10

6.6K 324 368
                                    


-Vamos a bañarnos, Raoul - sugirió Agoney acariciando su pelo.

Llevaban media hora tumbados en el enorme pareo que la madre de Raoul le había prestado. Habían terminado de comer bajo la sombra que producían los enormes arboles de los alrededores, uno en frente del otro, devorando los espaguetis a la carbonara que había preparado el rubio - con ayuda de su querida madre - para acompañar aquella pequeña cita improvisada.

" - ¿Quién lleva espaguetis a la carbonara para comer en la playa? - Se rio Agoney, aunque no tuvo problema para empezar a saborear el contenido de la fiambrera.

-Hombre, tenía que vengarme por tu boloñesa - dijo Raoul jocoso. - Ago, la carbonara, quieras o no, es mucho mejor. - Le respondió con una sonrisa.

-No lo es - contesto el canario mientras llenaba su boca de comida."

No habían tenido problema en acostarse sobre la arena, protegidos de ella por el pareo, uno al lado de otro, mientras disfrutaban de una fugaz siesta en compañía para recargar las horas despiertos de la noche anterior.

La mano de Agoney no había tardado en posarse sobre el suave cabello de Raoul, peinándolo lentamente con los dedos mientras observaba como el rostro del rubio cada vez se relajaba y acercaba más a su hombro, hasta llegar a utilizarlo como cojín y aprovechó para impregnarse de la colonia natural que envolvía al canario. Así, enredados el uno con el otro, soportando el calor tanto del clima como del cuerpo ajeno, se durmieron, ahogándose en el fugaz instante perfecto, donde no hacía falta nada más.

...

-Raoul, Raoul, Raoul - repitió el canario para despertar al chico que se había dormido prácticamente sobre él.

Le pegó dulcemente unos cuantos golpes en la espalda, pero la única respuesta que consiguió fue un grave gruñido por su parte.

- Raoul - susurró de forma más suave. - Raoul. - Le besó la frente, después la nariz, para continuar repartiendo besos por toda la superficie de su cara, pasando por la marcada mandíbula, la barbilla, incluso las cejas, hasta llegar a la delineada comisura de sus labios.

El moreno tenía cierta fascinación por la boca de Raoul. El labio inferior se abría dejando pasar la calidez de su respiración, ese grueso labio el cual Agoney besó con la suavidad necesaria como para disfrutar del leve jadeo que Raoul dejó escapar. Con cuidado, lo recogió con gusto entre sus dientes, para después morderlo con delicadeza; pero cuando un melódico gemido salió de la boca Raoul y, su mano inconscientemente agarró el borde de la camiseta del canario tirando de ella con la intención de acercar sus dos cuerpos, la presión que ejercía con sus dientes aumentó durante unos segundos, para después volverlo a besar y dejando que su lengua dibujara trazo a trazo la figura que construía esos bonitos - y ahora más rojos - labios.

Se separó del rubio para mirarlo a la cara: levemente enrojecida, con la boca entreabierta por la que la brisa de sus jadeos entrecortados se mezclaban con la pausada y serena respiración del canario, donde sus melosos ojos cerrados desprendían una clara necesidad del sensual roce, con el ceño ligeramente fruncido y la caricia de su mano delineando la estrecha cadera del canario, agarrando la carne en un modesto pellizco demandante para que el moreno continuase con lo que había empezado y con lo que no tardó en repetir con gusto.

Su labios danzaban unos sobre otros. Al principio dejándose llevar por una delicada melodía que no tardó en intensificarse cuando las lenguas se unieron acompañando el sensual tango de sus bocas, que parecían llenas de flores y música. La pierna derecha de Raoul no tardó en alzarse rodeando y atrayendo al moreno, consiguiendo que sus entrepiernas se rozaran y con rápido movimiento se situó encima suyo, sin la necesidad de desencajar sus bocas embriagadas por el deseo, mientras atrapaba entre sus piernas en caliente cuerpo del moreno.

Verano 1995Donde viven las historias. Descúbrelo ahora