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Agoney se despertó esa mañana cuando la alarma que tenía puesta en el reloj de mesa en la habitación, sonó. Estiró el brazo perezosamente hasta apretar el botón que silenciaba el ruidoso aparato.

Sus ojos se abrieron lentamente acostumbrándose a la luz de plena mañana de verano que entraba por la ventana de la blanca y pequeña habitación. Sus largas pestañas se despegaron tranquilamente mientras se hacía la idea de que en una hora tenía que estar en la heladería trabajando.

Giró su cabeza para encontrarse a Raoul durmiendo pacíficamente a su lado. Los recuerdos de la anterior velada no tardaron en regresar a su mente, y la imagen del precioso chico desnudo junto a él, ayudaron a que en su cara se asomase una enorme sonrisa de buena mañana.

Raoul estaba boca abajo, y como mínimo, a un metro del canario, ya que, el calor de los primeros días de Agosto era insoportable, e inconscientemente los dos habían puesto un cierto espacio entre ambos cuerpos durante la noche. Aun así, el rubio, cuya cara reposaba en la almohada en dirección a su acompañante, se las había ingeniado para tener el brazo de Agoney agarrado toda la noche, como con miedo de que se fuera.

La mano del rubio apretando su brazo fue una bonita manera de sentirse junto a alguien, incluso cuando los grados centígrados iban subiendo cada minuto.

La cara de Raoul estaba relajada, la ruidosa alarma no había conseguido despertado, así que Agoney supuso que debía tener un sueño muy profundo. El flequillo del chico caía elegantemente por su frente y realizaba un suave vaivén cada vez que, por la boca entreabierta de Raoul salía algún que otro suspiro, causado por la relajación del sueño.

Lentamente, Agoney se fue acercando para apreciar más de cerca la belleza de ese chico y se molestó en delinear con la yema de los dedos cada línea que construía la perfecta cara del muchacho. También se molestó en volver a repasar la fina y delicada espalda descubierta, conociendo pequeños y nuevos lunares que formaban constelaciones su piel.

Agoney llevaba semanas pensado que muy probablemente, Raoul era de las personas más jodidamente hermosas que había visto en su vida.

Y no le daba miedo usar esa palabra, la cual mucha gente diría que solo sirve para describir mujeres, - dato claramente estúpido y con el que no estaba de acuerdo, pero la sociedad era así de estúpida - pero la belleza de Raoul iba más allá de lo guapo que pudiese llegar a ser.

Su forma de ser, la manera de moverse, de hablar, de explicarse y de besar, la forma en la que conseguía sacarle una sonrisa sin ningún problema, la manera de hacerle sentir cómodo incluso cuando le estaba contando problemas muy difíciles, su forma de estar ahí y de esperar, su forma de mirar y de estar atento siempre, de querer con ganas, querer bien.

Cada pequeño detalle que salía del cuerpo del rubio lo hacía jodidamente hermoso, más allá del exterior: sus ideas y su forma de ver el mundo lo hacía especial, todo él era especial, y eso, una vez más, la hacía hermoso.

Cuando por fin se levantó de la cama, haciendo que la sabana que cubría ligeramente sus cuerpos cayese al suelo, besó tiernamente la mejilla de Raoul, para antes de salir de la habitación, acariciar suavemente una nalga del chico.

-Buenos días, mi amor. - susurró sin que el otro le oyera.

Salió de la habitación poniéndose tan solo unos calzoncillos, para después dirigirse a la cocina. Preparó café, que acompañó con leche y azúcar, junto a unas tostadas con los aguacates que había comprado el día anterior en el mercado.

Cuando llenó su tripa, dejó la tetera de café preparada para ser usada en cuando Raoul se despertaba, y dejo todos los ingredientes para hacerse el desayuno preparados para él.

Verano 1995Donde viven las historias. Descúbrelo ahora