Verano.
Noche cálida de verano.
Las manos enredadas entre sabanas calientes, alborotadas y húmedas.
Labios hinchados, rojos, bonitos.
Ojos cerrados, oscuros, brillantes.
Las gotas de sudor resbalan por su frente mientras se miran. Se miran y se adoran.
Sus cuerpos desnudos resbalan en el rio que crean sus lenguas, trazando mares y tormentas en el segundo que chocan buscándose desesperadamente.
Hay un baile de caderas sincronizadas, buscando la música que crean sus cuerpos cuando la pasión les vuelve locos y no pueden dejar de tocarse.
Y besarse.
Y quererse.
Buscan desesperadamente las manos que agarran con fuera las sabanas en un intento de quedarse en el mundo real.
Cuando todo se hace demasiado rápido, duro e intenso que la espesa niebla ocupa la mente consiguiendo el esperado no-pensar y dejando a su cuerpo tomar el control para poder encontrarse.
Y Raoul grita cuando Agoney toca ese punto cercano al cielo, obligándose a despegar sus labios y besar con fuerza, abrazándose al cuerpo que le hace sentir tanto, dejándose caer en los conocidos y cálidos brazos, gimiendo, jadeando y gritando.
Hasta que su cuerpo se desahoga en el placer, en el sentir.
La boca abierta, los ojos cerrados, las gotas de sudor cayendo por su delicado rostro. Esta sobre él y Raoul puede apreciar cada detalle, cada milímetro, y graba a fuego en su piel la cara de placer de Agoney cuando llega al orgasmo y cae rendido sobre él.
Se buscan aun desnudos, pegajosos y sucios. Se buscan para refugiarse, para acariciarse.
Porque la rudeza de sus manos cuando el deseo les inunda se remplaza por cristal frágil cuando se tienen al lado. Y se miran, y se quieren.
Ellos hacia tiempo que habían perdido la esperanza de volver a sentirse, cuando la distancia y los pesados años marchitaron una rosa recién plantada.
Pero ellos volvieron a conocerse, volvieron a encontrarse.
Tardaron meses en poder volver a tenerse, porque el miedo se hizo presente en un corazón que de tan roto que había llegado a estar, dudaba al siquiera mirarse.
Por eso tardaron meses, porque ese corazón tenia que pegar todos los cachitos que un día cayeron y se esparcieron.
El mismo que vomitó todas las mariposas que volaban en su estomago, y que jamás pensó que volverían.
Una a una.
Cachito a cachito.
Poco a poco.
Al abril de 2001, seis meses después del reencuentro. Cuando después de citas espontaneas y besos fugaces, ambos decidieron darse su segunda y última oportunidad.
Y pasaron de citas en restaurantes, a espaguetis caseros en casa de alguno, de besos cortos a morreos insaciables y bruscos que les hacían perder el sentido.
Volvieron a hacer el amor el junio de 2001, seis años después de su última vez.
Y lo hicieron como nunca lo habían hecho antes. Porque solo ellos sabían lo que era rozar el cielo con los labios, con sus labios. Porque solo ellos sabían hacerlo de esa manera.
Queriéndose con locura.
-Mañana es tu primer concierto - dijo Raoul después de un silencio solapado con caricias.
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Verano 1995
RomantizmRaoul Vázquez veranea con su familia en un pequeño pueblo costero de Catalunya el verano de 1995.