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-¡Raoul! Coge esa mochila de comida y la neverita- ordenó Álvaro mientras acababa de meter el colchón de la habitación de Raoul en la parte trasera de la furgoneta.

Álvaro se había pasado media mañana quitando los asientos traseros del vehículo para conseguir espacio suficiente para meter el colchón y así hacer una cama para los chicos.

-¡Voy, voy! - dijo el rubio cargando con todas las bolsas de comida que su madre le había preparado para esos cuatro días que pasarían juntos Agoney y él. - Aun no se como convenciste a papá y mamá - comentó a Álvaro cuando estuvo más cerca suyo.

-Ese será mi secreto - le dijo revolviéndole el pelo.

Manolo estaba con Agoney, enseñándole y repitiéndole con pelos y señales como se conducía esa furgoneta. Incluso, esa misma mañana le había hecho dar unas cuantas vueltas por el pueblo para saber si su forma de conducir era fiable o no.

-Como la furgoneta vuelva con algún desperfecto los dos me lo pagareis como sea - le advirtió Manolo levantando el dedo. - Ni uno quiero, tiene que volver como ahora. ¿Entendido?

-Entendido, señor - dijo Agoney.

-Toma las llaves y no me llames señor, Agoney, que me haces sentir mayor - dijo Manolo dándole unos golpes en el hombro. - Mucho cuidado ¿eh, chico?

-Tendremos extremo cuidado, Manolo - añadió el canario con una sonrisa que el hombre le devolvió.

-Bien, bien, y dile a Raoul que no te distraiga mucho que el chaval a veces no para, tu concentrado con la carretera y cuidado al aparcar. ¿Vale?

-Claro.

-¡Ya esta todo listo! - gritó Álvaro cerrando las puertas traseras del coche.

-Que tengáis buen viaje - le dijo el padre de Raoul al moreno. - E id con cuidado, por favor.

-¡Agoney! - la madre de Raoul se acercó al canario a abrazarlo y plantarle un enorme beso en la mejilla. - Mucho cuidado, os he dejado comida suficiente pero si tenéis mucha hambre podéis ir a un súper a comprar todo lo que necesitéis, le he dado a Raoul dinero, así que por eso no te preocupes, e id con mucho cuidado.

Raoul se fue acercando a donde estaban sus dos padres hablado con Agoney para despedirse de ellos. Le encantaba ver que en la cara del canario ya no se asomaba ninguna señal de incomodidad. Su padre lo estaba tratando maravillosamente, y aunque supiera que todavía le costaba asimilar según que cosas, cada vez se le veía más tranquilo. Incluso se pasó una noche entera haciéndoles preguntas sobre los prejuicios que él tenía sobre el colectivo y juntos, de la mano, Raoul y Agoney le fueron explicando lo que habían vivido y todo lo que sabían sobre el grupo minoritario al que pertenecían. Ese interés había hecho muy feliz a Raoul, porque las desconstrucciones van poco a poco y todo empieza con curiosidad e interés. Lo que su padre estaba demostrando.

-Adiós mamá y papá - les dijo abrazándolos. - Iremos con cuidado.

-Más os vale - le respondió su padre.

-Hermanito, que os lo paséis bien - le dijo Álvaro abrazándolo - os he dejado condones al lado del cojín - susurró a la oreja mientras lo seguía abrazando.

-Álvaro, de verdad, que problema tienes tú con los condones que siempre me dices lo mismo.

-Pues que no follo, Raoul.

-Ya bueno, - le dijo por fin separándose del abrazo pero sin alzar el tono de voz - con el rollito que os traías tu y Mireya el otro día no me lo creo del todo eso. Que por cierto, como le hagas daño te rompo los huevos.

Verano 1995Donde viven las historias. Descúbrelo ahora