Muñequeras

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La semana nuevamente se hizo eterna, pensó que quizá recibiría una segunda carta, pero esta no llegó, se sentía tan desilusionado. Realmente esperaba esa carta. La ansiedad que sentía disminuía con las prácticas del club ya que la maestra le permitió volver, claro está que no se disculpó, la trataba o le hablaba lo necesario. Afortunadamente el campeonato de invierno comenzó, quizá con los entrenamientos y los enfrentamientos esa ansiedad, excitación y sobre energía disminuyeran de su cuerpo. Además se enfrentaría por última vez a sus amigos de secundaria, ansiaba ver y sentir que tan fuertes se habían vuelto en estos últimos meses.

Sus dos primeros partidos no presentaron mucha dificultada, pero eso no quitaba el hecho de jugar con novatos con más calidad de la que recordaba que hubiera. Al finalizar ese día tuvo muchas ganas de dibujar, el cansancio por los juegos quedó olvidado al bañarse, de alguna forma este se había esfumado, tomó su cuaderno, lápices, plumas y plumones dando rienda suelta a su mano y mente.

Dibujar era un pasatiempo que su padre le había heredado e impuesto, pues cuando era niño siempre lo arrastraba a lugares que ni sabía que existieran en la ciudad o fuera de esta para sentarse, observar y dibujar. En una de esas salidas el moreno se había hartado de sólo ver y no hacer nada por lo que en su mochila se llevó un cuaderno en blanco, lápices y carboncillo, cuando le pregunto que si le podía enseñar pues ya se había hartado de sólo ver, su padre le mostró una gran sonrisa, le beso la mejilla, le revolvió los cabellos para después dejar su cuaderno de lado y enseñarle.

Le reafirmó las bases que daban en el kínder y le enseño cosas nuevas. Amaba esas salidas, sentía que así estaba más cerca de su padre, lástima que muriera cuando él tenía once. No le pudo enseñar a pintar.

Antes de dormir siempre hojeaba algún cuaderno de su padre, pero desde que llegó su cazador lee las cartas a intervalos con los dibujos.

Se quedó dormido en su escritorio sin darse cuenta mientras dibujaba, gracias a su madre que le gritó y echó agua pudo despertar. Se dio cuenta que sólo quedaban veinte minutos para llegar, se arregló los más rápido que pudo, tomó sus cosas, una tostada con mantequilla de la mano de una de sus hermanas para salir corriendo. Llegó diez minutos retrasado y chocando con la puerta, la profesora no le pregunto nada, pero lo dejó pasar, claro que el moreno no podía contestar.

Se dejó caer en su asiento tratando de normalizar su respiración. Durante el almuerzo recibió una reprimenda por parte de Satsuki. La ignoro, durante el tiempo restante durmió sobre sus piernas, la chica no dijo más y siguió comiendo. En esos momentos era cuando más amaba a su chica.

Aun cayéndose de sueño logró mantenerse despierto durante el resto de clases. Durante la última hora, al cruzar los brazos sobre la mesa y agachar la mirada noto en una de las esquina como algo negro sobresalía, lo observó durante algún tiempo, su mente aún se encontraba en estupor por el sueño. Cuando logró despabilar elevó la tapa, notando el sobre negro, un poco más grande de lo usual, pero era su sobre, su carta.

Una sonrisa se asomó por sus labios, miró el reloj para ver que faltaban escasos cinco minutos para que la clase terminara.

Al salir se encontró con Satsuki, no pudo hacer nada para dejarla atrás, la chica era su vecina, tuvo que emplear mucha fuerza de voluntad para no dejarla y salir corriendo.

Al llegar a casa, pasó de largo y se encerró en su cuarto, prendió su reproductor y la música invadió su habitación. Se cambió de ropa, se sentó en su cama y abrió el sobre. Al hacerlo se topó con dos muñequeras de color azul marino, en medio de estas se encontraba un lobo color plateado, como si estuviera corriendo. Eran bonitas.

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