Rosa Roja

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Después de aquella carta sentía haberse convertido en el mar mismo. Se desato un vendaval, una tormenta junto con un tsunami en su interior, las olas de sentimientos no paraban, se sentía demasiado ansioso, sus niveles de energía estaban a toda su capacidad; los entrenamientos no le hacían ni sudar y mucho menos lograban bajarle un veinte por ciento de sus niveles energéticos. Por lo que a sabiendas que su madre le gritaría unas cuantas verdades por llegar tarde, tomó la decisión de jugar hasta que ya no haya nadie en las canchas callejeras.

Realizó la misma rutina el resto de la semana. El fin de semana hizo lo mismo, la única diferencia fue que no se levantaba tan temprano y prácticamente se la pasaba todo el día en ellas. Durante sus partidos se sentía más tranquilo, hasta cierto punto feliz, pues ya no se sentía sobre estimulado y frustrado ante la falta del sueño por culpa de la sobre energía.

El lunes llegó, las prácticas le drenaron sus últimas reservas, lo cual agradece, pues no soportaba el estar forzando a su cuerpo a deshacerse de algo que con sólo recordar volvía con el doble de fuerza. No entro a clases después del entrenamiento, su estómago exigía alimentos, afortunadamente conocía a la señora de la cafetería, por lo tanto obtenía comida antes de tiempo si la pedía con ciertas palabras. Con el estómago lleno, se dispuso a contemplar el cielo, al momento de comenzar a sentir sus párpados cerrándose junto con el sopor del sueño le mando un texto a Satsuki, informando dónde se encontraba para que viniera y lo despertara para entrar a las clases después del receso.

No sintió el tiempo y mucho menos la llegada de la chica de cabellos rosa hasta que esta le soltó su bolsa sobre su torso, logrando despertarlo al instante y, de paso, sacándole el aire de los pulmones.

–¡¿Pero qué mierda te pasa mujer?! –Le grito exaltado el moreno.

–¡Eres un maldito flojo Aomine Daiki! –Le contesto y apuntó con el dedo la chica.

–¿Tienes que hacer un escándalo por algo que ya sabes desde niños?

– ¡Arg! Eres desesperante.

–Sin comentarios.

Aomine sacó de su torso el bolso para regresar a la posición en la que se encontraba antes de que la chica llegara.

–¿Qué haces?

–Acostarme.

–Ten antes de que me arrepienta.

Daiki abrió los ojos, despabilo completamente cuando observó e identificó lo que le entregaba la chica. Lo tomó con sumo cuidado pues junto con la carta venía una rosa roja. No entendía el porqué de aquel color, ya que este variaba en su significado, un tanto confuso dejó la rosa entre sus piernas para ponerse a leer.


¡Nene!

¡Joder nene! ¿Por qué el destino tiene que ser un hijo de perra con mi pobre corazón y ojos? ¡¿Por qué?! Sí ya sé que soy algo dramático, pero es que tú tienes la culpa y él por supuesto, además no sabía que te cargabas un cuerpo de guerrero griego.

El domingo ahí iba yo caminando de lo más tranquilo cuando note que en la canchas se estaba llevando un partido, me acerco y me llevo la sorpresa de que uno de los jugadores eras tú. ¡Joder! Babee, nene, babee en cuanto te vi.

Mis ojos se deslizaron desde la punta de tus pies cubiertos por los tenis, subiendo por tus piernas torneadas por músculos duros, tu pelvis, tu cadera que sostenía tu short, tu torso, brazos, cuello, labios y ojos. La mejor imagen que nunca antes había visto, eres una belleza exótica a la cual estoy dispuesto a tatuar mi nombre.

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