Rosa blanca

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Aomine era un joven que odiaba, detestaba asistir a clases, los profesores casi nunca lograban captar su atención, pues la voz que empleaban era de lo más monótona, aburrida e incluso parecía que les contaban un secreto y no una clase. En serio, aborrecía tener que levantarse temprano para sentarse y escuchar algo que después le tendría que preguntar a Satsuki, aún se preguntaba cómo su madre lograba levantarlo de la cama, él no era un ser mañanero que digamos, otra cosa que agregar a la lista de odios, se dijo.

Sin embargo, se preguntaba como rayos fue que terminó asistiendo a clases, a soportar a los profesores y de vez en cuando tomar notas; desde que comenzó su último año de preparatoria a los dos días una nueva profesora llegó a impartir varias materias a todos los salones de tercero, la única diferencia con los demás era que ella era la encargada de su salón. La muy maldita lo amenazó con no permitirle asistir al club de básquet, vale no es que asistiera a las prácticas, pero llegar a esos extremos era algo estúpido.

La mandó al demonio, todos los profesores siempre le amenazaban, pero nunca cumplían, él era el mejor en su equipo y el as para ganar, pero, como siempre hay jodido pero, no esperaba que realmente cumpliera. Por la tarde, al término de las clases, decidió asistir a la práctica para sacar, por lo menos, una cuarta parte del enojo que la profesora le había ocasionado, al llegar se topó con que no tenía permitido participar y mucho menos pisar el gimnasio por órdenes de los superiores. Ósea, entiéndase, por la maldita profesora peliteñida. Furioso como nunca se dirigió a la oficina del directo y, oh sorpresa.

¡La maldita era la hija del señor!

Valiéndole un pepino y, furioso como estaba, le reclamó la osadía de prohibirle estar en el club, el director no dijo nada salvo: respaldo a la profesora Kirajara.

Genial, simple y sencillamente genial.

No dijo más y se fue.

No cambió su rutina en la escuela para nada, la bruja siguió hostigando durante las tres semanas siguientes al igual que algunos de los chicos del club y Satsuki, sin embargo, estos desistieron a la semana pues en una ocasión Aomine estaba a nada de perder los estribos cuando intervino la chica diciéndoles que esto era cosa de principios de Aomine, ya que el moreno detestaba que usaran trucos de quinta para imponer algo. Los chicos entendieron y le prometieron juntarse los fines de semanas para que no se atrasará con las jugadas y alineaciones, lo único que le pedían era que hiciera algo antes de que los campeonatos comenzarán, lo necesitaban. Ahí comprendió que su amiga, casi hermana, lo conocía demasiado bien.

La maestra fue otro cantar.

Un mes había pasado, la profesora no paraba de joderle la existencia, pero siempre la ignoraba, sin embargo, ese día antes de abandonar el aula, ya que seguía la clase de la bruja, noto como de su mesa sobresalía un papel de color negro, regreso y lo tomo. Entre sus manos yacía un sobre negro sin remitente ni nada más, salvo su nombre en tinta plateada, lo extraño, estaba dispuesto a salir junto con el sobre, pero la profesora llegó, no la miró y mucho menos hizo el saludo correspondiente. La carta quedó guardada en su chaqueta.

Al finalizar la clase su mente era un hervidero de pensamientos, no podía creer que detrás de esa fachada de puritana existiera un profesor así, nunca había escuchado a un maestro impartir la clase como ella lo hizo, la pasión, la ironía, sarcasmo, de todo usaba para la clase, los ejemplos iban desde lo más absurdo hasta lo complicado, joder, se sentía abrumado y por primera vez deseaba que ya amaneciera para volver a escuchar su clase.

Al salir de la ducha aún seguía pensando en su forma de proceder para el día siguiente, sentado en la cama sus ojos captaron el sobre que estaba a nada de caerse de su chaqueta colgada, regreso a la cama examinando el sobre, al abrirlo, entre las hojas se deslizó una rosa blanca seca, el olor invadió sus fosas nasales, aún seca mantenía su olor. Una sonrisa apareció en sus labios, las rosas en todos sus colores y tamaños le gustaban, era la única flor que aceptaba pues le parecía que ocultaban algo de gran valor entre sus pétalos. Dejó la flor sobre un libro y se dispuso a leer las hojas del mismo color que el sobre y la tinta.

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