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"Buenos días señores pasajeros. El comandante y todos los miembros de la tripulación les damos las gracias por elegir este vuelo con destino Barcelona."

Agoney estaba sentando en el asiento 26F del avión que le llevaría a Barcelona. Eran las ocho de la mañana y mientras miraba a través de la ventanilla, el exterior de aeropuerto de Tenerife, sus dedos tambaleaban de nerviosismo sobre uno de los reposabrazos de su asiento.

A su lado estaba sentada una señora mayor que hablaba con el que parecía ser su nieto, y por lo que Agoney pudo comprender de la conversación, le explicaba con entusiasmo cómo le enseñaría su ciudad al niño. El chaval parecía rondar los 10 años y estaba sonriente, escuchando a su abuela explicarle como irian el Tibi dabo o cómo visitarían los artistas que cada día alegraban el paseo de Las Ramblas. Hablaba del color de Barcelona y de como te enamorabas de la ciudad justo después de poner un pie en ella.

El avión empezó su ruta hacia la pista de despegue, y Agoney no sabía donde esconder su inquietud. Miraba por todos lados, a las azafatas, los pasajeros, el aeropuerto que cada vez era más pequeño dado por la escapada del avión hacia el cielo.

Cuando el avión estuvo en el punto más alto y las luces del cinturón se apagaron, el canario sacó su pequeña libreta. Parecía más vieja de lo que realmente era por lo usada que estaba, manoseada, escrita, dibujada, subrayada, con paginas añadidas y otras arrancadas, dibujos, garabatos, fotos, recuerdos. Era una libreta llena de historias.

Desde hacia ya unos cuatro años que Agoney aguardaba todos sus recuerdos en pequeñas libretas, escribiendo como se sentía y como lo vivía. Era una manía que había heredado de su madre, cuyos cajones de escritorio estaban llenos de esa clase de cuadernos.

Abrió el objeto por una nueva pagina en blanco, y escribió en la parte superior la fecha: 1/10/2000.

Unas líneas más abajo empezó a escribir todo lo que sentía: la adrenalina, la ilusión, el miedo que se apoderaba de él sin querer, el terror al próximo escalón. Sus palabras resbalaban entre sus dedos, recreándose en cada rosa que sentía crecer en su interior. Hasta que en la ultima línea escribió con letra temblorosa: Raoul.

No tenía ni idea de si el rubio seguía viviendo en Barcelona, pero toda la esperanza que durante años durmió en su corazón se despertó el día que le ofrecieron el proyecto en esa ciudad.

Agoney se refugió en la música.

Durante mucho tiempo fue lo único que le tranquilizó, que le ayudó a seguir adelante, consiguiendo transmitir su dolor y convertir su pena en música, en arte.

Y escondió su obra durante mucho tiempo por vergüenza.

A que le trataran de loco o de ingenuo por creer que podría vivir de ello.

Pero hubo una noche, en un bar perdido por Tenerife, mientras cenaba con Airam. En ese recintó empezó a sonar "El último de la fila", específicamente la canción "Canta por mi", y allí, en ese bar, con su cita, empezó a llorar, porque se acordó de la promesa que le hizo un día a Raoul, a su amor.

"Canta, Ago, canta"

Y decidió sacar adelante algo por lo que había tirado la toalla hacía muchos años.

Presentó unas cuantas canciones escritas y producidas por él a todas discográficas que pudo, hasta que una de ellas, con bastante renombr,e le llamó meses después para llevar adelante un proyecto.

Fue en ese momento, en cuanto el avión atravesó unas cuantas nubes, hundiéndose en su textura blanca, cuando sus ojos no aguantaron más las lagrimas, empezando a sollozar y a temblar.

Verano 1995Donde viven las historias. Descúbrelo ahora