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Raoul se despertó esa mañana cuando los primeros rayos de sol se colaban por la ventana de su habitación, que estaba igual de desordenada que siempre, Raoul se dio cuenta que el polvo era cada vez más evidente y que debería limpiar esa habitación pronto. Miraba el techo mientras se iba haciendo una idea de lo pronto que se había levantado ese día - ya que eso no era muy normal en él, y mucho menos en verano - cuando una enorme sonrisa se coló en su rosto. Recordó cómo llegó la noche anterior a casa, rojo como un tomate, medio temblando y con una sonrisa por la cual sus padres – que se encontraban en el salón cuando llego – no tardaron en preguntar el por qué y Raoul, solo pudo ampliarla dejando a sus padres con un interrogante en la cara, e irse tambaleando hacia su habitación, soltando un gran suspiro cuando cerró la puerta detrás de él. Habían prometido verse el día siguiente, regalándose unos cuantos besos cortos más antes de despedirse, bajo ese mismo puente y marcharse en direcciones opuestas. Esa tarde empezaban las fiestas y para inaugurarlas los artistas del pueblo sacaban sus obras a la calle, convirtiendo el lugar en una gran galería de muchísimas artes y que Raoul se moría por ver.

Se levantó del colchón y miró la hora en el pequeño reloj que tenía encima de un montón de libros. Marcaban las 8:30 de la mañana, pero, cómo él sabía que el sueño no volvería después del recuerdo de esos besos, decidió levantarse y aprovechó la mañana para ir a correr por la playa, que después de tanto helado de chocolate le eran necesarias unas cuantas sesiones de ejercicio. Raoul estaba acostumbrado a entrenar su cuerpo, en el instituto hacía atletismo que le sirvió durante muchos años a aliviar la ansiedad que le provocaban los estudios. No es que fuera un mal estudiante, ni nada parecido, solía sacar notas bastante altas, era más bien por la gran exigencia que se ponía sobre él mismo en los estudios, siempre queriendo sacar la nota más alta, porque como le habían dicho sus profesores: así tendría "más salidas". No pudo evitar odiar la cara que puso su tutor en bachiller, cuando le confesó que su sueño era estudiar Bellas Artes, que tenía mucho por expresar y su única forma de hacerlo era a través del dibujo, lo que le hacía realimente feliz. Esa cara de odio fue lo que lo llevó a la ansiedad, junto a diversos comentarios como "eso no sirve para nada" o "te vas a morir de hambre si haces eso, que no es ni una carrera de verdad. Mejor plantéate estudiar algo de provecho". Y gracias a los mimos y el ejemplo de su fuerte y poderosa madre, las sonrisas y ánimos de Álvaro y la seguridad que le proporcionaba su padre, pudo enfrentarse a todo el miedo que le consumía y decidir por fin, dejarse de profesores amargados y seguir su sueño. Por tanto, el hacer ejercicio de vez en cuando, ir a correr por las calles de Barcelona le rebajaba el estrés y conseguía quemar toda esa abundante energía que su pequeño cuerpo de 1'65 le permitía.

...

El sol empezaba a arder en la nuca de Raoul, que seguía corriendo muy cerca de la orilla del mar, con sus pantalones de deporte cortos y una camiseta de tirantes. El chico era blanco nuclear y su piel era extremadamente sensible ante el sol, en ese momento podía notar cómo se empezaba a quemar la nuca, ya que con el empane que llevaba encima se había olvidado de ponerse crema solar. Se paró unos segundos para coger aire y refrescarse la cara con el agua que estaba roja por el esfuerzo y el calor.

- ¡Hola! - Una voz familiar sonó en su espalda. Se le pusieron los pelos de punta al oír la voz que había prácticamente estado toda la noche en su cabeza. Con la cara mojada, el pelo pegado en la frente y las gotas de agua salada resbalándole por la piel se giró para enfrentarse al canario.

- ¡Hola! - No pudo contener la sonrisa el verlo, ni el tono rojizo que ocupó sus mejillas cuando recordó la noche anterior, ni el evidente calor que sintió en su pecho al verlo sonreír a él también - ¿Qué haces tú por aquí?

-Eso debería preguntar yo, vengo todas las mañanas a hacer ejercicio por aquí y nunca te había visto. - Hasta el momento no se había fijado Raoul, que Agoney llevaba una camiseta rosa pastel, un poco mojada por el sudor, y se había recogido las mangas cortas de la camiseta para convertirla en una de tirantes, que dejaba ver sus preciosos brazos. También respiraba pesado por el cansancio dejando su boca un tanto entreabierta mientras su pecho subía y bajaba rápidamente, y Raoul pudo ver cómo una gota de sudor salía de su frente y le recorría delicadamente la piel del cuello hasta esconderse detrás de la camiseta. El rubio tuvo que tragar saliva ante esa imagen.

Verano 1995Donde viven las historias. Descúbrelo ahora