy distinto era aprovecharse de esas debilidades para atacar por la espalda. Demasiado bajo para alguien con el orgullo tan crecido como él. Sin embargo, por esta vez, actuar frío e insensible sería la mejor salida.

Por su parte, probablemente Taro fuera masoquista, pero no iba a dejarlo ir sin escuchar por su propia boca que no sentía nada de lo que él creyó. No había otro modo en que pudiera aceptarlo.

—No me estoy metiendo en tu vida, sólo pensé que merecía saberlo. Somos amigos ¿no? —A pesar de encontrarse inseguro, la voz vacilante de hacía un momento se tornó sorprendentemente firme.

—Das por hecho que me iré cuando aún no sabes nada, no te interesa lo que piense al respecto. Eso no es muy de amigos, ¿sabías? —Algo en las pupilas del castaño brilló y aturdió a Genzo por un instante.

—No, Genzo, ése no es el punto. No sólo me interesa lo que puedas pensar; me importa tanto que necesito una respuesta. No he interpretado tu silencio ni tus desplantes como una.

La forma decidida en la que Taro pronunció aquello último hizo a Genzo estremecer. Le hubiera gustado decir que se debía al asombro que la nueva actitud de Misaki le causó, pero la verdad era otra: cada vez que alguien se atrevía a alzarle la voz para contradecirlo, un impulso salvaje dentro de sí le pedía a gritos que no se dejara intimidar, que respondiera al reto. Ello fue justamente lo que hizo.

—Deja que te aclare una o dos cosas, Misaki. Primero, ¿tú quién te crees para exigirme? No eres nadie importante para mí, y aun si fueras mi amigo, no te dejaría meterte en mis asuntos. ¿Acaso ves que voy por ahí, tan despreocupado, contando siempre cómo estoy, si tengo planes o problemas a Mamoru o Tsubasa? Y ya que menciono a mis amigos, ¿crees que te considero uno? No sueñes. Con ellos he pasado muchas cosas. El hablar de vez en cuando e incluso que me caigas bien no significa nada en comparación.

Taro palideció ante sus palabras.

—Lo siento...

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