Verano 1995

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Raoul se encontraba tumbado encima del colchón desgastado en el suelo de la habitación de aquella vieja casa. La cálida luz de tarde se colaba por la ventana abierta que dejaba entrar ese agradable olor a mar. 

La habitación en la que se encontraba el muchacho estaba hecha un desastre, había una cantidad de libros esparcidos por el suelo, de los cuales algunos ya acumulaban polvo, y una pequeña mesita de noche al lado del colchón donde había diversas botellas de agua y tazas de té.

El chico rubio se encontraba estirado en el colchón con el pelo desordenado, que conservaba aún el sabor a sal marina del chapuzón de la mañana en la playa enfrente de su casa. Estaba leyendo un libro absorto en la paz del momento, donde solo se oía el constante sonido de su ventilador y el de las olas rompiendo en la orilla del mar.

Raoul se sobresaltó al oír los gritos de su madre desde la planta baja de la casa, diciéndole que bajase. De un salto cerró el libro que estaba entre sus manos, lanzándolo a un lado del colchón, y rápidamente se reincorporó. Antes de bajar se puso una camiseta de manga corta blanca, ya que anteriormente solo llevaba su bañador azul pastel.

La casa de verano de la familia Vázquez se encontraba en un pequeño pueblo costero de Cataluña, donde por lo que tenía entendido Raoul fue donde se crió su padre. 

Era una casa pequeña y bastante vieja, suficiente para que la familia de cuatro pudiese vivir en verano, con una habitación para cada para hermano - aunque en ellas no tuviesen ni una cama en condiciones - y una planta baja donde tenían una pequeña cocina y salón. 

La casa estaba repleta de fotos familiares y cuadros de su abuelo, que siempre quiso ser pintor. La fachada de la casa estaba pintada con un color azul oscuro que jugaba con los distintos colores de las otras casas, cada una de un color distinto. 

La familia Vázquez García estaba muy unida, sus padres, Manolo y Susana, siempre habían apoyado a sus hijos para cumplir sus sueños, aun sabiendo lo complicado que podrían llegar a ser algunos: Álvaro el hermano mayor de Raoul, tenía 24 años y llevaba ya bastante tiempo metido en el mundo del fútbol, en cambio, los intereses de Raoul se acercaban más al arte, y tenía pensado empezar Bellas Artes al volver a Barcelona al final de verano. Por así decirlo, esta familia se acercaba mucho a la idealizada calidez del hogar llena de apoyo y amor para todas las personas que entraban por la puerta.

Al bajar corriendo por las desgastadas escaleras que llevaban a la planta baja, pudo oír como su madre, Susana, se encontraba hablando con una chica cuya voz reconoció enseguida. Aitana, su mejor amiga de la infancia, hija de unos viejos conocidos cercanos de sus padres, con la que llevaba ya una amistad inseparable de media vida, en la cual ninguno de los dos había encontrado nunca nadie que los entendiera como lo hacían ellos. 

Se encontraba en el estrecho salón de aquella casa, con su pelo castaño liso, largo y con flequillo, con su pantalón corto y su camiseta de tirantes por la cual se podía ver el bañador que llevaba debajo, y su piel ya morena por haber pasado unas cuantas horas en la playa. Cuando los ojos verdes de la muchacha se posaron en Raoul, este pudo observar como su sonrisa se agrandó, llegando a enseñar sus perfectos dientes blancos. Al verle dio un par de saltitos emocionada hasta que lo alcanzó para abrazarle.

- ¡Raoul, vámonos a dar una vuelta en bicicleta que hace una tarde maravillosa! - Dijo Aitana animada cogiendo de la mano a Raoul para arrastrarlo fuera de la casa. 

Salieron por el pequeño portal que daba al césped y seguidamente una de las calles del pueblo. Aitana cogió su bicicleta que estaba en el suelo por haberla dejado así antes de entrar. Raoul que se había dejado llevar por la chica sobreponiendo la pereza que le daba salir en ese momento, colocó como pudo su pelo rubio para parecer un poco más decente y cogió su transporte, que se apoya en la pared de la casa, así, los dos amigos se alejaron de la morada.