VI

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Warning: Narrador omnisciente (tercera persona).

Semanas después...

―Wakabayashi, ¿te irás conmigo a Alemania, cierto? ―preguntó mientras caminaban con rumbo a la casa del susodicho.

―Claro, ¿por qué la pregunta, Schneider? ―Miró al rubio de reojo sospechando sus motivos.

―Nada especial, solo te ves muy cómodo en Nankatsu. Se podría pensar que no te quieres ir. ―Genzo se detuvo un momento, pero siguió mirando al frente.

―No digas tonterías. No importa cuánto me guste un lugar, yo tengo una vida por hacer; un sueño qué cumplir. ―El muchacho a su izquierda no disimuló su desconfianza ante lo dicho, pero dejó pasar el tema y continuó caminando. Genzo, detrás suyo, hizo lo mismo.

―¿Viste a Hyuga y Wakashimazu hoy? ―Esta vez el otro no paró su marcha, pero sí lo miró directamente, extrañado de nuevo por su pregunta. Karl-Heinz, adivinando su reacción, dijo―: Estuvieron muy bien en sus encuentros.

―Ellos siempre son buenos, no veo qué tiene de grandioso ahora.

―En efecto, no tiene nada. Solo creo que es extraña su conexión; los dos actúan impecables justo el mismo día en que les toca visitar la casa del otro.

―¿Qué insinúas? ―formuló viendo venir el punto de aquella charla.

―Nada, ya te lo dije, es solo que... Sabes que soy bastante paranoico con la relación que tienen Matsuyama y Misugi, ¿cierto? ―Volteó a verlo y descubrió la impaciencia plasmada en sus negros orbes―; Lo que sea que haya entre esos dos me parece angustiosamente familiar.

La primera cosa que se le ocurrió exclamar fue "Estás de broma, Schneider". La relación que había entre aquellos hombres, si bien era cierto que no cualquiera la tenía, podía llamarse natural, y es que al menos Ken y Kojiro ―por lo que sabía― habían convivido desde pequeños; su amistad llevaba años forjándose con reuniones constantes entre familias y favores que los mantendrían unidos por siempre; se había enterado de que, incluso, el chico karateca se ofreció a pagar buena parte de los gastos médicos que requería el padre de Hyuga cuando estuvo internado, al borde de la muerte, y su madre no conseguía la cantidad necesaria.

Cosas como ésas se recordaban por muchos años, y por eso Wakabayashi suponía que las miradas de ambos se iluminaban al verse y su rendimiento deportivo aumentaba sobremanera. Claro que ésa habría sido su conclusión absoluta hasta hacía unas semanas, pero, para su mala fortuna, conoció a un muchacho que reformaría sus creencias y lo haría identificarse en la alegría de aquel par cada vez que coincidían.

❝Common Days❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora