Botón de rosa

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La noche se presentaba con su belleza innata. Las estrellas brillaban como pequeñas luciérnagas. La luna no opacaba a las estrellas y las estrellas a ella. Ambas brillaban. Ambas actuaban como luz en aquella bahía transformada en un pequeño paraíso para dos personas en particular. El fuego creado mitigaba el frío que comenzaba a recorrer los cuerpos presentes.

Aomine no podía creer el haber caído en la trampa y cuerpo del pelirrojo, sus ojos lo seguían cual cazador a su presa, su corazón latía con cierta rapidez cada vez que la mirada contraria se encontraba con la suya. Suspiro. Cerró los ojos. En su mente comenzó a reproducir los recuerdos de hace una horas; después de aquel beso en compañía de una pequeña promesa los juegos comenzaron, las caricias se hicieron un espacio y los besos los actores principales. El mar se movía de tal forma que parecía otro integrante más. Aomine en varias ocasiones detuvo los movimientos de un par de serpientes insistentes a recorrer su cuerpo. Las sonrisas eran dadas para sumergirse y nadar bajo el mar, alejándose del cuerpo contrario.

Minutos después era alcanzado con una iniciación de plática trivial o pequeñas provocaciones, pero la mayoría recibían respuestas cortas, deseaba sentir, no hablar y mucho menos pensar. No se dio cuenta del pasar del tiempo hasta que noto como el sol comenzaba a ponerse tras el horizonte, el cielo pintarse de colores amarillo, rojo y naranja, dando la orden a sus piernas de salir de aquella piscina natural.

–¿Sucede algo? –La voz tras su espalda le detuvo así como mandó un delicioso escalofrío pues era profunda y cargada de algo que no pudo identificar.

–Nada, sólo iré a sentarme.

–¿Te lastimaste? ¿Te encuentras bien? –Se acercaba. Lo deducía por el sonido producido entre el mar y sus piernas. No deseaba verlo. No en ese momento, sólo quería pensar un poco y alejarse del agua.

–Estoy cansado, pero si tú aún quieres continuar en el agua, yo te espero sentado.

No recibió contestación. Siguió caminando hasta que tres pasos después se alzó la voz del pelirrojo.

–¡Hay mantas en el auto, está abierto!

Movió la cabeza en confirmación de haberlo escuchado. Del Jeep sustrajo una toalla, enredo la misma en torno a su cintura para bajar el short y bóxer, de su maleta tomo un cambio para colocárselo. Al girarse con manta en hombros se percató de una mirada rojiza observándolo, se sonrojo ante aquello. Bendito sea su padre por heredar su tono de piel sino ya se hubiera dado cuenta del fuerte sonrojo en sus mejillas que, si bien no se veía, si se sentía. Regresó, busco un lugar lo suficientemente lejos del agua y de la creciente marea para no mojarse más, colocó otra manta en el suelo para sentarse. Sus piernas fueron flexionadas hasta su tórax para ser resguardadas del frío y los insectos.

Sus pensamientos se volvieron una vorágine de preguntas, algunas con respuesta y otras desencadenaron más preguntas, sin más llegó a la conclusión de que el único con el poder de responder aquellas dudas era la persona que se encontraba caminando en su dirección con una sonrisa un tanto perturbadora y bonita. Cerró los ojos. Su rostro fue tomado para ser elevado mientras sentía como pequeñas gotas caían en él, sus labios recibieron los contrarios con gusto y cierta parsimonia, sus ojos se abrieron para tener una imagen de un pelirrojo sonriente.

–Haz caído.

No pudo procesar del todo aquellas palabras y mucho menos preguntar su significado. Kagami ya se encontraba en el Jeep en busca de sus cosas para cambiarse. Lo dejó hacer para girarse en busca de algo de tranquilidad en la inmensidad del mar. Nuevamente no sintió el paso del tiempo hasta que el sonido de algo cayendo cerca lo regreso a la realidad. Taiga se hallaba arrodillado frente suyo colocando ramas y pasto seco para comenzar, si mal no deducía, una fogata.

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