Apenas veo por donde voy caminando. Esta calle no da muy buena impresión, para ser sinceros. No sé por qué elegimos una zona tan apartada del centro de la ciudad. Lo único que se puede apreciar con claridad en el camino son alguna que otra farola, colocadas de forma paralela a cada lado de la calle cada treinta metros, dejando en la mitad de ambas una zona oscura en la que quién sabe qué puede pasar. Además, algunas farolas están apagadas o emiten luz de forma intermitente.
Corro de una farola a otra, me tomo un descanso de unos segundos, y vuelvo a correr hasta la próxima. Creo que esto va a ser lo único que voy a poder hacer para que no me dé un patatús en una de las zonas que están más oscuras que las demás, hasta que llegue a casa. La verdad es que, parece que me he perdido. Y para mi mayor desgracia, parece ser una zona tan desolada que apenas pasan coches. Al menos es de noche y el calor no azota tanto como lo hace de día, así que caminar resulta más grato que en cualquier otro momento.
Me quito la sudadera que llevaba puesta ya que hace más calor que el que esperaba que hiciera, y me la ato a la cintura con un nudo doble, así asegurandome de que no se suelte en ningún momento. Las aceras son tan estrechas, que parece que es un carril diseñado especialmente para equilibristas, que suelen ir dando brincos gracilmente por todos lados. Unos cincuenta metros más hacia delante de donde yo estoy, veo una marquesina de autobús, en la acera opuesta a la mía.
Se me escapa un leve suspiro de felicidad ya que así voy a poder mirar la zona en la que estoy e ir al lugar correcto, y ojalá haya algún autobús que me lleve hacia mi destino. Aún así, nunca me acuerdo de la zona en la que resido, siempre se me olvida el nombre, y por ende, acabo perdida por quién sabe dónde, dando tumbos. La verdad es que mi sentido de la orientación tampoco es que sea el mejor del mundo. Voy brincando hasta la próxima farola, donde hay un paso de cebra en la carretera, desgastado y casi imperceptible, para cruzar al otro lado.
La marquesina no se encuentra demasiado lejos del paso de cebra. Pongo un pie en la primera raya blanca del suelo, y otro en la próxima raya. Es algo que hacía mucho cuando era una niña, jugar a pasar los pasos de cebra solo pisando lo blanco, o a caminar por la calle sin pisar las rayas de las baldosas, dando zancadas. Llego a la penúltima raya blanca, ya muy cerca del otro lado, concentrada solamente en aquel absurdo e infantil juego de preescolar y primaria, digno de cualquiera que haya tenido una pizca de infancia.
Se oye el ruido del motor de un coche, lejos, de forma tenue. Por la forma en la que suena, no parece ser un coche convencional. Estará a unos cien metros. Recibo un golpe en la pierna derecha, un fuerte golpe que me hace caer al suelo de forma inmediata, quedando tumbada de lado. Oigo una puerta abrirse de forma muy rápida, y luego pisadas suaves que se intensifican rápidamente.
- Oye, ¿estás bien? -pregunta una voz que suena bastante suave, como si fuera un susurro, mientras una figura borrosa y oscura aparece ante mis ojos.
Eso es lo último que oigo. Un intenso dolor recorre todo mi cuerpo. Intento responder a aquel sujeto, pero no sale ningún sonido de mí, soy incapaz de hablar. Tampoco puedo moverme. Aquella voz vuelve a preguntarme lo mismo, cada vez más suavemente, hasta que no oigo nada, mientras su figura se va distorsionando y nublando cada vez más hasta terminar en nada. Oscuridad y silencio absoluto. Ya no siento nada, ni siquiera el dolor de antes. Es una sensación extraña, puede que hasta cierto punto sea agradable, pero la verdad es que da mucho miedo al mismo tiempo. Por favor, que alguien me ayude.
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Dope (쩔어)
Hayran KurguMin Junghye es una joven chica española que viaja a Corea del Sur junto con su mejor amiga Noka para vivir ahí tras haber terminado sus estudios de bachillerato, con el dinero que ambas han estado ahorrando desde que tienen uso de razón. Todo parece...