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Agoney estaba haciendo las maletas y a Raoul se le estaba viniendo el mundo encima.

La maleta abierta, el armario vacío y toda la ropa esparcida por la casa. Supongo que la lentitud con la que Agoney empaquetaba las cosas era igualable a sus ganas de irse. También el haber retrasado todo lo que conllevaba "hacer la maleta" hasta prácticamente el último día.

El viaje que acabó hacía ya cuatro días había dejado una profunda huella en la piel de cada uno de los chicos, que ni mil olas de mar podrían llegar a borrar.

Llegaron a casa con tal cansancio emocional y físico que se pasaron un día entero durmiendo, y se permitieron hacerlo en la cama de matrimonio de donde vivía Agoney. Juntos. Abrazados.

Los días siguientes fueron una constante despedida.

Despedida por parte de las chicas, ya que Nerea, Miriam y Aitana querían tener una cena en condiciones para decir adiós al canario, y que Raoul casi no pudo soportar por la pesada tristeza que invadía esa cena, tal que ni las risas de Miriam pudieron aliviar su nudo en el estomago.

Y hubo llantos, sobretodo por parte de Nerea, que estuvo 10 minutos abrazando al moreno y llorando, mientras Aitana y Miriam la intentaban consolar, tragándose ellas las lágrimas para intentar equilibrar la dramática situación. También hubo muchos "te voy a echar de menos" y "seguiremos en contacto" que ninguno de los cinco podía asegurar que se fuese a cumplir, o por lo menos la segunda.

No eran más que palabrería barata que se expresa cuando el cariño de una persona esta cerca y reciente, pero en el momento que se aleja nos olvidamos de todas esas promesas, porque las relaciones a distancia son jodidas y nos solemos conformar con lo que tenemos cerca, aunque no valga ni la mitad.

Y Raoul se estaba cagando en todo porque él sí lo iba a echar de menos, mucho, demasiado, y le jodía tener que imaginarse un futuro próximo sin él a su lado. Porque se había acostumbrado a su voz, a su tacto y a su sabor, se había acostumbrado desayunos compartidos, a colchones calientes de calor humano y conversaciones sin sentido, todo con él, con sus labios, su olor y su piel.

Ahora todo se estaba desvaneciendo entre sus manos, todo lo que con tanta facilidad había construido a su lado se estaba evaporando y él no podía hacer nada para evitarlo.

También hubo cena de despedida con Álvaro, que los llevó a cenar a un restaurante cercano y muy bueno. Álvaro, durante las horas que les había robado se había esforzado para hacerles reír y olvidar todo lo que se venía por delante y Raoul se lo agradeció internamente infinitas veces. Los tres pasaron una velada conversando sobre banalidades y estupideces que les llevaban a tener las conversaciones más surrealistas. No querían pensar mucho, así que esa cena les ayudó lo suficiente para la desconexión, para volver a ser lo que habían sido todo el verano y lo que estos últimos días se habían olvidado por la amarga despedida inminente.

Pero esta noche, la del jueves, la última noche, los padres de Raoul les habían insistido en hacer una pequeña fiesta de despedida en su casa, en el jardín, y habían comprado incluso velas para adornar el lugar y Raoul se quería morir.

Porque la ropa del canario ya no estaba en su armario, su maleta estaba abierta y llenándose poco a poco y solo les quedaban horas juntos.

-Toma – dijo Raoul levantándose de la cama, donde ya llevaba un cuarto de hora observando al canario hacer la maleta en silencio. – La sudadera roja te queda mejor a ti.

-No hace falta Raoul - contestó Agoney mirando los ojos tristes del rubio.

-Insisto – dijo el catalán aun tendiéndosela – quiero que la tengas. – Se miraron a los ojos durante los segundos en los que Agoney dudó en coger la sudadera pero el "por favor" casi inaudible que salió de entre los labios de Raoul le hizo alargar la mano y quedarse con la prenda.

Verano 1995Donde viven las historias. Descúbrelo ahora